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Llegando a Bastión de Tormentas [Brinna Baratheon]
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Llegando a Bastión de Tormentas [Brinna Baratheon]
Los vientos habían sido generosos con la "Cortadora de Espuma" y habían llegado dos días antes de lo previsto a la ciudad de su infancia. Las murallas de la ciudadela lo recibieron con el atardecer primaveral, tiñendo el mar de fuego y los muelles del color de las brasas. "Como si supieran que vuelvo y me tuvieran preparada la hoguera para hacerme arder por mis pecados" se dijo Sean, pero desechó esa idea de su cabeza. Se cubrió el rostro y esperó en el castillo de popa a que los marineros realizaran las maniobras adecuadas. El capitán gritaba las órdenes con una voz ronca y dictatorial. Sonaba extrañamente como el martillo del herrero al golpear un acero al rojo, imparable y dura.
Ya era de noche cuando la tabla de descenso golpeó el muelle. Sean la pisó con decisión mirando hacia el puerto con una mezcla de miedo y excitación. Su antiguo hogar estaría por allí cerca, y el de los Riverwood. Durante un segundo sintió el impulso de ir a buscar a Molly y a Jeyne. ¿Qué habría sido de ellas? Jeyne sería la esposa gorda de Butcher y tendría media docena de renacuajos correteando. Incluso puede que alguno ya cazase con su abuelo. Y Molly... De pronto le asaltó la duda ¿sería madre? ¿habría traído al mundo a otro Tormenta? El miedo le atenazó el corazón y tuvo ganas de devolver.
-¿Todo el viaje tranquilo y te mareas ahora?- dijo el capitán palmeándole la espalda-, no te avergüences y échalo todo, les pasa hasta a los mejores. Es pisar tierra firme y de pronto todo te da vueltas. ¡Ja!
Pero Sean no le hizo caso. Sonrió y se despidió de él. Algo le decía que se largara de allí, una intuición malsana, un instinto largo tiempo dormido, un sentido del peligro propio en él que parecía adormecido por los recuerdos de aquella ciudad. Para alejar aquellos pensamientos se obligó a pensar en su línea de acción. Tenía que buscar una posada, la más barriobajera. Sabía perfectamente cuál. Y allí debería contratar a cuatro matones para que hicieran el trabajo sucio. Sí, los citaría en Refugio Estival en una semana y les pagaría por adelantado. El plan que había urdido en alta mar empezaba a tomar cuerpo. Aquello le gustaba. Llegó al final del muelle casi a tientas, los braseros y las antorchas se estaban encendiendo y le sorprendió que dos puntos de luz se acercaran hacia su posición. Se trataba de cuatro guardias vestidos con los colores de los Baratheon. "Guardias del rey" se dijo, obligándose a recordar que Lord Baratheon era ahora el Rey de las Tormentas. "¿Desde cuándo los hombres del Lord vigilan el puerto?" se preguntó.
Pasaron junto a él y se dirigieron dos se dirigieron al muelle en el que estaba atracado el "Cortadora de Espuma". Algo pegó un salto en su interior, o quizás fue un grito; Sean no necesitó más, puso pies en polvorosa, andando raudo hacia las casas. El castillo ya no era una opción. Una sola puerta, con guardias controlando la entrada en la noche de viajeros y poca gente en la calle. Sería presa fácil. "Mierda" se dijo, el capitán le señalaba y los cuatro guerreros se giraron hacia él, "se acabó lo que se daba", pensó. Los dos guardias que estaban más cerca se le acercaron.
-¿Sois vos Sean, de Lanza del Sol?- preguntó uno de los guardias, mientras que los otros dos se acercaban desde el barco.
-Es él- dijo uno de ellos,- el capitán dice que vienen de la Lanza y ese es el viajero llamado Sean.
-¿Qué deseáis?- preguntó el espadachín con su mano izquierda, oculta por la capa, apretando el puño de su daga Plata. Había obviado la cortesía, pero los soldados tampoco parecían darle mucha opción.
-Nos tenéis que acompañar- dijo un tercero.- Se le requiere en el castillo.
Y entonces todo se desmoronó. De haber sido pleno día los soldados habrían descubierto su cara de asombro e incredulidad. ¿Qué narices pasaba? ¿Acaso Lady Baratheon sabía algo de su misión? Eran cuatro hombres, y él no portaba a su Tormenta para combatir sus espadas largas. No podía batirse en duelo con cuatro soldados con Plata y Sangre en plena noche en el puerto y pretender salir indemne de todo aquello. Su instinto le advirtió del peligro y, contra su voluntad, Sean aceptó a acompañar a los soldados.
-·-
Para su sorpresa no lo habían encerrado. Ya no sabía que estaba pasando, pero actuó como si nada de aquello fuera con él, como si fuera un siervo digno de Dorne y no un matarife de tres al cuarto contratado para una tarea tan vil como la suya. No le condujeron a las mazmorras, sino a través de los pasillos del castillo, entre la luz de las antorchas, hasta una puerta de madera de aspecto sobrio. Abrieron la puerta y casi lo metieron dentro. Allí no había ni una tímida luz, todo era oscuridad. Por una ventana de aspillera entraba la luz de la luna. "Porque la noche es oscura y alberga cosas terribles" se dijo, rió para sus adentros. Si temiera a la oscuridad como cualquiera de los siervos del Señor de la Luz estaría llorando y suplicando que lo sacaran de allí. Pero no lo hizo. La oscuridad era su amiga, una fuerte aliada en la noche. Él no era un seguidor de R'hllor, él era un Sangre Argéntea.
La puerta se abrió y la luz de las antorchas del pasillo recortaron una silueta bajo el quicio. Portaba una vela que iluminaba su rostro con un aspecto terriblemente bello. Sean reprimió el escalofrío que recorrió su espinazo e hizo una reverencia.
-Lady Baratheon- dijo con la reverencia,- ¿en qué puede servirle este humilde viajero a estas horas de la noche?
Ya era de noche cuando la tabla de descenso golpeó el muelle. Sean la pisó con decisión mirando hacia el puerto con una mezcla de miedo y excitación. Su antiguo hogar estaría por allí cerca, y el de los Riverwood. Durante un segundo sintió el impulso de ir a buscar a Molly y a Jeyne. ¿Qué habría sido de ellas? Jeyne sería la esposa gorda de Butcher y tendría media docena de renacuajos correteando. Incluso puede que alguno ya cazase con su abuelo. Y Molly... De pronto le asaltó la duda ¿sería madre? ¿habría traído al mundo a otro Tormenta? El miedo le atenazó el corazón y tuvo ganas de devolver.
-¿Todo el viaje tranquilo y te mareas ahora?- dijo el capitán palmeándole la espalda-, no te avergüences y échalo todo, les pasa hasta a los mejores. Es pisar tierra firme y de pronto todo te da vueltas. ¡Ja!
Pero Sean no le hizo caso. Sonrió y se despidió de él. Algo le decía que se largara de allí, una intuición malsana, un instinto largo tiempo dormido, un sentido del peligro propio en él que parecía adormecido por los recuerdos de aquella ciudad. Para alejar aquellos pensamientos se obligó a pensar en su línea de acción. Tenía que buscar una posada, la más barriobajera. Sabía perfectamente cuál. Y allí debería contratar a cuatro matones para que hicieran el trabajo sucio. Sí, los citaría en Refugio Estival en una semana y les pagaría por adelantado. El plan que había urdido en alta mar empezaba a tomar cuerpo. Aquello le gustaba. Llegó al final del muelle casi a tientas, los braseros y las antorchas se estaban encendiendo y le sorprendió que dos puntos de luz se acercaran hacia su posición. Se trataba de cuatro guardias vestidos con los colores de los Baratheon. "Guardias del rey" se dijo, obligándose a recordar que Lord Baratheon era ahora el Rey de las Tormentas. "¿Desde cuándo los hombres del Lord vigilan el puerto?" se preguntó.
Pasaron junto a él y se dirigieron dos se dirigieron al muelle en el que estaba atracado el "Cortadora de Espuma". Algo pegó un salto en su interior, o quizás fue un grito; Sean no necesitó más, puso pies en polvorosa, andando raudo hacia las casas. El castillo ya no era una opción. Una sola puerta, con guardias controlando la entrada en la noche de viajeros y poca gente en la calle. Sería presa fácil. "Mierda" se dijo, el capitán le señalaba y los cuatro guerreros se giraron hacia él, "se acabó lo que se daba", pensó. Los dos guardias que estaban más cerca se le acercaron.
-¿Sois vos Sean, de Lanza del Sol?- preguntó uno de los guardias, mientras que los otros dos se acercaban desde el barco.
-Es él- dijo uno de ellos,- el capitán dice que vienen de la Lanza y ese es el viajero llamado Sean.
-¿Qué deseáis?- preguntó el espadachín con su mano izquierda, oculta por la capa, apretando el puño de su daga Plata. Había obviado la cortesía, pero los soldados tampoco parecían darle mucha opción.
-Nos tenéis que acompañar- dijo un tercero.- Se le requiere en el castillo.
Y entonces todo se desmoronó. De haber sido pleno día los soldados habrían descubierto su cara de asombro e incredulidad. ¿Qué narices pasaba? ¿Acaso Lady Baratheon sabía algo de su misión? Eran cuatro hombres, y él no portaba a su Tormenta para combatir sus espadas largas. No podía batirse en duelo con cuatro soldados con Plata y Sangre en plena noche en el puerto y pretender salir indemne de todo aquello. Su instinto le advirtió del peligro y, contra su voluntad, Sean aceptó a acompañar a los soldados.
-·-
Para su sorpresa no lo habían encerrado. Ya no sabía que estaba pasando, pero actuó como si nada de aquello fuera con él, como si fuera un siervo digno de Dorne y no un matarife de tres al cuarto contratado para una tarea tan vil como la suya. No le condujeron a las mazmorras, sino a través de los pasillos del castillo, entre la luz de las antorchas, hasta una puerta de madera de aspecto sobrio. Abrieron la puerta y casi lo metieron dentro. Allí no había ni una tímida luz, todo era oscuridad. Por una ventana de aspillera entraba la luz de la luna. "Porque la noche es oscura y alberga cosas terribles" se dijo, rió para sus adentros. Si temiera a la oscuridad como cualquiera de los siervos del Señor de la Luz estaría llorando y suplicando que lo sacaran de allí. Pero no lo hizo. La oscuridad era su amiga, una fuerte aliada en la noche. Él no era un seguidor de R'hllor, él era un Sangre Argéntea.
La puerta se abrió y la luz de las antorchas del pasillo recortaron una silueta bajo el quicio. Portaba una vela que iluminaba su rostro con un aspecto terriblemente bello. Sean reprimió el escalofrío que recorrió su espinazo e hizo una reverencia.
-Lady Baratheon- dijo con la reverencia,- ¿en qué puede servirle este humilde viajero a estas horas de la noche?
Última edición por Sean Tormenta el Mar Jun 11, 2013 12:37 pm, editado 1 vez
Sean Tormenta
Re: Llegando a Bastión de Tormentas [Brinna Baratheon]
Aquella noche se presentaba peculiar para la reina de las Tormentas, no sólo por la ausencia de lluvia, truenos y rayos que parecían conceder una tregua a aquellas tierras, sino porque la lectura a la que solía entregarse tras la cena fue interrumpida por un guardia que solicitó permiso para acceder a sus aposentos. Brinna dejó a un lado el grueso libro que apoyaba sobre sus rodillas y que contenía algunas historias acerca de los Connington, uno de los volúmenes que había traído consigo desde Nido de Grifos, y con un coloquial gesto de la mano invitó al soldado a entrar en la estancia que precedía a su alcoba, una acogedora sala dotada de una coqueta chimenea de piedra gris y algunos candelabros de hierro forjado que creaban diversos puntos de fuego y sombras que parecían bailar en cada rincón. - Mi señora, un mensajero procedente de Lanza del Sol ha llegado preguntando por un tal Sean que al parecer va a desembarcar en los muelles -. La joven reina suspiró y guardó silencio unos instantes; Nathan no se hallaba en la fortaleza aquella noche, así que fue aquél el motivo por el que los guardias decidieron acudir a ella con semejante noticia. Se puso en pie mientras estiraba con ambas manos la falda de su vestido color musgo ribeteado en plata en su escote y mangas, y tratando de no juguetear con el cinto argénteo que rodeaba su cintura, dijo tratando de mostrarse firme: - Ve con otros tres soldados a los muelles y trae a ese Sean... pero no lo lleves a los calabozos - puntualizó elevando en el aire su dedo índice, no como gesto de advertencia sino más bien como forma de enfatizar aquella orden - El mensajero debe esperarme en la sala de recepciones, quiero saber qué dice la nota que trae -. El guardia asintió con la cabeza y desapareció con paso presto, fundiéndose su figura en las sombras del corredor mientras Brinna exhalaba un suspiro antes de descender las angostas escaleras que conducían al piso inferior del único torreón que componía Bastión de Tormentas. Hizo llamar a Beren y a Almeric, dos de las espadas juramentadas de Nathan que habían permanecido en la fortaleza para proteger a la reina, y ordenó que la esperaran también en la sala de recepciones.
No pasó mucho tiempo cuando fue informada de que el hombre al que buscaba el mensajero dorniense esperaba en uno de los habitáculos del entresuelo, unas pequeñas y oscuras estancias a medio camino entre cualquiera de las salas que formaban el piso bajo de la fortaleza y las lúgubres mazmorras del sótano. No resistió la tentación de descender hacia allí para comprobar con sus propios ojos cuál era el aspecto y la actitud que mostraba; a pesar de que los guardias le aseguraron que había sido pacífico y no había puesto resistencia, quería verlo por sí misma antes de decidir si podía ser trasladado al piso superior o por el contrario, tendría que esperar en un calabozo el veredicto del rey de las Tormentas. Tomando una gruesa vela de cera amarillenta entre las manos, recorrió los oscuros pasillos de piedra sin labrar que conducían hacia una de aquellas salas de múltiples usos, escoltada por los cuatro soldados que acababan de regresar de los muelles. La puerta de la estancia se abrió con un tenebroso chirrido que pareció ser oído en todo el baluarte, y la reina parpadeó unos instantes hasta que la tenue y débil luz que ofrecía la vela que portaba alcanzó a iluminar la figura de un hombre joven que de inmediato se inclinó con una cordial reverencia y ánimo tranquilo. En sus ojos no se leía hostilidad pero sí una astucia que no pasó inadvertida a la escrutadora mirada que Brinna le dedicó. - Quitadle sus armas - ordenó a uno de sus guardias antes de responder a las palabras que Sean le dedicó - Buenas noches, lamento haberos hecho esperar - dijo con una sonrisa amable, retrocediendo un par de pasos para regresar al pasillo y ser rodeada por los cuatro soldados, uno de los cuales ya sostenía no sólo una espada de mano y media sino también una ropera y una daga que había entre sus ropas. La calidad y eficiencia de aquellas armas se escapaba a la comprensión de la reina, quien no sabía nada acerca de aceros más que su finalidad de atravesar la carne de aquellos que se consideraban enemigos - Os devolveré vuestras armas, pero antes quisiera hablar con vos -. Sin decir más, dio media vuelta para ascender por las escaleras de piedra hasta el piso superior, donde los corredores se ensanchaban notablemente y las antorchas ofrecían una luz anaranjada que se fundía con la piedra negra de las paredes. Los pasos de la reina pasaban inadvertidos ante los pasos de las botas de cuero de los guardias que la escoltaron.
Sean fue conducido hacia una sala destinada a la recepción de todo aquél que visitara Bastión de Tormentas, y le hicieron permanecer contra una pared mientras Brinna se acomodaba en un trono cuyas patas y reposabrazos estaban formados por gruesas astas de venado de extremos retorcidos y afilados. El asiento y también el respaldo se cubrían con una gran piel de ciervo y cuando la reina se sentó, la enorme cornamenta que decoraba el asiento pareció surgir de su propio cuerpo. A ambos lados de la joven se situaron Beren y Almeric con gestos adustos y desconfiados dirigidos hacia Sean, y a los cuatro guardias que habían acompañado a reina y bastardo hasta allí se unieron otros diez soldados que escoltaban aquel trono, cinco a cada lado. Dos mujeres en pie tras el trono cogían sus manos en sus regazos, dispuestas a atender cualquier necesidad de su reina. Con sus ojos azules fijos en los de Sean, Brinna alargó una mano hacia su derecha para que Almeric depositara en su palma la nota que le había sido confiscada al joven mensajero cuya presencia pasaba casi inadvertida, pues se encontraba en un rincón en completo silencio y mostrando cierto temor ante la situación. - “Sean, necesito que regreses, tenemos otros asuntos que atender que tienen mayor urgencia” - leyó la reina en voz alta, devolviendo después la mirada al misterioso viajero - Espero que entendais que quiera ser conocedora del contenido de un mensaje que llega a Bastión de Tormentas para que sea entregado a alguien que ni siquiera será recibido en el castillo porque no ha anunciado su llegada - explicó con una genuina sencillez que no contenía sin embargo ninguna disculpa - De la misma manera, comprendo que no es vuestra la responsabilidad de ser receptor de este mensaje aquí, en nuestros muelles, sino que incumbe exclusivamente a Maron Martell el que este chico haya viajado hasta aquí desde Lanza del Sol... ¿O me equivoco? - preguntó de forma retórica, ladeando el rostro y sesgando la mirada con cierta suspicacia. La distancia que separaba a la reina del bastardo era de algunas varas y entre ambos había un espacio invadido parcialmente por los diez soldados que formaban un pasillo; sin embargo, no le fue indicado a Sean que se aproximara y la reina se limitó a observarle mientras sus pequeños dedos tamborileaban en la madera de asta del reposabrazos, siendo aquel sonido lo único que se escuchaba en la sala al margen del que producían algunos guardias con sus mallas y espadas al moverse para aliviar el cansancio de permanecer en pie.
No pasó mucho tiempo cuando fue informada de que el hombre al que buscaba el mensajero dorniense esperaba en uno de los habitáculos del entresuelo, unas pequeñas y oscuras estancias a medio camino entre cualquiera de las salas que formaban el piso bajo de la fortaleza y las lúgubres mazmorras del sótano. No resistió la tentación de descender hacia allí para comprobar con sus propios ojos cuál era el aspecto y la actitud que mostraba; a pesar de que los guardias le aseguraron que había sido pacífico y no había puesto resistencia, quería verlo por sí misma antes de decidir si podía ser trasladado al piso superior o por el contrario, tendría que esperar en un calabozo el veredicto del rey de las Tormentas. Tomando una gruesa vela de cera amarillenta entre las manos, recorrió los oscuros pasillos de piedra sin labrar que conducían hacia una de aquellas salas de múltiples usos, escoltada por los cuatro soldados que acababan de regresar de los muelles. La puerta de la estancia se abrió con un tenebroso chirrido que pareció ser oído en todo el baluarte, y la reina parpadeó unos instantes hasta que la tenue y débil luz que ofrecía la vela que portaba alcanzó a iluminar la figura de un hombre joven que de inmediato se inclinó con una cordial reverencia y ánimo tranquilo. En sus ojos no se leía hostilidad pero sí una astucia que no pasó inadvertida a la escrutadora mirada que Brinna le dedicó. - Quitadle sus armas - ordenó a uno de sus guardias antes de responder a las palabras que Sean le dedicó - Buenas noches, lamento haberos hecho esperar - dijo con una sonrisa amable, retrocediendo un par de pasos para regresar al pasillo y ser rodeada por los cuatro soldados, uno de los cuales ya sostenía no sólo una espada de mano y media sino también una ropera y una daga que había entre sus ropas. La calidad y eficiencia de aquellas armas se escapaba a la comprensión de la reina, quien no sabía nada acerca de aceros más que su finalidad de atravesar la carne de aquellos que se consideraban enemigos - Os devolveré vuestras armas, pero antes quisiera hablar con vos -. Sin decir más, dio media vuelta para ascender por las escaleras de piedra hasta el piso superior, donde los corredores se ensanchaban notablemente y las antorchas ofrecían una luz anaranjada que se fundía con la piedra negra de las paredes. Los pasos de la reina pasaban inadvertidos ante los pasos de las botas de cuero de los guardias que la escoltaron.
Sean fue conducido hacia una sala destinada a la recepción de todo aquél que visitara Bastión de Tormentas, y le hicieron permanecer contra una pared mientras Brinna se acomodaba en un trono cuyas patas y reposabrazos estaban formados por gruesas astas de venado de extremos retorcidos y afilados. El asiento y también el respaldo se cubrían con una gran piel de ciervo y cuando la reina se sentó, la enorme cornamenta que decoraba el asiento pareció surgir de su propio cuerpo. A ambos lados de la joven se situaron Beren y Almeric con gestos adustos y desconfiados dirigidos hacia Sean, y a los cuatro guardias que habían acompañado a reina y bastardo hasta allí se unieron otros diez soldados que escoltaban aquel trono, cinco a cada lado. Dos mujeres en pie tras el trono cogían sus manos en sus regazos, dispuestas a atender cualquier necesidad de su reina. Con sus ojos azules fijos en los de Sean, Brinna alargó una mano hacia su derecha para que Almeric depositara en su palma la nota que le había sido confiscada al joven mensajero cuya presencia pasaba casi inadvertida, pues se encontraba en un rincón en completo silencio y mostrando cierto temor ante la situación. - “Sean, necesito que regreses, tenemos otros asuntos que atender que tienen mayor urgencia” - leyó la reina en voz alta, devolviendo después la mirada al misterioso viajero - Espero que entendais que quiera ser conocedora del contenido de un mensaje que llega a Bastión de Tormentas para que sea entregado a alguien que ni siquiera será recibido en el castillo porque no ha anunciado su llegada - explicó con una genuina sencillez que no contenía sin embargo ninguna disculpa - De la misma manera, comprendo que no es vuestra la responsabilidad de ser receptor de este mensaje aquí, en nuestros muelles, sino que incumbe exclusivamente a Maron Martell el que este chico haya viajado hasta aquí desde Lanza del Sol... ¿O me equivoco? - preguntó de forma retórica, ladeando el rostro y sesgando la mirada con cierta suspicacia. La distancia que separaba a la reina del bastardo era de algunas varas y entre ambos había un espacio invadido parcialmente por los diez soldados que formaban un pasillo; sin embargo, no le fue indicado a Sean que se aproximara y la reina se limitó a observarle mientras sus pequeños dedos tamborileaban en la madera de asta del reposabrazos, siendo aquel sonido lo único que se escuchaba en la sala al margen del que producían algunos guardias con sus mallas y espadas al moverse para aliviar el cansancio de permanecer en pie.
Brinna Baratheon
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