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Me ha herido recatándose en las sombras... (Autoconclusivo)
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Me ha herido recatándose en las sombras... (Autoconclusivo)
¿Por qué una mujer decide matar? Esa era una pregunta que alguna vez me había hecho. A ella había encontrado muchas respuestas, cientos de ella, pero ninguna aparecía frente a mí como una absoluta verdad. Ninguna respuesta parecía suficiente para justificar un asesinato. Pero la vida siempre se ocupa de sorprendernos. Los Siete, de una manera u otra, se burlan de nuestros miedos y nos guían directamente hacia ellos. Es como si todo lo que uno hiciera, cada decisión que tomara, te llevara exactamente a ese punto donde debías enfrentar el más grande de tus temores y ver si sales a salvo del mismo. En eso pensaba en mi viaje de vuelta a Altojardín. Viaje en el que debía enfrentar cada uno de los demonios que amenzaban con destruirlo todo.
Volvía a la ciudad donde mi apellido había cambiado. Vistiendo la capa de verde y dorado de los señores de Altojardín me había presentado frente a todos como la futura dama de aquellas tierras. Orgullo, odio y adoración por igual fue lo que vi en aquellas miradas que celebraban una boda con cantos de fiesta, mientras para mí el funeral más desolado se expandía frente a mis ojos tras cruzar una sola mirada con el Príncipe de Dorne y su máscara de desazón al salir del templo de los Siete. Pocos recuerdos, pero intensos, era lo que traía a mí aquellos parajes. Una noche de promesas en el jardín y una tarde de mentiras en la alcoba donde simulé mi enfermedad. El destino que me quería atar a aquellas tierras venía de la mano de solo una persona, el joven heredero con quien no había cruzado más palabras que las de cortesía y más miradas que las de curiosidad. Y aunque no lo conocía en absoluto nuestra situación me obligaba a aborrecer su nombre y su origen, su piel y su voz. Lo odiaba por el solo hecho de deberle a él más de lo que me debía a mí misma, algo de todo inconcebible para mi espíritu.
Primer día de vuelta en aquel castillo. Sus salones mostraban en sus rincones el atisbo de una guerra que había llegado a su fin. Imaginé la voz de Livia Tyrell, con quien no compartí más que un par de tardes, mientras observaba aquel edificio que había llamado hogar. ¿Qué diría la antigua señora de esa casa? ¿Habría algo en sus palabras que yo debía decir?. Valerie Tyrell, hoy yo era la Señora de Altojardín. Princesa del Dominio y futura madre de los herederos por venir. Mi vestido rojo intenso parecía barrer con esa idea arrastrándose por el suelo. No estaba cansada por el viaje de días desde Refugio Estival hacia acá, pero sí estaba cansada por los pensamientos que me carcomían la conciencia mientras llevaba a cabo aquel trayecto que podrían significar tantos cambios. A mi pecho se aferraba un libro con una hoja que había leído muchas veces, ciento de veces en todos esos días. Hoja que podía dar respuesta a cada una de mis dudas y refugio a cada uno de mis miedos. Sin embargo, pasar aquella barrera, la única barrera que alguna vez creí inconcebible para mí, era lo que más me hacía temer.
El embarazo fue consciente para mí al tercer día después de yacer con el Príncipe Maron. De ser una mujer común y corriente quizás no me habría percatado hasta la llegada de mi ciclo lunar, pero yo, quien había estudiado el cuerpo humano desde la primera juventud, sabía que había algo en mi cuerpo que no era del todo normal. Mareos matutinos fue la primera alarma. Dolor en mis senos la segunda. Y finalmente un cansancio que nada tenía que ver con la energía ocupada en mi día a día, durmiendo por ello más que suficiente, fue el tercer punto. No lo dudé ni un instante cuando aquella idea cruzó mi cabeza por primera vez. La necesidad de viajar hacia Altojardín lo antes posible ocupó toda prioridad, y con ello mandé a alistar el carruaje que me llevaría de vuelta a un lugar que no pretendía pisar en mucho tiempo si no era por este imprevisto.
- Decidle a ser Luthor que lo espero en mi recámara- ordené con tono firme a una de las sirvientas. Mi mirada no permitía una negativa a mi mandato, y con ello una vez más me quedé a solas en ese pasillo. Subí las escaleras con aquella lentitud que antecedía un sacramento. Mi corazón bombeada a tal velocidad que me podía imaginar la sangre roja recorrer cada fibra de mi cuerpo, sangre tibia, brillante, viva en cada uno de sus sentidos. Sangre que hoy compartía con un ser más que se gestaba en mi interior y que se alimentaba de cada alimento que mi sangre le entregaba. Paso a paso llegué a la recámara que se me hacía del todo ajena, a pesar de que ahí estuve agonizando ocho días antes de tomar viaje a Refugio Estival. Las azules rojas y pesadas, el edredón impecable sobre la cama. En el tocador aquellos detalles que mis doncellas ya había desempacado y dejado dispuesto para mi necesidad. Y ahí, junto a la mesilla con algunos de mis libros, estaba la botella de vino y las dos copas que había solicitado nada más llegar. Caminé hacia ella dejando el libro que llevaba conmigo a un lado. Leí su etiqueta y vi que era la correcta, era la botella que requería y no otra. Estaba descorchada y dispuesta, como así lo estaban las copas. Mi mano tembló y deposité la botella en la mesa una vez más. Busqué en mi cuello la cadena de oro, esa pesada cadena que hoy parecía mucho más de lo que había parecido hace unos días atrás. Sentí el calor en mis dedos de su metal y la forma de aquel sol enterrándose en mi piel aplastado por mi corpiño. Con cuidado retiré aquella cadena de mi cuello y la observé. Martell, eso decía la medalla del astro diurno que mis ojos admiraban. Dorne, cálido y luminoso como aquella medalla bajo el crepitar de la chimenea encendida a mi espalda. Escondí aquella joya entre mis zapatos, al interior de mis botas de montar que nadie tocaría, ni siquiera yo. Cerré el armario tras ello y me giré para observar mi figura en el espejo. Mi rostro de ojos vivos por un momento pareció sombrío.
Entonces escuché el golpe de la puerta.
- Adelante- invité observando por el espejo asomarse a Luthor Tyrell. Quieta como si fuera una estatua, mi mirada se quedó en su rostro que no dejaba clara su edad y en su expresión algo inquieta, como quien sabe lo que le espera. Aspiré un poco de aire para volver a la vida, y me volteé quedándome en mi sitio mientras él se acercaba con su caminar caballeroso-. Príncipe- murmuré con una reverencia educada mientras él tomaba mi mano y besaba sus nudillos. Luthor Tyrell había sido criado como caballero desde los pies hasta la punta de su cabello, y aquello se podía ver en cada uno de sus gestos. Sin embargo, en el momento que su mano soltaba la mía y mis ojos se veían reflejados en los suyos no quise pensar en eso. ¿Cómo pensar en su crianza tras la idea que se cruzaba por mi mente? ¿Cómo pensar en él como un hombre con virtudes cuando odiarlo era mi único escudo contra lo que me preparaba a hacer? La mente, mezquina como nadie, siempre daba lugar a las ideas más disparatadas en el momento menos adecuado. Aquellas ideas que debían hundirse sin salir a flote nunca, ni siquiera cuando nadie las podía oír, como era en este caso-. Tengo noticias para vos- le comuniqué tomando el tono de diplomática que muchas veces había usado en mis tierras. Me acerqué a la mesa con el vino y vertí en ambas copas de aquel líquido bermellón. Sangre fue lo que pensé cuando observé las copas quietas y a medio llenar sobre la mesa. Cáliz de sangre…
¿De qué conversamos? De política y de las marcas. De Antigua y de los rumores que había oído, algunos reales y otros inventados. Hablé con poca soltura por los nervios que me embargaban; y aunque quizás para cualquiera aquellos nervios podían ser delatores, dado el caso de la escena y lo que parecía, Luthor Tyrell lo debió haber asociado a la cama que nos llamaba a ser ocupada a medida que yo mantenía mi discurso político. No bebí, sólo me mojé los labios por un instante. El vino sabía a vino y nada más, quizás sólo con un tono dulzón que podía pasar desapercibido bajo sus notas de frutas. Lo observaba de reojo cada vez que un nuevo trago era tomado por su boca, y por un momento me veía tentada a decirle que no bebiera más, buscando en ello cualquier excusa para detener mi crimen. Mas no lo hice. La frialdad con la cual me estaba cubriendo traspasó mi piel dejando mis manos congeladas sin importar que estaba parada a sólo unos pasos del fuego. Fui consciente de ello cuando Luthor tomó de ellas con cuidado y se acercó a mí tensando cada uno de mis músculos. Sus ojos se mantuvieron conmigo por un instante, y aunque quise evitar su mirada no pude hacerlo. ¿Qué acto más cobarde que dejar de mirar a quien se ha matado en el mismo momento que su cabeza se dejó guiar hacia esa alcoba?
Lo demás que pasó quedaría perdido en esas cuatro paredes. Besos repartidos-fríos y falsos, pero besos al fin y al cabo- a lo largo de la piel. Prendas de vestir desparramadas alrededor de la cama y la consumación de la nueva dinastía que se hacía nombre y carne en ella. La tarde pasó lenta, tan lenta como puede ser para quien ve el paso de los minutos cuando el crimen ya está hecho. No pude cerrar los ojos, no podía hacerlo porque nada me parecía más traicionero que apartar la mirada en el momento exacto que mi plan cobrara el rumbo intencionado. Así que con los ojos bien abiertos me quedé mirándolo todo, analizando, dejando que mi cuerpo se prestara cual objeto para el punto final de ese encuentro...
... y a cada momento tomaba fuerza de lo único que me podía llevar a un acto así: del pequeño que comenzaba el inicio de su vida al interior de mi vientre.
Volvía a la ciudad donde mi apellido había cambiado. Vistiendo la capa de verde y dorado de los señores de Altojardín me había presentado frente a todos como la futura dama de aquellas tierras. Orgullo, odio y adoración por igual fue lo que vi en aquellas miradas que celebraban una boda con cantos de fiesta, mientras para mí el funeral más desolado se expandía frente a mis ojos tras cruzar una sola mirada con el Príncipe de Dorne y su máscara de desazón al salir del templo de los Siete. Pocos recuerdos, pero intensos, era lo que traía a mí aquellos parajes. Una noche de promesas en el jardín y una tarde de mentiras en la alcoba donde simulé mi enfermedad. El destino que me quería atar a aquellas tierras venía de la mano de solo una persona, el joven heredero con quien no había cruzado más palabras que las de cortesía y más miradas que las de curiosidad. Y aunque no lo conocía en absoluto nuestra situación me obligaba a aborrecer su nombre y su origen, su piel y su voz. Lo odiaba por el solo hecho de deberle a él más de lo que me debía a mí misma, algo de todo inconcebible para mi espíritu.
Primer día de vuelta en aquel castillo. Sus salones mostraban en sus rincones el atisbo de una guerra que había llegado a su fin. Imaginé la voz de Livia Tyrell, con quien no compartí más que un par de tardes, mientras observaba aquel edificio que había llamado hogar. ¿Qué diría la antigua señora de esa casa? ¿Habría algo en sus palabras que yo debía decir?. Valerie Tyrell, hoy yo era la Señora de Altojardín. Princesa del Dominio y futura madre de los herederos por venir. Mi vestido rojo intenso parecía barrer con esa idea arrastrándose por el suelo. No estaba cansada por el viaje de días desde Refugio Estival hacia acá, pero sí estaba cansada por los pensamientos que me carcomían la conciencia mientras llevaba a cabo aquel trayecto que podrían significar tantos cambios. A mi pecho se aferraba un libro con una hoja que había leído muchas veces, ciento de veces en todos esos días. Hoja que podía dar respuesta a cada una de mis dudas y refugio a cada uno de mis miedos. Sin embargo, pasar aquella barrera, la única barrera que alguna vez creí inconcebible para mí, era lo que más me hacía temer.
El embarazo fue consciente para mí al tercer día después de yacer con el Príncipe Maron. De ser una mujer común y corriente quizás no me habría percatado hasta la llegada de mi ciclo lunar, pero yo, quien había estudiado el cuerpo humano desde la primera juventud, sabía que había algo en mi cuerpo que no era del todo normal. Mareos matutinos fue la primera alarma. Dolor en mis senos la segunda. Y finalmente un cansancio que nada tenía que ver con la energía ocupada en mi día a día, durmiendo por ello más que suficiente, fue el tercer punto. No lo dudé ni un instante cuando aquella idea cruzó mi cabeza por primera vez. La necesidad de viajar hacia Altojardín lo antes posible ocupó toda prioridad, y con ello mandé a alistar el carruaje que me llevaría de vuelta a un lugar que no pretendía pisar en mucho tiempo si no era por este imprevisto.
- Decidle a ser Luthor que lo espero en mi recámara- ordené con tono firme a una de las sirvientas. Mi mirada no permitía una negativa a mi mandato, y con ello una vez más me quedé a solas en ese pasillo. Subí las escaleras con aquella lentitud que antecedía un sacramento. Mi corazón bombeada a tal velocidad que me podía imaginar la sangre roja recorrer cada fibra de mi cuerpo, sangre tibia, brillante, viva en cada uno de sus sentidos. Sangre que hoy compartía con un ser más que se gestaba en mi interior y que se alimentaba de cada alimento que mi sangre le entregaba. Paso a paso llegué a la recámara que se me hacía del todo ajena, a pesar de que ahí estuve agonizando ocho días antes de tomar viaje a Refugio Estival. Las azules rojas y pesadas, el edredón impecable sobre la cama. En el tocador aquellos detalles que mis doncellas ya había desempacado y dejado dispuesto para mi necesidad. Y ahí, junto a la mesilla con algunos de mis libros, estaba la botella de vino y las dos copas que había solicitado nada más llegar. Caminé hacia ella dejando el libro que llevaba conmigo a un lado. Leí su etiqueta y vi que era la correcta, era la botella que requería y no otra. Estaba descorchada y dispuesta, como así lo estaban las copas. Mi mano tembló y deposité la botella en la mesa una vez más. Busqué en mi cuello la cadena de oro, esa pesada cadena que hoy parecía mucho más de lo que había parecido hace unos días atrás. Sentí el calor en mis dedos de su metal y la forma de aquel sol enterrándose en mi piel aplastado por mi corpiño. Con cuidado retiré aquella cadena de mi cuello y la observé. Martell, eso decía la medalla del astro diurno que mis ojos admiraban. Dorne, cálido y luminoso como aquella medalla bajo el crepitar de la chimenea encendida a mi espalda. Escondí aquella joya entre mis zapatos, al interior de mis botas de montar que nadie tocaría, ni siquiera yo. Cerré el armario tras ello y me giré para observar mi figura en el espejo. Mi rostro de ojos vivos por un momento pareció sombrío.
Entonces escuché el golpe de la puerta.
- Adelante- invité observando por el espejo asomarse a Luthor Tyrell. Quieta como si fuera una estatua, mi mirada se quedó en su rostro que no dejaba clara su edad y en su expresión algo inquieta, como quien sabe lo que le espera. Aspiré un poco de aire para volver a la vida, y me volteé quedándome en mi sitio mientras él se acercaba con su caminar caballeroso-. Príncipe- murmuré con una reverencia educada mientras él tomaba mi mano y besaba sus nudillos. Luthor Tyrell había sido criado como caballero desde los pies hasta la punta de su cabello, y aquello se podía ver en cada uno de sus gestos. Sin embargo, en el momento que su mano soltaba la mía y mis ojos se veían reflejados en los suyos no quise pensar en eso. ¿Cómo pensar en su crianza tras la idea que se cruzaba por mi mente? ¿Cómo pensar en él como un hombre con virtudes cuando odiarlo era mi único escudo contra lo que me preparaba a hacer? La mente, mezquina como nadie, siempre daba lugar a las ideas más disparatadas en el momento menos adecuado. Aquellas ideas que debían hundirse sin salir a flote nunca, ni siquiera cuando nadie las podía oír, como era en este caso-. Tengo noticias para vos- le comuniqué tomando el tono de diplomática que muchas veces había usado en mis tierras. Me acerqué a la mesa con el vino y vertí en ambas copas de aquel líquido bermellón. Sangre fue lo que pensé cuando observé las copas quietas y a medio llenar sobre la mesa. Cáliz de sangre…
¿De qué conversamos? De política y de las marcas. De Antigua y de los rumores que había oído, algunos reales y otros inventados. Hablé con poca soltura por los nervios que me embargaban; y aunque quizás para cualquiera aquellos nervios podían ser delatores, dado el caso de la escena y lo que parecía, Luthor Tyrell lo debió haber asociado a la cama que nos llamaba a ser ocupada a medida que yo mantenía mi discurso político. No bebí, sólo me mojé los labios por un instante. El vino sabía a vino y nada más, quizás sólo con un tono dulzón que podía pasar desapercibido bajo sus notas de frutas. Lo observaba de reojo cada vez que un nuevo trago era tomado por su boca, y por un momento me veía tentada a decirle que no bebiera más, buscando en ello cualquier excusa para detener mi crimen. Mas no lo hice. La frialdad con la cual me estaba cubriendo traspasó mi piel dejando mis manos congeladas sin importar que estaba parada a sólo unos pasos del fuego. Fui consciente de ello cuando Luthor tomó de ellas con cuidado y se acercó a mí tensando cada uno de mis músculos. Sus ojos se mantuvieron conmigo por un instante, y aunque quise evitar su mirada no pude hacerlo. ¿Qué acto más cobarde que dejar de mirar a quien se ha matado en el mismo momento que su cabeza se dejó guiar hacia esa alcoba?
Lo demás que pasó quedaría perdido en esas cuatro paredes. Besos repartidos-fríos y falsos, pero besos al fin y al cabo- a lo largo de la piel. Prendas de vestir desparramadas alrededor de la cama y la consumación de la nueva dinastía que se hacía nombre y carne en ella. La tarde pasó lenta, tan lenta como puede ser para quien ve el paso de los minutos cuando el crimen ya está hecho. No pude cerrar los ojos, no podía hacerlo porque nada me parecía más traicionero que apartar la mirada en el momento exacto que mi plan cobrara el rumbo intencionado. Así que con los ojos bien abiertos me quedé mirándolo todo, analizando, dejando que mi cuerpo se prestara cual objeto para el punto final de ese encuentro...
... y a cada momento tomaba fuerza de lo único que me podía llevar a un acto así: del pequeño que comenzaba el inicio de su vida al interior de mi vientre.
- Spoiler:
- Lo continuaré según lo que salga en los dados...
Valerie Tyrell
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