La Rebelión De Los Fuegoscuro
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Que se acaben las mentiras

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Mensaje por Aimeé Hoggs Jue Mar 28, 2013 12:21 pm

Habría besado el suelo de no haber sido demasiado extraño, era la primera vez que se montaba en un barco y rezaba a los siete, a la madre o a cualquiera que quisiera escucharla por que aquella situación no se repitiera demasiadas veces. El viaje había sido un verdadero horror, el golpeteo de las olas contra el barco haciendo que este se moviera una y otra vez, una y otra vez, sumado al delicado estado en el que la pelirroja se encontraba había hecho propicio aquello. A diferencia de muchas mujeres, de las pocas a las que había podido preguntar, le habían dicho que las nauseas se acabarían por mitigar, pero Aimeé seguía sintiéndose igual de mal que la primera vez, además estaba más que agotada, no se hubiera imaginado que cargar en el vientre con un bebé hiciera que cada paso contaran por cuatro. Pero ya estaban allí, Dorne, Lanza del sol, y Aimeé intentaba que la ilusión de que al fin se fuera a encontrar con Myriah, que al fin se hubiera acabado todo y que al fin pudiera ser sincera al cien por cien con ella, compensaran la más que horrible travesía. La pelirroja necesitaba consejo, necesitaba una mano amiga y aunque no sabía al cien por cien cual sería la reacción de la reina, sabía que aunque nunca llegara a aprobar su decisión si le tendería una mano, eran como hermanas y a veces se hacen cosas por los que se quiere aunque no se aprueben. Dejó de lado todos los malos pensamientos y se cargó de positivismo. Todo va a ir bien.

En Lanza hacía un calor insoportable, Aimeé llevaba puesto un vestido de seda blanco holgado de media manga con un cinto negro a la altura del vientre que lo entallaba bajo el pecho, casi seis meses, era imposible ocultar tal cosa por muchos vestidos amplios que se quisiera poner y aquello la hizo esbozar una media sonrisa mientras su mano de paseaba por su vientre en un suave caricia. De todos modos, por muy feliz que la hiciera a ella su embarazo, la idea de que este llegara a oídos de Gideon era más que peligroso, llevaba por lo tanto siempre consigo una túnica de un tono oscuro que aún ahora era lo bastante grande como para ocultar su avanzado estado. Se moría de calor con esto puesto, pero era mejor pasar un poco de calor y no levantar sospechas que viceversa, ya se desharía de la túnica cuando se quedara a solas con la reina. El palacio de Dorne era realmente hermosos, nada más entrar la pelirroja se quedó embobada observando cada uno de los detalles que sobre la piedra caliza se dibujaban, los jardines, la fuente de piedra, nunca antes había estado en Dorne y maldecía no haber viajado antes a tan bello lugar. Aimeé iba solo acompañada por un par de hombres de confianza que Tyberius había cedido para ella los cuales habían sido muy amables y se habían encargado del transporte hasta el lugar, pues de nuevo su avanzado estado la impedía montar a caballo. Suspiró aletargada – ¡Por los siete! ¡Vino! Daría lo que fuera por un vaso de vino – Exclamó con tono bromista uno de los dos hombres, Aimeé rió con suavidad – No te preocupes, la reina es generosa y por la ayuda prestada os dará lo que pidáis en nuestra estancia y el vino dorniense es el mejor

Aimeé no era una gran bebedora, pero la verdad es que echaba de menos poder echar un trago de vino. Se encontraban ya en el centro de uno de los jardines del palacio, vestido con un jubón claro y unos pantalones de piel de camello, un alto y moreno hombre se acercó con una sonrisa ladina. Portaba en el cinto una afilada espada, uno de los hombres encargados de proteger la entrada y salida de gente de palacio, realizó una suave reverencia a la cual Aimeé correspondió de un modo pausado – Señores, my lady – Dijo rasgando al fin el silencio – ¿Puedo saber que os trae por tierras Dornienses? Es más ¿Puedo saber si contáis con el permiso de estar en el castillo? – Aimeé sonrió y extendió la mano en dirección a uno de los hombres que la acompañaban, el hombre rebuscó en una de las bolas que tenía ceñida a uno de sus costados y sacó un par de cartas, esas mismas que Aimeé y Myriah habían intercambiado. Las extendió y el moreno las tomó para empezar así a leerlas – Soy Lady Aimeé Hoggs, dama de compañía de la reina Targaryen, como bien podéis leer en sus escritos ella y yo mantuvimos una breve conversación en la cual se dicto que nos veríamos aquí para tratar asuntos privados que en Desembarco han tenido lugar ¿Seriáis tan amable de hacer llamar a la reina, de anunciarle mi presencia? – El hombre releyó un par de veces los escritos y con una media sonrisa se las devolvió antes de realizar una reverencia – Con mucho gusto – Giró sobre sus pies y desapareció por uno de los largos pasillos que se adentraban en la fortaleza.
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Mensaje por Myriah Targaryen Vie Mar 29, 2013 7:21 pm

Lanza del Sol ese día parecía un infierno allá donde se posara la vista. Ya no era el calor sofocante que por esas fechas hacía, ni mucho menos. Era el ambiente turbio y casi caótico que se respiraba en cada esquina de la ciudad, en cada recoveco del reino entero. Y, por supuesto, en cada milímetro del palacio real, el que Myriah aún no había podido dejar desde hacía un par de meses. Había ido en misión diplomática, a apaciguar el fuerte temperamento de su hermano, y sin percatarse de ello y más sin proponérselo siquiera, la guerra que tanto parecía querer evitar había llegado a las puertas de su hogar, amenazando a su pueblo y a sus seres queridos, esos que andaban desperdigados por Poniente entero. La preocupación hacía mella en el carácter de la reina, que si bien de por sí no era fácil de llevar, en aquellos momentos de tensión era aún peor. Y por esas razones, aquel día cualquiera que estuviera cerca de la dorniense corría peligro de salir desairado, incluso malparado si se le tomaba poco en serio a la mujer.

- Esta espera me está matando – musitó malhumorada Myriah cuando su fiel sirvienta Tullah, esa mañana, había acudido a comentarle que aún no tenían noticias ni de sus nietos, de Sofia ni de su sobrina Liria. Los habían llevado a todos semanas antes a Bondadivina, para protegerlos de la que estaba por caer cerca de allí, pero recientemente habían mandado un cuervo al hogar de los Martell, diciendo que Maron mandaría de nuevo a toda aquella prole a Lanza del Sol. Y a partir de ahí el silencio parecía reinar más que el sientimiento de guerra en todos los corredores del palacio. Myriah había decidido quedarse con sus hermanos, con Sarella y Olyvar, quienes habían tomado el control, pues Maron y Mors estaban fuera de aquellos muros, intentando salvar a su pueblo. Y con la reina de Poniente – pese a que cada vez le quedara menos territorio sobre el que gobernar -, se había quedado su hija, terca como ella sola, a la cual no habían podido obligar a marcharse. Se había decidido que los pequeños tenían prioridad. Los demás sabían que sus vidas habría de ser quizás el precio a pagar por que el bien mayor venciera finalmente.

Myriah, llegados a esas alturas, casi no dormía por las noches y sufría de ansiedades constantes, cosa que nadie más que Tullah sabía. Las apariencias lo eran todo, y más en tiempos de guerra. Aún así, no pudo evitar sobresaltarse cuando Gerold, uno de los guardias apostados en los jardines del palacio, pidió paso a sus aposentos. Deseó con todas sus fuerzas que tuviera noticias, y buenas, de su familia, pero no parecía ser así cuando tendió una serie de cartas al aire, esperando que Myriah las tomara entre sus manos. La reina, un tanto desquiciada, cogió las cartas de mala gana, hasta que se dió cuenta de que sus firmas y sellos estaban en los papeles. Abrió los ojos, encandilada con su propia letra, pues acababa de percatarse de que sabía quién había traído las cartas. Solo ella, solo Aimeé podía llevar encima como salvaguarda aquellos trozos de papel. El guarda, que aún no había explicado siquiera por qué tenía esas cartas, fue cortado de inmediato en el monólogo que iba a emprender. - Que traigan inmediatamente a mi presencia a quienes te hayan dado estas cartas, Gerold. Y rápido, como si la vida te fuese en ello – aclaró la reina, con porte augusto.

Nunca sabría con certeza si pasaron minutos, segundos u horas, pero el tiempo parecía haberse ralentizado demasiado para la dorniense, que yacía inquieta, dentada en una sillón de su habitación, mirando cada cierto tiempo la puerta de entrada, esperando que se abriera con buenas noticias al fin. Sus deseos se cumplieron cuando Gerold abrió de nuevo y con educación presentó a “Lady Aimeé Hoggs”, que en ese mismo instante cruzaba el umbral. Myriah no se lo pensó dos veces antes de abalanzarse sobre la pelirroja, estrechándola contra sus brazos, sin apenas percatarse del abultado vientre que esta mostraba.
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Mensaje por Aimeé Hoggs Sáb Mar 30, 2013 6:52 am

Aimeé deambulaba por aquel jardín nerviosa, se atusaba el cabello, tiraba de la túnica que la estaba asando de calor, hasta finalmente sentarse en un banco de piedra que al lado de la fuente se encontraba. El sonido del agua caer la hizo evadirse un instante, pero el calor que los ropajes le producían seguía haciéndola resoplar y moverse inquieta, haciendo que sus dedos repiquetearan contra la piedra o que sus pies marcaran algún tipo de melodía – Relajate Aimeé ya estamos aquí – Dijo Thomas, uno de los hombres de confianza de Tyberius de esos a los que les había pedido que la acompañaran, era un hombre muy abierto un poco charlatán pero de lo más agradable, desde el primer instante le había dicho que la cuidaría como si del propio lord Velaryon se tratara. Se acercó a ella, tomándola de la mano haciendo que la mirara – Deberías deshacerte de la dichosa túnica, ya estamos aquí ¿Que importa? – Aimeé negó con la cabeza – No, hasta que no este sola con Myriah no quiero que nadie se entere... Solo nos traerá problemas – Thomas alzó los hombros, había aprendido que insistir en ese aspecto no era una opción. La pelirroja sabía que tenía que ser cuidadosa, tanto en Desembarco como en la otra parte del mundo, no quería que nadie más de lo necesario se enterara de lo que en su vientre se gestaba, no por los problemas que a ella podía traerle, que iban a ser muchos pues al fin y al cabo era una mujer casada, si no por lo complicado que se podía poner para el o la que todavía no había nacido. A ella podía pasarle cualquier cosa, pero a su bebé no.

Se escucharon de pronto pasos y Aimeé se alzó todo lo rápido que pudo de su asiento, Myriah no venía con él y no supo discernir si aquello era algo bueno o malo – My lady – Dijo al estar frente a ella haciendo un suave movimiento con la mano para que le siguiera – La reina os espera en su recamara, si sois tan amable de seguirme – Aimeé hizo un suave movimiento con la cabeza y esbozó una sonrisa emprendiendo aquel camino que la llevaría al fin al encuentro con Myriah – Quienes os acompañan pueden seguirnos, al llegar a nuestro destino serán invitados a todo aquello que deseen tomar – Aimeé sonrió de nuevo observando de reojo a quienes la acompañaban como con un ya os lo dije. El hombre se identificó como Gerold, un guardia de la familia, y aunque iban con un paso más o menos ligero, no dejaba de hablar con ella como si fuera necesario rellenar todos y cada uno de los silencios. La pelirroja no se quejó, la verdad es que prefería aquello a tener que hundirse en sus pensamientos, al fin llegaron a la puerta y Gerold se adelantó tomando el pomo dorado, pero, antes de tirar la observó directamente – Lamento si os he parecido brusco al recibiros my lady pero... – Aimeé negó con la cabeza – Estamos en guerra, eso es todo – Gerold asintió y entonces si tiró de la puerta haciendo que esta crujiera y diera paso a la recamara, un suave viento fresco la golpeó en la piel al entrar, era una delicia, aquel lugar parecía mucho más agradable que el jardín – Lady Aimeé Hoggs – Pronunció mientras la pelirroja se adentraba en la habitación.

No le dio tiempo a decir nada, antes de que pudiera ser consciente de que al fin estaba ya frente a Myriah, que el viaje había terminado y que todo dejaba de dar vueltas, sintió los brazos de Myriah rodeando su cuerpo, uno mucho más abultado ahora y por que no, más dolorido. Aimeé posó las manos contra la espalda de la reina soltando una suave risa – ¡Al fin! Tenía tantas ganas de verte... – Le dijo acompañada con una suave risita. Cuando las dos se apartaron Aimeé la observó directamente – ¿Es que por ti nunca pasaran los años? Aún con el mundo dando vueltas sigues igual que la última vez que nos vimos, tan hermosa y regia – Su vista se paseó hasta observar de reojo a quien todavía allí se encontraban, al parecer captaron la indirecta de inmediato pues se despidieron con una suave reverencia y se marcharon cerrando la puerta – Gracias por recibirme, imagino que estas más que atareada y que hayas hecho un hueco para mi... Te lo agradezco – Sonrió – ¿Como están tus hijos? ¿Y los pequeños? Me hizo tan feliz oír sobre su nacimiento, tengo muchas ganas de verlos – Como era de esperar, tenía el instinto maternal a flor de piel. Se acomodó el cabello tras la oreja en un gesto nervioso – ¿No entrará nadie aquí verdad? – Preguntó aún indecisa, pero ya no podía más, no por las ganas que tenía de que Myriah supiera de los cambios sucedidos, si no por que el calor era más que una tortura. Con un gesto suave apresó el bajo de la túnica y con un movimiento pesado, pues los casi seis meses convertían todos sus pasos en algo más que pesado, se quitó la túnica mostrando el vestido blanco vaporoso y de paso también el que durante demasiado tiempo había sido un secreto.
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Mensaje por Myriah Targaryen Lun Abr 01, 2013 10:57 am

Myriah no sabía bien qué hacer en aquel momento. No sabía si tenía ganas de reír, de llorar, de saltar como una niña pequeña... Quizás lo sentía todo al mismo tiempo, se ahí su descontrol a nivel psicológico, que no le hacía discernir verdaderamente lo que estaba viviendo. Si no, por como estaba estrechando a su querida amiga se hubiera dado cuenta de que estaba embarazada de muchos más meses de los que ya podría ocultar, de ahí sus ropas. O también se hubiera percatado de que estaba rodeada de gente cuyo rostros denotaban cierto sentimiento incómodo, bien porque no sabían qué hacían verdaderamente allí, o porque no habían visto a la reina comportarse de esa manera en mucho tiempo. Aquel último era, concretamente, el caso de Tullah, que saludó con una media sonrisa a Aimeé, aunque estaba igual de estupefacta como la reina por la presencia de la pelirroja en Lanza del Sol.

Myriah se separó de su mejor amiga, su confidente, y sonrió, con los ojos brillantes que anunciaban que, posiblemente, se pondría a llorar en cuanto las dejaran solas. Tomó la cara de Aimeé entre sus manos, sonriendo, posando los dedos pulgares con suavidad sobre sus mejillas, acariciándolas con cariño. - Los Siete me cuidan bien, como a ti. Estás hermosísima, amiga mía – le dijo, al tiempo que, de repente, notaba movimiento en la habitación. Las dejaban solas. Myriah soltó a Aimeé al tiempo que Tullah pasaba junto a ellas. Myriah le sonrió y la criada le devolvió el gesto. - Búscales a nuestros invitados la habitación que se merecen. Que no les falte comida y bebida y de todo aquello que necesiten que lo pidan y se les proveerá de ello. Y tú, Gerold, vuelve al patio y asegúrate de que el castellano ha sido avisado de la llegada de Lady Aimeé, mi dama de compañía. A la princesa Sarella la avisaré yo personalmente – dio como instrucciones la reina, antes de que todos los presentes hicieran una reverencia ante su persona y salieran por la puerta, dándoles intimidad a las dos mujeres. La dorniense suspiró. En tiempos de guerra todos debían estar avisados de cualquier movimiento que se diera en aquellos dominios y eso a veces la cansaba. Pero su amiga estaba allí y era de lo que tenía que preocuparse, por el momento.

- No, tranquila, no entrará nadie – aseguró, obviando la pregunta de sus hijos y nietos para más tarde, denotando lo poco que le gustaría referirse al tema. Sin embargo, era Aimeé después de todo. Con nadie más iba a poder desahogarse ni mencionar sus penas que a nadie salvo a ella le importaban. Así que se tranquilizó y tomó aire, antes de hablar. - Si te digo la verdad, Aimeé, yo... – comenzó a decir, pero se vio cortada cuando su amiga se quitó la túnica al mismo tiempo que ella hablaba y mostraba, bajo un vestido blanco vaporoso, el abultado vientre del que la reina debía haberse percatado ya. Myriah abrió los ojos, sorprendidísima. - ¡Aimeé! – exclamó, posándole las manos sobre la tripa. Obvió el hecho de que había entrado de blanco al palacio, cosa que por no debía haber hecho puesto que aquel era el color del luto en los desiertos y parecía de mal augurio en aquellos tiempos, en aquel estado. No era dorniense y aquello se lo podía perdonar. Pero sí había algo que preocupó a la reina, que entendió que aquel era el asunto del que quería hablar su amiga. - ¿Cómo se te ocurre venir desde Desembarco en tu estado? ¿Con los peligros que hay allí fuera? No tenías que haberlo hecho, Aimeé no... – comenzó a reprocharle la mujer. Aquello no era propio de su dama de compañía. Una mueca de recelo se mostró en la hermosa faz de la reina casi sin reino y un suspiro llenó sus pulmones cuando se percató de que algo pasaba, más allá del embarazo de su dama. - Algo ocurre, ¿verdad? Si no, me lo habrías dicho por carta...
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Mensaje por Aimeé Hoggs Lun Abr 01, 2013 2:51 pm

Para dos personas tan unidas como la reina y su dama lo estaban era imposible no darse cuenta de pequeños detalles, aunque ilusionada ante la idea de volver a estar junto a la que ya consideraba una hermana, no pudo obviar el detalle de que había respondido ni de pasada el tema que sobre sus hijos versaba. Con otra persona hubiera sido más pesada, intentando sonsacar el por que de ese silencio repentino, pero entendía demasiado que en el caso de Myriah no era evitar un tema, si no un “más tarde”, así que guardó silencio. En aquel instante la interesó más dedicarse a deshacerse de la maldita túnica, hacía un calor bastante insoportable en Lanza y ante las palabras de que allí nadie más iba a entrar, se deshizo de la túnica quedando enfundada en aquel vestido vaporoso y lo que era más importante, mostrando su avanzado estado de gestación. Escuchó la voz de Myriah como en un susurro, y alzó la vista buscando la de esta sin saber que esperar.

Una suave risa se escapó de sus labios al sentir sus manos contra el vientre – No se que le pasa, pero hoy esta de lo más tranquilo, el bebé debe de saber que esta frente a la reina – Bromeó. Como bien le había dicho a Tyberius la última vez que se vieron, el bebé que en sus entrañas crecía era muy revoltoso, daba patadas todos los días por no decir a todas horas y se inquietaba con facilidad, tal vez el viaje en barco lo había dejado tan echo polvo como a su madre. No hubiera esperado más respuesta a su estado que sorpresa, pero la sorpresa dio paso pronto a un tono de reproche, y tampoco fue capaz de decir nada, de recriminar nada pues al fin y al cabo no iba a negar que aquel viaje con casi seis meses de embarazo a las espaldas era algo inconsciente – Myriah yo... – Masculló pero prefirió callar nuevamente – Te dije en la carta que era algo importante, lo suficiente como para hacerme viajar hasta aquí cuando me duele la espalda como si miles de espadas la estuvieran acuchillando y me canso con subir unas simples escaleras... – Suspiró ella también – No podía esperar a que volvieras a Desembarco, al principio con lo convulsa que esta la situación con tus hijos pensé que pronto volverías, pero pasaban los días y... No puedo esperar más – Dichas aquellas palabras guardó silencio pensativa, la verdad es que la había sorprendido que Myriah no hubiera tomado el primer barco con rumbo a su hogar tras enterarse de lo sucedido con Baelor. Aquello la hizo dudar ¿Sabría la reina los cambios trágicos que en su hogar se estaba fraguando?

Si no lo sucediera ahora tendría a Gideon con la mano pegada al vientre feliz al ver que va a tener un vástago... – Resopló atusándose el cabello – ¿Puedo sentarme? – Preguntó aunque la verdad es que no lo sentía necesario, sabía que iba a permitirle aquello. Tomó una silla que cerca se encontraba de madera con unos cojines de terciopelo rojo que contra la piel cansada fueron tan placenteras como una caricia – Esto es complicado tanto de contar como de entender cuando te encuentras fuera de esta situación... No busco que me aplaudas y me digas que todo te parece perfecto perfecto, más bien he venido aquí consciente de me dirás todo lo contrario, pero también pretendo que comprendas que aunque para muchos lo que voy a contarse es un error o algo malo, es lo que deseo y estoy dispuesta a aceptar las consecuencias que ello me traiga – Tomó aire de un modo pausado dejando que este se escapara luego por la nariz – ¿Te acuerdas de las cosas que hablamos la última vez que nos vimos? Unos días después de nuestra conversación, me volví a encontrar con él después de tanto tiempo... Me preguntó si todavía le amaba y en aquel instante fui consciente de que, aunque el tiempo pasó, no le había olvidado y le quería todavía – Se mordió el labio nerviosa cada palabra hacía que el aire que de por su nariz se colaba fuera más denso, más difícil de digerir. No era muy difícil de deducir por donde iba a continuar la historia – Volvimos a encontrarnos en Desembarco... Hablamos de nuestras situaciones y de que él iba a partir a la guerra... Y me pidió que le diera un heredero... Y le dije que si – Se mordió el labio una vez más – El vino a Rocadragón al mismo tiempo que yo y... Bueno, no creo que para ti sea un misterio el modo en que se concibe... Y me quedé embarazada... Espero un hijo del hombre al que amo, pero no con él que estoy casada. Pactamos que cuando el niño sea lo bastante fuerte sería enviado a su fortaleza, es un lord pudiente no tendría que preocuparse de nada, crecería fuerte, cuidado... Y aunque no pudiera tenerlo a mi lado todo lo que me gustaría, su bienestar me compensa. Diría que era un hijo que tuvo por gusto durante la guerra, una mujer que le gustó y que paso, y al cual dará su apellido... – Rió nerviosa – Creerás que estoy más que loca, pero yo... Aunque nunca pueda estar con él y tampoco con mi hijo o hija... Necesitaba saber que aunque nosotros no podamos ser felices juntos, al menos algo de los dos existirá... – Bajó la mirada – Son, sueños de niña enamorada... Lo se... Pero quiero a Tyberius y... No puedo evitarlo
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Mensaje por Myriah Targaryen Jue Abr 04, 2013 4:45 pm

Aimeé rió suavemente bajo el contacto de las manos de su amiga, que aún estaba estupefacta por la noticia. La pelirroja aseguraba que el bebé aquel día estaba tranquilo y Myriah, de repente, deseó que fuera aquello y no algo peor. Su dama de compañía defendió una postura que a la dorniense le parecía lógica y aplastante, pero a la vez inconsciente. Había recorrido kilómetros enteros para verla a ella, para decirle que esperaba un hijo que, en verdad, deseaba con todas sus fuerzas, pues bien conocía la reina a la Hoggs y una de sus últimas conversaciones había versado sobre el tema de la maternidad. Con todo ello, era totalmente una locura, teniendo en cuenta que el embarazo estaba muy avanzado. O eso o que Aimeé estaba desarrollando un vientre demasiado abultado. Fuera como fuese, Myriah deseó que ambos estuvieran bien después de aquello. Lo que no lograba encuadrar dentro de todo aquello es que Gideon dejara que su esposa viajara tan lejos de su control, pese a que conociera su objetivo, es decir, la visita a la reina Targaryen, que allí era más conocida como Princesa dorniense. Frunció el ceño, pues, sin saber muy bien qué pensar respecto al tema, hasta que mencionó que la espera no podía hacerse más larga, pese a que había estado esperando que ella volviera a Desembarco del Rey. Al principio se le agolparon mil ideas en la cabeza. ¿Cómo quería que volviera a la capital de Poniente cuando se estaba librando una guerra en las puerta de su hogar natal? ¿Cómo Aimeé deseaba ver a la reina rodeada de consejeros histéricos realizando sobre una mesa movimientos estratégicos que luego se irían al garete mientras no tenía ninguna noticia de sus hermanos? ¿Y sus nietos? ¿Su sobrina? ¿Sofia? Dorne y los Martell en aquel momento eran tal para cual: un desastre.

La dorniense, pues, había decidido que había de quedarse tras el parto de Sofia para que la chiquilla recuperara fuerzas, mientras que Maekar y Baelor se marchaban a Desembarco.... Y eso había pasado casi dos meses antes. Ahí estaban todos, entre la espada y la pared, sin poder moverse de Lanza del Sol, sin tener noticias del exterior. Por aquello mismo, el rostro de Myriah cambió completamente cuando Aimeé se refirió a sus hijos. La reina abrió levemente los ojos, con el suficiente refinamiento para no parecer que en aquel momento se encontraba más que perdida, pero se denotaba que un extraño sentimiento de nerviosismo empezaba a avanzar por todo su cuerpo. Ella sabía que algo había pasado. Había escrito semanas antes a Daeron después de que se llevaran a Aemon, Nymeria y Liria fuera del palacio, cuando una noche se desveló completamente con el pecho encogido y unas ganas terribles de despedazar gente. O de llorar. O de las dos cosas. Nunca supo muy bien que le había pasado, pero sabía e intuía que algo sucedía. La respuesta de su esposo nunca había llegado, pero Aimeé acababa de dejarle bien claro que sus paranoias no eran pura imaginación. - ¿Qué ha pasado con...? - comenzó a preguntar, pero un ruido la desconcentró. La puerta se abrió y tras ella apareció Tullah. La sirvienta entró, tocando suavemente la madera con sus nudillos, sin pasar del umbral, por lo que no podía ver la figura de Aimeé. - Los acompañantes de Lady Hoggs están descansando en las habitaciones del final de este ala. Lady Aimeé puede quedarse en la estancia contigua a la de Lady Aelinor … Vos, Majestad, ¿necesitáis algo? – preguntó la criada con su voz tranquila y sosegada. En un primer momento Myriah fue a negar con un movimiento de cabeza, pues poco antes de que Aimeé llegara Tullah ya había servido en una mesa agua, vino y un gran cuenco de frutas para que la reina se alimentara de algo. Sin embargo, la dorniense miró de reojo a su dama de compañía y cambió de opinión. - Sí, Tullah. Trae limones y sal – ordenó sin más, haciendo un ademán con la mano para que se fuera y dejara terminar a Aimeé con su historia. Ya habría tiempo de seguir con la de los hijos de la reina.

Todas las preguntas que Myriah se había ido haciendo poco a poco obtuvieron respuesta. La primera tuvo que ver con Gideon. En efecto, él estaría demasiado feliz por el hijo que esperaba con su bienamada esposa... Si es que el vástago fuera suyo. Myriah, de repente, lo entendió todo. No podía creerlo de su amiga, pero había pasado: Aimeé había traicionado a su esposo por aquel al que decía amar, cuyo nombre aún desconocía la dorniense. Myriah, quien por supuesto no pudo negarse a que su amiga tomara asiento, escuchó cada palabra de la joven con una expresión de incredulidad en el rostro. Ella misma también tuvo que sentarse cuando descubrió que mandándola a Rocadragón había sido cómplice indirectamente de toda aquella situación. Aimeé habría de enviar a su hijo a la fortaleza de un lord que le daría protección, cobijo y, sobre todo, legitimidad. La reina tragó saliva. - Por los Siete, Aimeé... - empezó a decir, sin saber muy bien cómo continuar. Las circunstancias le habían ido restando poco a poco la elocuencia, o es que se sentía demasiado vieja ya para algunos temas. Cada vez estaba más fría, más calculadora, y para no estarlo. Solamente le faltaba averiguar que su primogénito estaba encerrado en Desembarco del Rey, en una celda cual traidor se le había condenado, para que el mundo conociera a una Myriah que hasta entonces no se sabía que existía. Pero aquel no era el momento y ya averiguaría más tarde que su familia cada vez estaba hecha más añicos.

La pelirroja bajó la mirada y Myriah suspiró. Pobre chiquilla. No podía imaginarse lo que estaba pasando por la cabeza de Aimeé, que si bien debía ser ya un caos emocional por culpa del embarazo, la situación no ayudaba. Se acercó pues a ella, abrazándola suavemente, con todo el cariño que le profesaba, hasta que el nombre de su amado salió entre los labios carnosos de la joven, haciendo que el rostro de la reina se contrajera. Tyberius. Myriah creyó que de repente se moría allí mismo, abrazada a su amiga. - Pero qué has hecho, bendita mía... – musitó, helada. Parecía que los Siete querían que las acciones de los Velaryon pusieran entre la espada y la pared a la reina. El antiguo Lord, uno de sus grandes amigos, había atentado contra su vida cuando mandó matar a Damon Lannister. El que lo era ahora había dejado embarazada a su dama compañía, casada con quien era uno de los hombres que más influencia tenía en aquellos momentos en la capital. Aquello empezaba a disgustar a la mujer. Y mucho.
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Mensaje por Aimeé Hoggs Sáb Abr 06, 2013 12:56 pm

Dorne era un nido de problemas, pero Desembarco del rey había decidido no quedarse atrás en la conquista del puesto de lugar más problemático de Poniente. Aimeé, desde que se enterará de su estado de buena esperanza, pasaba los días en Rocadragón por que era mucho más seguro y por que allí se encontraban solo aquellos que contaban con la confianza suficiente tanto de su persona como del padre de su bebé y que por lo tanto no abrirían la boca. Aquello no había impedido que enviara de vez en cuando a alguna de las pocas criadas con las que contaba para que le trajera noticias sobre el estado del lugar, y los rumores, no son de esas cosas que se puedan acallar. Había llegado a los oídos de la pelirroja hacía relativamente poco que las cosas entre los Targaryen eran mucho más explosivas que en el campo de batalla, infamias horribles sobre Baelor habían sido dichas y se pasaban de boca en boca con más rapidez que la pólvora. Aimeé no había querido darle más importancia de la que realmente podía tener, en tiempos de guerra se inventan muchas cosas para desestabilizar a los enemigos y aquello podía ser uno más de tantos ¿Como iba a ponerse en problemas Baelor si siempre había sido el más sensato y cuerdo? A medida que los días pasaban las voces se hacían más fuertes, pero Aimeé seguía con su tarea de negar aquello que se tornaba más evidente. Myriah no esta aquí, si fuera verdad habría dejado todo y habría venido corriendo a el encuentro de su hijo. Si Myriah no vuelve es porque las cosas están bien. Ahora, tras ver el suave movimientos de sus ojos ante sus palabras, con cierto sobresalto, se dio cuenta de que tal vez no había mirado una de las infinitas caras de aquel prisma ¿Y si Myriah no sabía nada de lo sucedido? ¿Y si nadie se lo había comunicado y por eso no volvía?

Se mordió el labio al escuchar su entrecortada pregunta, y no supo si agradecer el sonido de la puerta que tras ellas se produjo ¿Como iba a contarle a una madre lo sucedido con su retoño en su ausencia? Por un lado no sabía si deseaba contarle esas cosas, ser ella quien le diera tales noticias, pero por otra parte consideraba cruel callarse algo tan importante. Eran amigas, como hermanas, y si Myriah preguntaba Aimeé no vacilaría en contarle nada, solo que tendría que pensar en como aplacar una ira que estallaría sin duda alguna. Aimeé ladeó el rostro, esbozando una media sonrisa a quien en el umbral estaba quieta, agradeció que Tullah siempre hubiera sido muy respetuosa en a lo que la relación entre la reina y la dama se refería y no se adentrara más en la estancia – Os agradezco tal gesto, después de un viaje tan largo deben de estar derrotados – Dijo ante la idea de que al fin sus acompañantes encontraran un asiento cómodo en el que sentarse, pues tras el viaje en barco nada podía ser más desastroso. La mujer siguió hablando con Myriah, pero Aimeé en aquellos instantes ya estaba perdida en el paisaje que se dibujaba más allá de la habitación, Dorne era precioso, era como de cuento y la verdad es que le hubiera gustado ir a verlo en unas situaciones más propicias. Aimeé siempre había deseado viajar, por eso le daba tanta pena pensar que miles de lugares serían arrasados por la batalla. Se preguntó también como debía estar Tyberius, hacía tiempo que no tenía noticias de él y aunque su instinto le decía que estaba vivo, no podía dejar de preocuparse por él ¿Como debía ser estar en un campo de batalla? Horrible. Suspiró antes de escuchar el sonido de la puerta cerrarse y salir de sus ensoñaciones fijando su mirada de nuevo en el rostro de la reina – Me gustaría pedirte que, después de nuestra conversación, hicieras llamar a algún maestre. Me encuentro bien, pero con esto del viaje hace ya semanas que no se me visita en condiciones y... Supongo que no puedo evitar preocuparme

Era dolorosa, cada palabra que salía de sus labios era dolorosa. No podía decir que todo aquello le pareciera una maldición, que estuviera triste o enfadada consigo misma por haber hecho tal cosa, por que no lo estaba. Pero a la vez, se sentía mal por que todo fuera de ese modo, desde la primera vez que habían dejado escapar la idea de casarse y tener hijos, que Aimeé había soñado con pasear su vientre ante todo aquel que por la corte la viera, había soñado con su rubio caballero pegado a su vientre contándole sus fantasías sobre el que iba a ser su pequeño y no el tener que esconderse como si aquello fuera lo peor. Por otro lado estaba Gideon, no lo amaba, lo había intentado con todas sus fuerzas pero no había nacido la llama, de todos modos no podía evitar sentirse mal por hacerle una jugarreta tan sucia a alguien que siempre la había querido tanto. La observó de reojo al escuchar al fin su voz, no eran palabras elocuentes, pero tampoco las esperaba pues si ella estuviera en su lugar habría dicho lo mismo. Miles de pensamientos se confundían en su cabeza y chocaban como las olas lo habían hecho en el barco cuando viajaba, pero al sentir el abrazo de su amiga, Aimeé se sintió un poco menos sola, desde que Tyberius se había marchado a la guerra que se había pasado los días sola y había echado de menos el sentir que alguien la apreciaba. Sin pensar dijo su nombre, por que hacía tiempo que deseaba volver a nombrarle, por que le había echado de menos y por que a veces la mente nos hace estas cosas – Y-yo... – Se retiró un poco para observar a Myriah – No puedo decir que este arrepentida... Al principio estaba convencida de que no quería hacerlo, que si no nos casábamos no... Quería hacer tal locura... Pero, cuando dejó tan claro que no le importaba que nuestros niños no se parecieran a él... Tan solo... Lo hice – Era de dominio popular de los Velaryon y su pureza de sangre, y era más que obvio que Aimeé no encajaba en esa pureza. Todo seguía siendo una locura, pero a Aimeé aquel gesto tan solo pudo convencerla, pues para ella era una demostración de que era algo más que una atracción física – Yo no quería que mi primer embarazo fuera así... – Balbuceo con un tono quebrado – Tengo que medir cada paso para que nadie más de lo necesario lo sepa y he tenido que hacer un viaje larguísimo para buscar protección cuando estoy... Casi de seis meses... – Soltó una risa, aunque no demasiado feliz – Tendré que dejar ir a mi hijo cuando sea un poco más mayor, verle crecer... Dudo mucho que lo haga... Y estoy asustada... Muy asustada... Pero por supuesto nadie lo entiende ¿Quien lo va a entender en una fortaleza llena de soldados?
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Mensaje por Myriah Targaryen Dom Abr 07, 2013 2:24 pm

Myriah deslizó un brazo por la espalda, seguro dolorida, de su amiga, mientras intentaba que su mente aclarara las ideas. Pero todo era muy confuso. Aimeé y Tyberius Velaryon... Un suave escalofrío le azotó bajo la nuca, pero supo recomponerse y no dejar que la pelirroja siquiera notara su disgusto ante aquello. A sí misma no iba a negarse que le disgustaba la figura de Tyberius, Demasiado altivo, demasiado impulsivo. La había menospreciado por ser mujer, por creer que ella no gobernaría mejor que su esposo. Qué estúpido había sido demostrando aquello ante una dorniense, que había sido criada para combatir la sangre que corría por sus venas... Por las suyas y por el niño que Aimeé ahora llevaba en las entrañas. La reina se mordió el labio inferior antes de que la joven se separara de ella y siguiera relatándole cómo el destino había querido que aquello sucediera. La de Dorne suspiró cuando aquello sucedió. No podía decir que lo aprobara, pero tampoco podía deshacerse nada. Aimeé amaba al de los ojos violáceos – y bien esperaba que de la forma contraria también fuera, pues si no Myriah se juró mentalmente que recorrería medio mundo si había falta hasta estrangular la nívea garganta del joven Lord con sus propias manos, por toda la que había liado en su joven inconsciencia - y ella, en aquel aspecto, poco tenía que decir. Nunca había juzgado a la pelirroja en tres años y algo le impedía hacerlo en aquella ocasión. Quizás el desconcierto, o que amaba mucho a su amiga. Fuera lo que fuese, la cuestión es que si tenía que ayudarla, cosa que estaba claro que debía hacer, no lo haría por el de Mercaderiva, si no por el niño que poca culpa tenía de que sus padres no hubieran pensado las consecuencias de sus actos, y or supuesto por Aimeé, que era como una hermana pequeña para la dorniense.

- Aimeé, no soy quien para decirte cómo has obrado de bien o de mal, pues yo misma a veces he hecho cosas de las que no me siento orgullosa... – comenzó a decir Myriah, apartándole del rostro a la pelirroja un mechón rebelde. Sí, tampoco podía juzgar a Aimeé cuando ella misma había tenido amantes y gracias a los Siete o a la Madre Rhoynar no se había quedado embarazada de ninguno de ellos. Tomó aire profundamente y prosiguió, con la pureza de sangre en mente. Los Velaryon, en efecto, era una familia que medía la pureza de su sangre valyria generación tras generación. De hecho muchas de sus mujeres habían sido como esposas de los Targaryen, de sangre valyria también, con el mismo sentimiento de depurar la sangre de cualquier impureza extranjera. Aimeé no sabía lo mucho que podía parecerse a Myriah en aquellos instantes. - Sé bien lo que es portar en tu vientre el hijo de un valyrio, cuando todo lo que han buscado durante generaciones es que perduren los ojos color violeta y los cabellos platinos – aseguró, con cierta nostalgia, mientras se separaba unos centímetros de ella, para poder vislumbrarla en un plano más general. Ciertamente, el vientre abultaba demasiado como para que nadie se hubiera percatado de aquello. Entonces, dentro de toda aquella estupefacción, salió a relucir un sentimiento más compasivo. Sí, había de compadecerse de la pelirroja por lo que estaba sufriendo en aquellos momentos. Sonrió levemente, con casi tristeza y alzó la mano, parando su parlamento. - Calla, Aimeé, calla... No es necesario que le des más vueltas al asunto. Es doloroso y tú estás cansada. Te entiendo. Te comprendo... Te ayudaré. No sé cómo, pero... Algo se podrá hacer – se aventuró a decir antes siquiera de darse cuenta de que su vida estaba tan caótica en aquellos instantes que no podría pensar con la suficiente claridad como para no tapar cualquie brecha que sus planes dejaran al descubierto. Y aquel era el peor error que podía cometer a esas alturas la reina.

La puerta volvió a abrirse y Tullah entró con gesto solemne, portando una bandeja de plata. Un cuenco lleno de limones, un jarrito con sal y un cuchillo era todo lo que llevaba, en un principio, sobre la misma. Pero el rostro contraído de la sirvienta decía mucho más. Dejó las cosas sobre la mesa, pasando tras Aimeé, de la que se percató de su estado pero no hizo ningún gesto extraño. En la criada se podía confíar, pero hasta donde ella podía saber aquel niño era de Gideon Hoggs, con total seguridad. - Lo que ha mandado, mi señora... Y esto – dijo, tragando saliva y sacando una carta entre los pliegues de sus ropas. Myriah hizo un ademán para que la dejara sobre la mesa, sin ni siquiera preguntar sobre la misiva. Si se hubiera acercado se hubiera dado cuenta de que tenía el sello real, el de su esposo. Y si hubiera querido preguntar a la sirvienta se hubiera enterado de que aquella carta llevaba en Lanza del Sol más de tres días, con noticias que le incumbían directamente. Pero Myriah no lo hizo. Estaba absorta en la conversación con Aimeé, lo suficiente para dejar pasar la carta sin más. - Muy bien, Tullah... Ah, y haz que el maestre visite a Aimeé en cuanto pueda – dijo sin más la reina, ante la sorpresa de la criada, que asintió y salió de la habitación sin replicar una sola palabra. Si la dorniense no quería saber qué ponía su esposo escrito en un pergamino, ella no tendría la culpa.

Por su parte, Myriah se había levantado y había tomado el cuchillo, hincándolo en uno de los limones con soltura. Una vez que hizo un agujero lo suficientemente perfecto para ella, estrujó la fruta entre las palmas de sus manos, observando como el jugo ácido planeaba sobre el aire hasta llegar a uno de las copas que, previamente, había preparado. - Supongo que Gideon no sabe nada de esto... ¿verdad? – preguntó, siguiendo con aquel ritual hasta que consiguió que la proporción de zumo de limón fuera la idónea. Echó una pizca de sal en el jugo recién exprimido y removió con el cuchillo, con parsimonia. Terminado aquello, le ofreció a Aimeé el vaso, con una media sonrisa. - El zumo de limón con sal suele quitar los dolores de espalda durante el embarazo.
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Mensaje por Aimeé Hoggs Lun Abr 08, 2013 9:02 am

Aquella manera de acariciar la espalda o de retirar el mechón de cabello que cubría sus ojos, era sin darse cuenta todo lo que había deseado desde que aquella locura empezara hacía ya largos y tortuosos meses. Aimeé necesitaba un mínimo de comprensión, no de su actos pues podía imaginar no estaban dotados de aquella característica, si no de lo que en su interior se desataba, de sus sentimientos que eran un mar revuelto con los dichosos cambios de humor por culpa del embarazo. Necesitaba que alguien se diera cuenta de que estaba sufriendo, un sufrimiento que sabía sería mayor cuando tuviera que desprenderse del fruto de aquella larga batalla, que estaba cansada y sobretodo perdida. Nadie, de los pocos que sabían de su situación, parecía percatarse de que la pelirroja era al fin y al cabo una madre primeriza y no entendía nada de los cambios que su cuerpo sufría o de la manera de remediarlos. Suspiró pesadamente pero pronto una fugaz sonrisa se dibujó en sus labios ante el comentario de su amiga, la observó su cabello castaño, la piel morena... No, ella tampoco era precisamente el modelo de pureza que su esposo hubiera tomado para asegurarse la pureza de su sangre valyria, pero aún así los dioses habían sido más que buenos con ellos dándoles hijos rubios de ojos violáceos, tal vez el cabello de Baelor era un poco diferente, pero nada más – Es una de las cosas que me asusta, dice que lo querrá de todos modos, y le creo pero... Espero que se parezca más a él que a mi – Y no solo por la felicidad que aquello le produciría a Tyberius, si no también por que podía decir mil mentiras, pero Gideon de estúpido no tenía ni un pelo y habría calado de inmediato quien era la madre de aquel niño. Observó de nuevo a Myriah, ella es mucho más bella y virtuosa los dioses no le habrían hecho nunca daño con el caprichoso azar.

Una sonrisa más amplia se dibujo en sus labios al escuchar como accedía a ayudarla – Te lo agradezco – En más de una ocasión le había dicho que no tenía por que darle tantas veces las gracias, pero Aimeé siempre consideraba que faltaba algo si no agradecía los detalles que la dorniense con ella tenía, era automático – Pensé en un principio pedirte que me dejarás quedarme aquí durante un tiempo, esta lejos y estoy en confianza... Pero viendo como esta la situación en esta región sería una locura – Rió con suavidad – Y creo que ya he hecho demasiadas últimamente – No estaba dispuesta a seguir arriesgándose de ese modo, el viaje y sus estragos en su maltrecho cuerpo eran una señal más que clara de que no era la de antes, que no podía ir con sus idas y venidas durante una más que larga temporada. Era por eso que había desechado la idea siquiera de pedirle cobijo en lanza, aunque era su intención en un principio, por que era poco viable. El sonido de la puerta se produjo de nuevo, pero Aimeé estaba demasiado absorta como para estar atenta a lo que le resultaba una minuciosidad, ladeó el rostro solo cuando escuchó que Tullah estaba lo bastante cerca como para verla y una sonrisa se dibujó en sus labios como si nada importante pasara. Si piensa algo es que estoy embarazada de Gideon, no tengo de que preocuparme, además ¿Por que tendría si quiera que contar tales cosas? No son de su incumbencia y no es una cotilla, se tranquilizó a si misma. Aunque Myriah obvió aquello, la pelirroja no, y aunque no podía decir con certeza de que fuera la confirmación a mucho de sus temores, ese pequeño palpito que toda mujer tiene hizo que se le pusiera el bello de punta y que el corazón se le subiera a la garganta. Son solo rumores Aimeé, rumores y nada más, esa carta puede ser cualquier cosa. Intentó centrarse en cualquier otra cosa, en el vaso brillante, en lo amarillos que lucían los limones, cualquier cosa que no la hiciera pensar en los chicos Targaryen.

¿Limón y sal? – Preguntó con un tono curioso intentando desviar el tema a algo mucho más tranquilo, algo sin presión alguna. La observó sin perder un detalle de cada uno de sus movimientos hasta que la pregunta la hizo negar con la cabeza de un modo enérgico – No, por los siete, si Gideon se entera de esto... – No terminó la frase por que no sabía tampoco como terminarla. Si Gideon se entera de esto... ¿Que? ¿Iba a estar decepcionado? No, si se había enfadado de aquel modo por su infidelidad, decepción era lo último que vería en sus ojos ¿La mataría? Tampoco, desgraciadamente para el Hoggs la pelirroja era su debilidad y acabar con ella no era una de sus posibles tareas ¿Que haría con ella? No lo sabía, pero nada hermoso, tal vez la devolvería al burdel del que la había sacado, tal vez hacía que todo el mundo se enterara de que era una adultera... Aquello era algo que solo Gideon Hoggs podía saber – No puede enterarse, tienes que ayudarme a que no lo haga y tendré más que suficiente – Se mordió el labio – Él es por lo único que siempre me negué a admitir que echaba de menos a Tyberius... Me da pena que esté en medio de algo que no ha buscado... Pero ¿Que puedo hacer? Aunque sea sincera no va a darme una palmadita en la espalda y decirme que no pasa nada, que me vaya con él... – Suspiró – Soy su esposa, su pertenencia... Y será así siempre

Una carcajada escapó de los labios de la dama de compañía al escuchar esas palabras – Este era el tipo de cosas que me imaginaba haríamos cuando me quedara embarazada – Dijo con un tono más alegre – Que me dieras consejos, molestarte con todas mis dudas hasta que me prohibieras seguir preguntando – Bromeó soltando una suave carcajada – Eres como mi hermana, nada me habría hecho más feliz que el que estuvieras conmigo cuando diera a luz... Todo el mundo sabe que cuando tenga una niña quiero ponerle tú nombre – Comentó distraída antes de llevarse la copa a los labios y dar un sorbo. Arrugó la nariz ante el sabor extraño del brebaje, pero se imaginaba desde un principio que la combinación de limón y sal no iba a saber igual que el limón cuando va con pasteles – Aún no me has dicho como esta siendo tú estancia en Lanza... Espero tus hermanos no te estén haciendo sufrir demasiado – Bromeó
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Mensaje por Myriah Targaryen Miér Abr 17, 2013 11:28 am

Se sentó de manera elegante, con la cabeza alta, apoyando la columna en el respaldo del elaborado sillón que había escogido para decorar la habitación hacía algunos años ya. Y entre tanto no dejó escapar la oportunidad de exhalar el aire en forma de suspiro, como si le fuera verdaderamente la vida en todo aquello. Quizás sin quererlo, Aimeé había complicado la existencia de su amiga y señora, y el peso de aquella responsabilidad se cernía sobre los enjutos hombros bronceados de la dorniense, que frunció con ligereza los labios cuando la pelirroja comentó que esperaba que aquel niño, predestinado por otra parte a llevar la deshonra de sus padres a cuestas toda su vida, se pareciera más al de Mercaderiva que a ella. La reina tamborileó de forma inconsciente los dedos sobre el reposabrazos de la silla y respiró con fuerza, sintiendo que se ahogaba con sus propios temores, pero en boca de otros. Aimeé estaba hablando con aquella que al parecer había traído la desgracia a la familia real. Daba igual que hubiera provisto de herederos sanos a la Corona, si contaban que la genética había olvidado poner en los ojos y en el cabello de Baelor los rasgos valyrios, o que Aelinor no parecía totalmente cuerda. Y por no mencionar la personalidad huidiza de Aerys, la bravuconería de Maekar o todos los defectos que parecía haber acumulado Rhaegel a lo largo de sus años. La culpa siempre la había tenido Myriah. Ella era la extranjera y los Targaryen pagarían caro el haberse mezclado con una mujer que no podría dar perpetuidad a la pureza de la sangre, porque no la tenía en sus venas. - Por el bien del chiquillo, así también lo espero yo – musitó la reina, confiada en que los dioses serían justos con su amiga y no le proporcionarían también ese sufrimiento. Para el pobre niño sería mucho más fácil vivir con la seguridad de que nadie podía dudar que era hijo de su padre. Todo funcionaría mejor de esa forma. A Myriah aún le llegaban los rumores que la tachaban de adúltera en su primer año de matrimonio, y que por tanto Baelor no tenía sangre de dragón en su cuerpo. Y ese fantasma también la perseguía en sueños cuando se le aparecía el rostro perfecto de Liria Martell, la hija de Maron... ¿O la hija de Daeron? Un escalofrío recorrió su espalda y la hizo arquearla, pero con total disimulo, todo aquel que podía tener frente a Aimeé. Por el bien de la pelirroja, y aunque sonara mucho peor de lo que a ella le hubiera gustado, el niño debía de parecerse a Tyberius. Y por favor, que sea niño, se atrevió a desear internamente con todas las fuerzas que tenía. Y es que, si no, las cosas volverían a complicarse más de lo que ya estaban.

Pero lo que importaba era el presente y, en aquellos momentos, la prioridad era ayudar a una Aimeé que en aquellos momentos tomaba la copa entre sus manos, poco segura de tomarse aquel brebaje extraño, pero que tanto bien le haría. La dorniense la escuchó, consciente de que tenía toda la razón del universo conocido y por conocer. Las cosas estaban más que turbulentas para todo aquel que tuviera puesto un pie en las tierras de los desiertos, y con razón. Myriah ladeó pensativa la cabeza, con cierta pesadumbre en su tono de voz. - Cierto es que Dorne no está en el mejor de sus momentos, y te mentiría si te dijese que no has corrido peligro al atravesar sus fronteras. Pero tampoco puedo dejarte ir con tanta facilidad, sabiendo todo lo que se está testando ahí afuera mientras hablamos - comentó la reina, dirigiendo su mirada hasta uno de los tapices que decoraban las habitaciones. En él, tejidos con una maestría como pocas habría en Poniente, se dibujaba con multitud de hijos y colores el reino de Dorne, con toda su geografía. La morena pronto desligó la mirada de aquella visión, temiendo que el tapiz se desmoronara de repente como parecía hacerlo el reino en cuestión, y volvió a la conversación justamente cuando la pelirroja preguntaba por aquella bebida.

- Sí, limón y sal. Recetas de viejas, como decía mi madre. Pero a mí me han servido durante todos mis embarazos y mírame... He sobrevivido con bastante compostura al dolor - dijo con una sonrisa leve por primera vez desde hacía largo tiempo. Tomó aire de nuevo y pensó repentinamente en Gideon, en el Hoggs que había ascendido tan rápidamente en la Corte de los dragones y que estaría viviendo en la capital, seguro de que su esposa estaría a salvo bajo la protección de la reina, pero quizás desconocedor de lo que había ocurrido en el momento en que se había despistado. A Myriah le dio pena durante un segundo, pero también sentía lástima de todos los incluídos en la historia. Hasta lo sentía por Tyberius. - No te preocupes. Gideon nunca se enterará de lo que ha ocurrido entre tú y Tyberius - aseguró, cruzando las piernas bajo su vaporoso vestido, con suma tranquilidad. Pero no era eso, tranquilidad, lo que sentía en realidad. Y se alegraba de que Aimeé, con sus palabras, tapara aquel sentimiento de inquietud que nacía y moría repetidamente dentro de su corazón durante aquella conversación.
Y por primera vez en todo el día, soltó una carcajada. Aimeé quería ponerle su nombre a la criatura si era niña. - Pobre niña, no le hagas eso. Ponerle Myriah solo le acarreará problemas desde su más temprana juventud - le dijo con una sonrisa en el rostro. Pero, en el fondo, se sintió demasiado halagada como para no demostrarlo en la expresión de su faz. Volvió a soltar una carcajada cuando la cara de Aimeé se contrajo al mismo tiempo que daba un sorbo a la bebida ácida y echó su cuerpo hacia delante, limitando la distancia entre ambas. Tomó con suavidad la mano libre de su amiga y respiró, con mucha más paz de la que había tenido en momentos anteriores. - Nunca te hubiera detenido. Pregunta cuanto quieras y te responderé con la mayor de las sinceridades, a ver si puedo ayudarte de esa manera algo más de lo que he hecho hasta ahora - apretó los labios levemente, pero no dejó de sonreír. Si lo hubiera sabido antes, hubiera ayudado, estaba más que claro. Nunca iba a dejar a Aimeé sola, aunque tuviera que remover cielo y tierra. Porque si alguien podía hacerlo esa era la reina de Poniente.

No le soltó la mano en ningún momento, ni siquiera cuando el rostro se le contrajo con suavidad cuando mencionó a sus hermanos. Myriah ladeó la cabeza y echó los hombros hacia atrás. Había tanto que contar de lo que estaba ocurriendo que no sabía por dónde empezar. Tragó saliva, pues notaba que la garganta se le había ido quedando seca conforme se había dado la conversación y, otra vez, como tantas otras anteriormente, suspiró. - Todo ha sido una locura. La muerte de Daenerys, el nacimiento de Liria y mis dos nietos, la vuelta de Baelor y Maekar a Desembarco del Rey... Hace semanas que no sé nada de mis hijos, de mi esposo, o siquiera de mis nietos, a quienes se llevaron para protegerlos fuera de los muros de este palacio. Dorne está siendo atacado y mis hermanos han salido a defender su tierra, como debe ser. Así que sí, me están haciendo sufrir más de lo que debería - confesó. Nunca antes se había sentido tan perdida y sin saber qué hacer. También es que nunca antes se había visto envuelta en una guerra como la que se estaba testando en Poniente.
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Mensaje por Aimeé Hoggs Lun Abr 22, 2013 4:55 pm

Será un niño, será como él... – Dio como respuesta a todas las incógnitas – He rezado y... Quiero tener fe, si dejo de confiar en la fuerza de los dioses ¿Que me queda en un periodo tan turbulento?Nada. Dorne era uno de los lugares de los que más noticias se recibía pasados los largos días, los Martell no estaban en su mejor momento y Aimeé mentiría si dijera que no se había preocupado en más de una ocasión del bien estar de su amiga. Le hubiera mandado miles de cuervos si en sus manos hubiera estado pero en periodo de guerra mandar cartas no es precisamente algo que se pueda hacer con constancia, aunque era consciente de aquello, seguía poniéndole el vello de punta no recibir noticias de su amiga, de su esposo o de su amado. Aimeé en aquel instante tenía muchas cosas en la cabeza, la preocupación por sus seres queridos, el embarazo, la guerra, todo hacía que su cabeza diera vueltas a un ritmo mucho más acelerado del que su cuerpo era capaz de asimilar. Aimeé extendió la mano y tomó la de la reina con suavidad, dejando que su pulgar se deslizara – Estaba muy preocupada, cada día venía nuevas noticias sobre muertes, sobre batallas, sangre y sufrimiento... He rezado, mucho, todas las noches por que algún día pudiéramos volver a vernos... – Sonrió – No sentía que viajar hasta aquí después de tanto rezo fuera una locura, que lo es... Pero en ese momento no lo pensé, necesitaba verte... Eres la única de las que me quita el sueño de preocupación que podía asegurar esta bien – Tyberius, la otra persona que le quitaba el sueño, hacía tiempo que no escribía, Aimeé necesitaba saber que alguien estaba bien, un rayo de esperanza, y al recibir noticias de Myriah decidió arriesgarse, no esperaba aprobación ni que aplaudiera su acto. Estaba haciendo muchas locuras, las cuales podía justificar con el embarazo pero no lo hacía. Negó con la cabeza – Te preocupas demasiado por mi, cuando yo en estos momentos me considero lo menos importante – Con la mano libre se acarició el vientre, para Aimeé ella no era lo importante, Aimeé ahora solo consideraba que debía estar sana por el bebé que crecía en sus entrañas.

Aimeé observó de nuevo el brebaje que dentro del vaso se encontraba, llevándoselo a los labios un par de veces para dar dos largos sorbos. Era un sabor extraño, ácido, amargo... Pero a la vez asentado en el estomago era un sabor reconfortante, esperaba hiciera que el dolor de espalda desapareciera o al menos solo fuera un poco más leve. Hacía tiempo que no la veía un maestre, pero consideraba que sus dolores y nauseas eran mucho más dolorosas y pronunciadas que las del resto de embarazadas que había tenido la oportunidad de conocer, tal vez eran esas las cosas que una pasa cuando se es primeriza. Aimeé siempre había deseado por dejar a Gideon a un lado de todo aquello, pero se daba de bruces una y otra vez en el empeño de conseguir aquello, Gideon volvía siempre a ser parte de la ecuación y no le culpaba, pues a fin de cuentas era tan solo una victima en un juego peligroso. Los dioses habían repartido mal las cartas – Se me rompe el corazón cada vez que pienso en su persona, por que no tiene la culpa de nada... De que el destino haya sido tan caprichoso... Pero – Se atusó el cabello – No se Myriah, siempre he tenido tan claro que Tyberius es el hombre con el que debo estar... No deseo estar encerrada en un matrimonio sin amor sabiendo que hay alguien fuera que me ama, no lo deseo en parte por un sentimiento egoísta y en otra por que no considero a Gideon merecedor de vivir una mentira... – La observó – El debería de tener el derecho de ser libre y encontrar a alguien que le diera vástagos y fuera feliz a su lado... Porque esa no soy yo Myriah – Suspiró. Aimeé soltó una sonora carcajada al escuchar sus palabras – Myriah es un nombre precioso, el de una reina – Alzó los hombros sin darle mayor importancia, ella siempre había pensando que a su hija le pondría el nombre de la reina, siempre había visto aquello como un gesto bonito hacía una persona a la que se admira – Eres muy amable, la verdad es que... Estoy muerta de miedo... Por que, aunque ahora no tendría por que sigo teniendo nauseas y... Estoy destrozada... Me asusta pensar que sera un parto complicado... Me asusta el dolor... – Se mordió el labio – Y Tyberius que es el único interesado en escucharme no, no deseo asustarle con tales preocupaciones

Las palabras de Myriah le erizaban el vello – ¿Hace semanas que no sabes nada de tus hijos? ¿No te ha escrito Daeron? – Aimeé se mordió el labio bajando la mirada. Todos los castillos que se había montado esos, todo esta bien por que Myriah no ha vuelto, empezaron a desmontarse con una rapidez inimaginable. Myriah no sabía nada vivía en una inopia dulce pero que en algún punto debía de romperse – Ay dioses... – Farfulló tomando aire antes de atusarse la rojiza cabellera – Yo... Yo no debería ser quien te hablara de todo esto... No, debería de ser el rey quien tuviera el valor para contarte todo esto... Pero, como amiga, no puedo dejar que simplemente vivas desinformada... – Tomó aire – Myriah, las cosas en Desembarco no están bien... Yo, creía que eran rumores, creía que como tú seguías en lanza tan tranquila nada era cierto pero ahora me doy cuenta de que simplemente nadie a querido decirte nada... – Se mordió el labio – B-Baelor Myriah... Daeron lo metió en prisión, lo acusó de traición hace ya largas semanas... Algo sobre los Tyrell, yo... La verdad es que no entendí demasiado bien las causas... – Suspiró antes de tomar la mano de Myriah – Le condenaron a vestir el negro
Aimeé Hoggs
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Casa vasalla
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Mensaje por Myriah Targaryen Sáb Abr 27, 2013 12:09 pm

Myriah era de esas personas que emanaban tranquilidad y sosiego en las más crudas circunstancias. Con la espalda erguida y el rostro sereno, parecía capaz de calmar a las bestias con tan solo posar sus ojos oscuros sobre los del monstruo en cuestión. Pero como casi todos los cortesanos y grandes señores y señoras del continente, y del mundo, eran solo apariencias. La reina era un manojo de nervios constante, que se movía entre los términos absolutos, entre lo mejor y lo peor, sin apenas distinguirlo. Era aquella pasión, la que había heredado de sus ancestros dornienses, la que a veces la llevaba a cegarse en sus decisiones. No obstante, dentro de aquellos impulsos irracionales, su inteligencia hacía que resolviera sus propios caos internos con cierta facilidad. En otros tiempos no había necesitado de nadie ni de nada, pues con ella misma se bastaba, quizás amparándose en aquel sentimiento de soledad que la había acompañado durante mucho tiempo. Hasta que apareció Aimeé, la que sería su escudo en aquellas cuestiones, así había sido. Y tan diferentes eran la una de la otra en ese aspecto que Myriah, cruzándose de piernas con lentitud en la calurosa habitación de Lanza del Sol, envidió el temple de su amiga. La pelirroja era la esperanza personificada. No parecía dejar de luchar por un futuro que, cuanto menos, era horrible desde muchos puntos de vista. Y sin embargo aún se mantenía entera. La reina sonrió levemente cuando después de escuchar sus palabras, le tomó una mano. Con suavidad, la dorniense posó la que se le quedaba libre sobre la mano nívea que la estrechaba, con una caricia. - Ay, mi querida Aimeé... Tú, como siempre, eres la más valiente de las dos, y para nada menos importante – aclaró Myriah, mientras observaba como la mano libre de su dama se deslizaba sobre el vientre abultado que ya portaba. Finalmente, suspiró y le dejó la mano libre, de manera que Aimeé de nuevo pudo beber aquel mejunje extraño que tantas veces había ahorrado a Myriah los dolores del embarazo.

Echó los hombros hacia atrás y dejó reposar la información en su cabeza, mientras la pelirroja bebía y después se refería a Gideon. Ella, Myriah, que había sido criada en un reino mucho más libre que el resto, aún se le hacía difícil comprender la actitud de muchas personas ante los deseos, lo que se anhelaba y lo que de verdad podía o no hacerse. Aimeé quería estar con Tyberius, pese a que su deber era otro. A la reina, en verdad, le entristecía no poder decirle a su amiga que aquello no podía ser sin que nadie saliera perjudicado. Se había casado con un hombre al que no amaba y su corazón y su cabeza estaban en eterna lucha por aquella circunstancia. Pero como la pelirroja, había decenas de muchachas cuyas almas suspiraban por hombres que nunca podrían amarlas sin inmiscuirse en matrimonios más que concertados. El amor era un lujo del que pocos podían permitirse en aquella época. Y paradójicamente, los que más tenían eran los que, normalmente, más solían prescindir de aquel bien. Ella lo había sufrido aquel mal, el del amor prohibido que nunca llevaría a nada, en sus propias carnes. Y hasta que no había aprendido a no echarle la culpa al destino de lo que le ocurría, no había estado lo suficientemente tranquila como para darse cuenta de que todo, finalmente, ocurría por una extraña razón que solo los Dioses comprendían. Pero, como siempre, donde había amor, había guerra, y aquello no era algo que se les podía escapar a ninguna de las dos. - Todos deberíamos tener el derecho de ser libres, amar y que nos amen, todo por igual. Pero no es así, querida mía, y a veces hay que adaptarse a las circunstancias lo mejor que se pueda – contestó sin más, mirándola de forma continua, sosegada. La reina acostumbraba a no callar, incluso cuando las cosas pintaban mal. Eso la hacía ser demasiado severa en algunas ocasiones, pero Aimeé no merecía aquel trato, y mucho menos en su estado. Se la veía nerviosa y atacada. Y, sobre todo, asustada. La reina sacudió un par de veces la cabeza. - Tú no te preocupes para nada de eso. Concéntrate en descansar, y lo demás se verá solo – aclaró, con una sonrisa que pronto se le borraría del rostro.

Y es que no era para menos. Las noticias de Aimeé no eran si no la gota que colmaba el vaso donde Myriah había ido guardando todas las desgracias de su vida. Al principio, no había comprendido los gestos o el tono de voz de su amiga. Conforme esta avanzaba, todo parecía más irreal de lo normal. No podía creer ninguna de las palabras de la pelirroja por primera vez en todos los años que la conocía. Aquello no podía ser cierto. - Es imposible, Aimeé... Dae... Daeron me lo hubiera dicho. ¡No puede ser! Si Baelor... – farfulló la dorniense, soltando la mano que su amiga acababa de darle, levantándose de la silla más rápidamente de lo que su cuerpo soportó, pues la cabeza le dio vueltas. Se acercó, malhumorada, a la mesa, llenando una copa de vino hasta los bordes, bebiendo a grandes tragos, cosa que tampoco mejoró aquella sensación de mareo. Los rumores sobre la Casa Real siempre estaban a la orden del día. Por las habladurías nunca se había preocupado mucho, pero no era aquello lo que le inquietaba. Ella bien sabía que en Desembarco pasaba algo, pero tenía la esperanza de que no fuera lo que Aimeé estaba relatando. Entonces, echando una mirada por encima de las cosas de su alcoba, posó los ojos en la carta y vio, reluciente, el sello Targaryen, el del Rey, sobre el papel. Puso la copa en la mesa, con un golpe, y se acercó a la carta, cogiéndola sin pensar, arrancando el sello, casi rompiendo el papel, y comenzó a leer. La sangre se le heló por completo y las piernas le fallaron. De hecho, de no haber sido por la mesa a la que atinó a agarrarse, la Reina de Poniente hubiera dado de bruces contra el suelo.

- No puede ser – musitó, al tiempo que levantaba los ojos y miraba a Aimeé. Nunca se había visto a la Reina de esa manera en ninguna parte, con la piel empalideciéndose a ritmo desbordante, con lágrimas recorriendo su rostro. Se dejó caer al suelo, lentamente, y cuando hubo llegado hasta él, enterró la cara entre las letras que enjuiciaban a su primogénito y, entonces, un grito desgarrador cruzó toda la habitación, saliendo de su pecho, y oyéndose por todo el corredor.
Myriah Targaryen
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