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Un premio mayor
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Un premio mayor
- Spoiler:
- Pido perdón si he apresurado un poco todas las cosas, si la Administración lo estima oportuno, editaré y borraré aquello que sea menester.
Tres de las cuatro islas Escudo ya habían sido tomadas. La flota del Hierro patrullaba las escudo en caso de que se enviase ayuda para hundir los barcos del Dominio que intentaran llegar. Solo quedaba una última piedra en la bota de Harrald Greyjoy. la fortaleza de los Grimm. Los únicos que no habían ayudado en la batalla naval a sus compatriotas. El hecho de que aquella isla hubiera permanecido en semejante silencio le hacía sospechar.
¿Por qué no habían acudido? ¿Acaso sabían que no tenían posibilidad alguna? ¿Habían tenido miedo? ¿Sabían que era inútil? ¿Ocultaban algo? Muchas preguntas rondaban la mente del Rey del Hierro, pero eso no era una excusa para no buscar una solución.
Era la mejor fortaleza de las Escudo, si no, no habría aguantado. No podía partir dejando un punto de insurrección en aquel archipiélago, debía someter el lugar a como diese lugar. Fuera cual fuera el precio a pagar, no importaba, sería el precio del Hierro.
Una idea cruzó su mente mientras estaba en su tienda. Sus generales aún no habían llegado. Tendría que preparar algo grande, algo inesperado para conseguir la plaza. Deseaba no perder más hombres. la campaña en sí había sido un éxito total, las perdidas nunca habían sido tan bajas, pero necesitaba un punto final a la toma de las Escudo aún más impresionante, de forma que cantaran los hijos del hierro el nombre de Harrald Greyjoy. La opción más sencilla era tomar la plaza a la antigua usanza... pero pronto una nueva idea cruzó el cerebro del pirata. Todo ello mientras ojeaba algunos informes. Entre ellos, el de los prisioneros.
----------------------------------------
Había dado las órdenes pertinentes. Los prisioneros habían sido divididos en varios grupos. Hombres por un lado, mujeres y niños por otro, y algunos hombres, unos doscientos por otro. Los había separado según estuvieran casados, viudos, si eran hijos, madres y demás. Al final, el grupo que se encontraba ante él era de unas quinientas personas, mezclados más o menos a partes iguales hombres y mujeres. Cerca de cuatrocientos hombres, y el resto mujeres. A los maridos de aquellas mujeres los había encerrado con el resto de hombres, y por supuesto, las mujeres de los cuatrocientos hombres que allí se encontraban estaban encerradas con el resto de mujeres. Ambos grupos de presos separados. Harrald, rodeado de sus guardias y del propio ejercito, habló con los presos. Les dijo exactamente lo que quería, lo que esperaba de ello, y los grandes premios que podrían conseguir si le ayudaban. No solo la libertad propia, sino la vida de sus seres queridos e incluso, al que realizase la más difícil tarea, el rango de noble de aquella isla al jurarle vasallaje a la familia Greyjoy
Las opciones eran sencillas. O ayudabas al Greyjoy, o estabas contra él, y ni uno solo de los elegidos estaba libre de lazos entre los prisioneros. Cada hombre o mujer de esas quinientas personas tenía un marido, un hijo, o una mujer esperándole con cadenas.
Por supuesto. Si el Grimm que defendía la plaza se rendía y aceptaba marcharse de la isla con su gente, todos los que lo deseasen podrían irse con él salvo los nobles, a los cuales devolvería por un cuantioso rescate. Pero también era probable que algunos pueblerinos de las Escudo quisieran quedarse bajo el mando de los Greyjoy. Algunos, los mejores, tendrían la oportunidad de ser nobles. Entre todos aquellos presos, habían disfrazados algunos hombres del Greyjoy. Los más jóvenes, o que tenían los rasgos menos curtidos, de forma que pudieran pasar por escudeños. Vestidos con ropa de tela, como si fueran granjeros.
-Mañana propondré al señor de Escudo Gris que rinda la ciudad. Le permitiré a él, y a todo el que quiera acompañarle marcharse al Dominio, al Continente. Si accede a marcharse llevándose a su gente consigo y entregando el castillo, no habrá ningún derramamiento de sangre. Si acepta, todos tendremos nuestro final feliz. Podréis volver con vuestras familias y seréis libres de ir a donde os plazca sin que nadie os haga daño. Como prueba de que lo que digo es cierto, os liberaré a vosotros. Os marcharéis con él, pues no tendréis más sitio a donde ir. Iréis a las puertas del castillo en cuanto os libere. Dudo mucho que sus arqueros os disparen.
-Una vez dentro del castillo, si el Lord, considerando mi oferta, decide aceptar, no haréis nada, dejaréis que abran las puertas y os marchareis los que queráis con vuestras familias hasta el continente. Si al estar de nuevo en la seguridad de su castillo, dice que no. Vuestra misión será la de abrir las puertas para mi ejercito y asesinar al Lord. Aquel que lo mate, será nombrado noble y le entregaré el castillo y esta isla en cuanto me juré obediencia y vasallaje. Si morís, no os preocupéis, de un modo u otro esta isla y su castillo serán míos y permitiré a vuestra familia marcharse o quedarse.
-Pensad muy bien antes de ir en mi contra. Tengo el poder no solo para quitaros la vida a vosotros, sino también a vuestras familias. Pero del mismo modo, tengo el poder no solo para daros una buena vida a vosotros y a vuestras familias, sino para convertiros en nobles en estas Islas.
-Espero que haya quedado bastante claro lo que deseo. De vosotros depende lo que les ocurra a vuestras familias, de conseguir ser libres y marcharos, o de incluso convertiros en nobles si hacéis muy bien vuestro trabajo. Al contrario que los nobles continentales, yo cumplo mis promesas, tanto las que os benefician, como las que os perjudican. Si alguno de vosotros se va de la lengua... Bueno, no tengo que explicaros qué ocurrirá, ¿verdad?
Todos los presos lo sabían. La isla estaba condenada. No podrían recibir ayuda por mar. Sitiarían la ciudad por hambre y morirían de inanición. Daba igual que tardara semanas o meses. Las Escudo caerían en su totalidad. Y eso era si a Harrald no se le agotaba la paciencia y ordenaba un asalto total. Mantando a cuanto hubiese vivo en la fortaleza. Si los presos le ayudaban, sus familias vivirían y podrían elegir entre quedarse o marcharse y alguno sería noble. Si ayudaban al señor de Escudo Gris, que además les había abandonado en la batalla naval y se había encerrado en su fortaleza, la consecuencia sería la muerte, para todos y cada uno de los habitantes de las Escudo.
Y eso, era algo que todos los presentes sabían.
---------------------------------
Al día siguiente, frente a las puertas del castillo, a una distancia prudencial para no recibir flecha alguna, se encontraba el séquito del Rey de las Islas bajo bandera blanca con intención de parlamentar. Cuando por fin llegó el enviado de Escudo Gris, con el escudo en la ropa de los Grimm de Escudo Gris. Harrald habló entonces.
-Saludos, Lord Grimm. Soy Harrald Greyjoy. He alzado la bandera de parlamento para proponeros un trato que os convertirá en un héroe si lo aceptáis y conseguirá que podáis salir todos aquellos que se encuentran en la fortaleza con vida e intactos hasta las tierras del Continente. ¿Os interesaría escuchar dicho trato?
Harrald Greyjoy- Nobleza
Re: Un premio mayor
- Estamos rodeados, mi lord, nada les ha impedido llegar hasta las puertas de Escudo Gris – el nerviosismo de uno de los consejeros de Lord Steffan Grimm podía hacerse patente dentro del despacho de la fortaleza – ¡estamos perdidos!.
Un sonoro puñetazo marcó la cara del pobre consejero, saltando un par de dientes consigo, sólo había una cosa que Lord Grimm odiase más que a los piratas: a los cobardes.
- Durante décadas hemos defendido las islas del Escudo con nuestra sangre, hoy no será menos. Deja de lloriquear como una niña y compórtate como un hombre. – dicho esto se levantó de la mesa y lanzó una mirada más allá de los ventanales.
Steffan Grimm era un hombre de baja estatura, anchas espaldas y brazos poderosos, siempre había querido lo mejor para sus hombres y su fortaleza, por eso no había mandado a nadie a perder la vida estúpidamente contra los Greyjoy, si querían su tierra tendrían que asediar su castillo y, por los dioses, estaban preparados para resistir hasta el último de esos malnacidos piratas. Sus hachas estaban afiladas y colocadas en el cinto, degollaría a quién quisiera quitarle su castillo, pues era, suyo y de nadie más.
- Mi señor, Lord Greyjoy desea parlamentar con vos – dijo un mensajero recién llegado – se dirige hacia las puertas de castillo.
- Apostad arqueros en las murallas, si ese perro hace un movimiento en falso o intenta atacarme, quiero que mi última visión sea la de una saeta perforando su frente – no dijo nada más, estaba de mal humor, ¿quién iba a estar feliz sabiendo que tendría que enfrentarse a las huestes de las islas?.
Mientras bajó por las escaleras observó como casi la totalidad de sus hombres se encontraba lista para entrar en combate, quizá hubiese pecado de precavido, pero con sus murallas de por medio, podría tener más oportunidad que en el mar contra el enemigo… aunque las posibilidades podrían ser mínimas.
Ante la sorpresa de algunos el propio Lord Grimm salió a las puertas de su castillo, a una distancia prudencial de las flechas de su enemigo, se encontraba acompañado de dos hombres fuertemente armados y bajo la protección de centenares de saeteros listos para atacar en cualquier momento.
Fue entonces cuando escuchó las palabras del kraken, con su diestra se acarició la barba, un gesto típico de él.
- Lord Greyjoy, los habitantes de Escudo Gris somos hombres de honor, consagrados a la defensa de nuestra pequeña isla, ¿cederíais vos a un ejército invasor?. Siento comunicaros que nosotros no, formamos parte de las huestes del Señor del Dominio, y hemos jurado sangrar y matar por él, y así se hará, por los Siete que así se hará, no os cederemos nuestra plaza sin luchar. No obstante, hablad, ¿qué nos ofrecéis a cambio de abrir nuestras puertas y dejar que ocupéis el lugar fundado por nuestros ancestros?.
La mirada del rocoso Lord Grimm se cruzó con la del kraken sin apartarla en ningún momento, no había miedo en los ojos de quien se sabía en inferioridad de condiciones, parecía preparado a morir si hiciera falta antes que ceder su castillo.
Un sonoro puñetazo marcó la cara del pobre consejero, saltando un par de dientes consigo, sólo había una cosa que Lord Grimm odiase más que a los piratas: a los cobardes.
- Durante décadas hemos defendido las islas del Escudo con nuestra sangre, hoy no será menos. Deja de lloriquear como una niña y compórtate como un hombre. – dicho esto se levantó de la mesa y lanzó una mirada más allá de los ventanales.
Steffan Grimm era un hombre de baja estatura, anchas espaldas y brazos poderosos, siempre había querido lo mejor para sus hombres y su fortaleza, por eso no había mandado a nadie a perder la vida estúpidamente contra los Greyjoy, si querían su tierra tendrían que asediar su castillo y, por los dioses, estaban preparados para resistir hasta el último de esos malnacidos piratas. Sus hachas estaban afiladas y colocadas en el cinto, degollaría a quién quisiera quitarle su castillo, pues era, suyo y de nadie más.
- Mi señor, Lord Greyjoy desea parlamentar con vos – dijo un mensajero recién llegado – se dirige hacia las puertas de castillo.
- Apostad arqueros en las murallas, si ese perro hace un movimiento en falso o intenta atacarme, quiero que mi última visión sea la de una saeta perforando su frente – no dijo nada más, estaba de mal humor, ¿quién iba a estar feliz sabiendo que tendría que enfrentarse a las huestes de las islas?.
Mientras bajó por las escaleras observó como casi la totalidad de sus hombres se encontraba lista para entrar en combate, quizá hubiese pecado de precavido, pero con sus murallas de por medio, podría tener más oportunidad que en el mar contra el enemigo… aunque las posibilidades podrían ser mínimas.
Ante la sorpresa de algunos el propio Lord Grimm salió a las puertas de su castillo, a una distancia prudencial de las flechas de su enemigo, se encontraba acompañado de dos hombres fuertemente armados y bajo la protección de centenares de saeteros listos para atacar en cualquier momento.
Fue entonces cuando escuchó las palabras del kraken, con su diestra se acarició la barba, un gesto típico de él.
- Lord Greyjoy, los habitantes de Escudo Gris somos hombres de honor, consagrados a la defensa de nuestra pequeña isla, ¿cederíais vos a un ejército invasor?. Siento comunicaros que nosotros no, formamos parte de las huestes del Señor del Dominio, y hemos jurado sangrar y matar por él, y así se hará, por los Siete que así se hará, no os cederemos nuestra plaza sin luchar. No obstante, hablad, ¿qué nos ofrecéis a cambio de abrir nuestras puertas y dejar que ocupéis el lugar fundado por nuestros ancestros?.
La mirada del rocoso Lord Grimm se cruzó con la del kraken sin apartarla en ningún momento, no había miedo en los ojos de quien se sabía en inferioridad de condiciones, parecía preparado a morir si hiciera falta antes que ceder su castillo.
Última edición por Primavera el Vie Mar 29, 2013 8:45 am, editado 1 vez (Razón : Corrección nombre de Lord Grimm)
El Padre
Re: Un premio mayor
Siempre le hacía gracia oír a las ovejas hablar de honor ante los lobos... Pobre iluso. Le estaba ofreciendo salvar la vida y la de su gente y Grimm se regodeaba en su honor. Suicida. No obstante, le resultó extraño. Había desechado la posibilidad de entregar la isla. ¿Por qué iba entonces a escucharle? Tal vez era simplemente una muestra de gallardía ante sus hombres y el mundo. Algo obligado para que no le llamaran cobarde. Si así era tal vez pudiera seguirle el juego.
-Hemos luchado contra vuestras gentes, Lord Grimm... Y he visto cómo son en realidad, no hace falta que me expliquéis que clase de hombres sois los habitantes de las Escudo. Habéis presentado batalla con valor y nadie os negará eso. Sin embargo, vos lo habéis dicho, habéis jurado matar y sangrar por vuestro señor y por vuestros dioses, pero no morir... ¿No está perdida vuestra causa? Sois inferiores en número, no podéis recibir refuerzos, pues tengo más de doscientos barcos rodeando las islas y ya he tomado tres de las cuatro Escudos... Nadie puede venir a salvaros, no a tiempo al menos. ¿Vais a condenar a vuestro pueblo a morir de hambre, o peor, por el hierro de nuestras armas?
Dejó un momento de silencio para que el Grimm recapacitase.
-Este es el trato, Grimm. Márchaos de la isla junto con vuestros hombres, os dejaré coger vuestros barcos y que evacuéis a toda la población de la isla. Todos llegareis al continente vivos e intactos. Sé que no confiáis en mi palabra, pero mirad.
Hizo una seña con la mano. En ese momento, sus soldados liberaron a quinientos presos que comenzaron a dirigirse a la fortaleza a paso lento. Cansados por varios días de asedios, capturados marineros, soldados, mujeres y demás gentes de las Escudo no frenaron su paso, debían escapar de los hombres del hierro.
-Ahí van quinientos presos capturados en estos días de vuestras islas, compatriotas vuestros. Los libero ante vos como muestra de que lo que digo es cierto. Si abandonáis el castillo y no me obligáis a ordenar el ataque, derramando más sangre de ambos bandos, podréis salir vivos y con el honor intacto, pues habréis salvado miles de vidas y seréis un héroe. Si os marcháis, cualquiera de los otros setecientos presos que tengo en mi poder podrán marcharse con vosotros.
La oferta era generosa, ningún otro hombre del hierro habría perdonado tantas vidas enemigas, pero con tal de salvar a uno o a dos hombres del hierro, Harrald Greyjoy no escatimaba en gastos.
-Pensadlo bien antes de responder, Lord Grimm. No permitáis que un errado concepto del honor vuestro conduzca a la muerte a toda vuestra gente. En las islas no obligamos a nuestros hombres a combatir. Los capitanes eligen a su rey, y incluso cuando el rey da una orden, los hombres eligen si obedecer o no. Sed justo con vuestro pueblo. Si optáis por la vía de las armas, no habrá piedad para nadie, no haremos prisioneros tampoco, ni siquiera con vuestra familia que aún siga dentro, y vuestros dioses os juzgarán por no haber salvado miles de vidas solo por mantener vuestro orgullo intacto. Rendios y salvad a vuestro pueblo o resistid y cargad con su muerte sobre vuestra conciencia. Como bien sabéis, los hombres del Hierro somos monstruos, poco pesará en nuestra conciencia la muerte de uno, cien o mil continentales. ¿Podéis vos decir lo mismo? Sed inteligente y elegid la vida de vuestra gente y vuestra familia.
-Hemos luchado contra vuestras gentes, Lord Grimm... Y he visto cómo son en realidad, no hace falta que me expliquéis que clase de hombres sois los habitantes de las Escudo. Habéis presentado batalla con valor y nadie os negará eso. Sin embargo, vos lo habéis dicho, habéis jurado matar y sangrar por vuestro señor y por vuestros dioses, pero no morir... ¿No está perdida vuestra causa? Sois inferiores en número, no podéis recibir refuerzos, pues tengo más de doscientos barcos rodeando las islas y ya he tomado tres de las cuatro Escudos... Nadie puede venir a salvaros, no a tiempo al menos. ¿Vais a condenar a vuestro pueblo a morir de hambre, o peor, por el hierro de nuestras armas?
Dejó un momento de silencio para que el Grimm recapacitase.
-Este es el trato, Grimm. Márchaos de la isla junto con vuestros hombres, os dejaré coger vuestros barcos y que evacuéis a toda la población de la isla. Todos llegareis al continente vivos e intactos. Sé que no confiáis en mi palabra, pero mirad.
Hizo una seña con la mano. En ese momento, sus soldados liberaron a quinientos presos que comenzaron a dirigirse a la fortaleza a paso lento. Cansados por varios días de asedios, capturados marineros, soldados, mujeres y demás gentes de las Escudo no frenaron su paso, debían escapar de los hombres del hierro.
-Ahí van quinientos presos capturados en estos días de vuestras islas, compatriotas vuestros. Los libero ante vos como muestra de que lo que digo es cierto. Si abandonáis el castillo y no me obligáis a ordenar el ataque, derramando más sangre de ambos bandos, podréis salir vivos y con el honor intacto, pues habréis salvado miles de vidas y seréis un héroe. Si os marcháis, cualquiera de los otros setecientos presos que tengo en mi poder podrán marcharse con vosotros.
La oferta era generosa, ningún otro hombre del hierro habría perdonado tantas vidas enemigas, pero con tal de salvar a uno o a dos hombres del hierro, Harrald Greyjoy no escatimaba en gastos.
-Pensadlo bien antes de responder, Lord Grimm. No permitáis que un errado concepto del honor vuestro conduzca a la muerte a toda vuestra gente. En las islas no obligamos a nuestros hombres a combatir. Los capitanes eligen a su rey, y incluso cuando el rey da una orden, los hombres eligen si obedecer o no. Sed justo con vuestro pueblo. Si optáis por la vía de las armas, no habrá piedad para nadie, no haremos prisioneros tampoco, ni siquiera con vuestra familia que aún siga dentro, y vuestros dioses os juzgarán por no haber salvado miles de vidas solo por mantener vuestro orgullo intacto. Rendios y salvad a vuestro pueblo o resistid y cargad con su muerte sobre vuestra conciencia. Como bien sabéis, los hombres del Hierro somos monstruos, poco pesará en nuestra conciencia la muerte de uno, cien o mil continentales. ¿Podéis vos decir lo mismo? Sed inteligente y elegid la vida de vuestra gente y vuestra familia.
Harrald Greyjoy- Nobleza
Re: Un premio mayor
Steffan Grimm esperó paciente el final del discurso del pirata, desgraciadamente para Lord Harrald Greyjoy, la fama de sus hombres y sus métodos le precedía, por lo que aquellas palabras, incluso el gesto del kraken cayeron en saco roto.
- Sois tan buen orador como almirante, Lord Greyjoy, he de reconocerlo – dijo mientras acariciaba con su dedo pulgar el mango de una de sus hachas – nuestro honor prevalecerá, juramos una vez servir hasta la última de las órdenes de Lord Tyrell, ¡Y ASÍ SERÁ!.
Aquel grito hizo que los arqueros apostados en las murallas vitoreasen a su Lord, parecía una arenga para que la moral de las tropas estuviese en lo más alto antes de enfrentarse a un asedio en el que, con toda probabilidad, fallecerían.
- Escudo Gris nunca se ha rendido, ni se rendirá, al menos sin plantear batalla, por Los Siete que ésta fortaleza no será nunca vuestra, al menos hasta que el último de sus defensores esté capacitado para dar su vida por ella - miró con desconfianza el montante de presos que enviaba el pirata y dio media vuelta hacia el interior.
Desconfiaba profundamente del pirata, sus tácticas eran famosas por despiadadas, por lo que situó a los antiguos presos en unos barracones, vigilados indirectamente por una patrulla horariamente, ¿quién sabía de qué era capaz aquel hombre para hacer caer su fortaleza? ¿quién sería tan estúpido como para confiar en la palabra del kraken?. Él no, sin lugar a dudas.
- Disponed los barracones para nuestros liberados presos, toda ayuda será poca para soportar el asedio, el templo aguardará a mujeres y niños sin edad para empuñar un arco o una espada, ¡ESCUDO GRIS NO CAERÁ
La caída sería cuestión de tiempo, la pregunta era ¿cuánto tardaría Lord Tyrell en mandar refuerzos? En su fuero interno, Steffan Grimm sabía la respuesta: nunca, no obstante, era un hombre de palabra, y estaba allí para defender las costas de El Dominio, y antes que él su padre… y así sucesivamente.
- Sois tan buen orador como almirante, Lord Greyjoy, he de reconocerlo – dijo mientras acariciaba con su dedo pulgar el mango de una de sus hachas – nuestro honor prevalecerá, juramos una vez servir hasta la última de las órdenes de Lord Tyrell, ¡Y ASÍ SERÁ!.
Aquel grito hizo que los arqueros apostados en las murallas vitoreasen a su Lord, parecía una arenga para que la moral de las tropas estuviese en lo más alto antes de enfrentarse a un asedio en el que, con toda probabilidad, fallecerían.
- Escudo Gris nunca se ha rendido, ni se rendirá, al menos sin plantear batalla, por Los Siete que ésta fortaleza no será nunca vuestra, al menos hasta que el último de sus defensores esté capacitado para dar su vida por ella - miró con desconfianza el montante de presos que enviaba el pirata y dio media vuelta hacia el interior.
Desconfiaba profundamente del pirata, sus tácticas eran famosas por despiadadas, por lo que situó a los antiguos presos en unos barracones, vigilados indirectamente por una patrulla horariamente, ¿quién sabía de qué era capaz aquel hombre para hacer caer su fortaleza? ¿quién sería tan estúpido como para confiar en la palabra del kraken?. Él no, sin lugar a dudas.
- Disponed los barracones para nuestros liberados presos, toda ayuda será poca para soportar el asedio, el templo aguardará a mujeres y niños sin edad para empuñar un arco o una espada, ¡ESCUDO GRIS NO CAERÁ
La caída sería cuestión de tiempo, la pregunta era ¿cuánto tardaría Lord Tyrell en mandar refuerzos? En su fuero interno, Steffan Grimm sabía la respuesta: nunca, no obstante, era un hombre de palabra, y estaba allí para defender las costas de El Dominio, y antes que él su padre… y así sucesivamente.
El Padre
Re: Un premio mayor
-Como deseéis, Lord Grimm. Que no se diga que no os he dado la oportunidad de salir vivo de esta situación. Pero respeto el valor y la batalla en el corazón de los hombres... Así que por respuesta a vuestra valentía, mis hombres y yo actuaremos del mismo modo. No habrá piedad para con aquel que tenga un arma cuando entremos en el castillo, porque, mi lord... entraremos. Tenedlo por seguro.
Asintió a sus últimas palabras. Lord Grimm era un guerrero. Y como tal había de ser tratado. No lo deshonraría más con intentos de abandonar el castillo sin derramar sangre. A ese hombre le importaba más su señor Tyrell que sus gentes o sus dioses. Era algo que entendía, algo que casi admiraba, pero que no compartía... Harrald volvió a la seguridad de su ejercito, donde le esperaban sus generales prestos para recibir nuevas órdenes.
-Cuanto coraje... desperdiciado... - miró a sus hombres- Tomad la fortaleza. En cuanto abran las puertas que entre la caballería. Si no se abre la puerta, entrad a sangre y hierro. Quiero cenar esta noche en esos salones.
Sus hombres asintieron. Escudo Gris era solo una piedra en el camino de Harrald Greyjoy. Pronto vería cuan pesada era dicha piedra.
Las piezas estaban listas. Comenzaba el segundo asalto para la fortaleza. Y como en todas las anteriores, Harrald Greyjoy estaba ante sus hombres y habló como otras tantas veces.
-¡Hermanos! ¡Sois hombres del Hierro! ¡No conocéis el miedo a la muerte, solo el miedo a no ser dignos guerreros! ¡Preparad las armas! ¡Es hora de irse, seguidme, y tomemos esa puta fortaleza! ¡INMER, SHACKTON FIAND!
Asintió a sus últimas palabras. Lord Grimm era un guerrero. Y como tal había de ser tratado. No lo deshonraría más con intentos de abandonar el castillo sin derramar sangre. A ese hombre le importaba más su señor Tyrell que sus gentes o sus dioses. Era algo que entendía, algo que casi admiraba, pero que no compartía... Harrald volvió a la seguridad de su ejercito, donde le esperaban sus generales prestos para recibir nuevas órdenes.
-Cuanto coraje... desperdiciado... - miró a sus hombres- Tomad la fortaleza. En cuanto abran las puertas que entre la caballería. Si no se abre la puerta, entrad a sangre y hierro. Quiero cenar esta noche en esos salones.
Sus hombres asintieron. Escudo Gris era solo una piedra en el camino de Harrald Greyjoy. Pronto vería cuan pesada era dicha piedra.
Las piezas estaban listas. Comenzaba el segundo asalto para la fortaleza. Y como en todas las anteriores, Harrald Greyjoy estaba ante sus hombres y habló como otras tantas veces.
-¡Hermanos! ¡Sois hombres del Hierro! ¡No conocéis el miedo a la muerte, solo el miedo a no ser dignos guerreros! ¡Preparad las armas! ¡Es hora de irse, seguidme, y tomemos esa puta fortaleza! ¡INMER, SHACKTON FIAND!
- Spoiler:
- Tiradas de dados solicitadas para plan conjunto: Presos en la Puerta y ejercito Greyjoy
Harrald Greyjoy- Nobleza
Re: Un premio mayor
Había estado conversando con Harrald Greyjoy sobre los planes que tenían para Lord Grimm y sus hombres.
Es un plan excelente, mi señor. Ya sabe que cuenta conmigo y mis hombres. Daré orden de que se esté preparado para lo que pueda pasar, pero a la espera de vuestras órdenes. Y pobre de aquel que ose no hacerme caso. Sus hombres tenían mucha más sed de sangre que él. No era propio de los hijos del hierro esperar por conversaciones ajenas, por muy del rey que fueran, pero en eso Triston era totalmente diferente de los demás: vivía por y para defender la causa de la Casa Greyjoy, y no daría ni un paso en falso sin el consentimiento del rey. No era momento de improvisaciones.
Volvió al barco y se topó con la cara de pocos amigos de Bruce, su segundo de abordo.
- Deberías estar reponiendote por si hay que presentar batalla otra vez. Como no dejes de moverte de un lado para el otro se te reabrirán las heridas.
- Tus sermones si que me reabren las heridas. Maldito seas, pareces mi madre. Ignoró las advertencias de su compañero y se puso a afilar el mandoble. Espero que ese Grimm se rinda y acabe todo esto de una maldita vez. Triston no era hombre de guerrear, lo cual era una verdadera lástima: su altura, la fuerza de sus brazos, la ligereza con la que manejaba las armas pesadas y su temple lo hacían un guerrero casi imbatible. Pero ni siquiera eso le motivaba.
-----------------------------------------------------
Esperaba impaciente la llegada del rey, sin moverse de la proa del barco como era habitual en él cuando estaba impaciente. No quería perder ni un detalle de la isla hasta que la abandonasen.
Harrald se acercaba a grandes zancadas hacia el lugar donde se encontraban sus hombres. Enfundó el mandoble, cogió la maza con la mano izquierda y fue a su encuentro.
Allí permanecieron todos, escuchándole y vociferando. ¡POR EL HIERRO! Ese estúpido de Grimm no sabía la que se le venía encima. Gruñó y se dirigió a Harrald con el ceño tan fruncido que hasta le dolía. ¿Se ha atrevido a negaros? "¿Quién se creía que era?" Ya se le han dado demasiadas oportunidades a ese mequetrefe, mi señor. Ya va siendo hora de quitárnoslo de enmedio. Hizo una leve y rígida reverencia. Mis hombres ya están disponibles. Voy a por ellos.
Bruce lo vio entrar por el barco con la fuerza de un miura y no hizo falta decir nada. ¡Hombres del hierro! Esta guerra está muy lejos de terminar. Volvemos a la batalla. Entraremos a ese maldito montón de piedras nos dejen o no, así que espero que esteis preparados. ¡VAMOS! ¿A QUÉ COJONES ESPERAIS? ¡EL REY KRAKEN NOS ESPERA!
Es un plan excelente, mi señor. Ya sabe que cuenta conmigo y mis hombres. Daré orden de que se esté preparado para lo que pueda pasar, pero a la espera de vuestras órdenes. Y pobre de aquel que ose no hacerme caso. Sus hombres tenían mucha más sed de sangre que él. No era propio de los hijos del hierro esperar por conversaciones ajenas, por muy del rey que fueran, pero en eso Triston era totalmente diferente de los demás: vivía por y para defender la causa de la Casa Greyjoy, y no daría ni un paso en falso sin el consentimiento del rey. No era momento de improvisaciones.
Volvió al barco y se topó con la cara de pocos amigos de Bruce, su segundo de abordo.
- Deberías estar reponiendote por si hay que presentar batalla otra vez. Como no dejes de moverte de un lado para el otro se te reabrirán las heridas.
- Tus sermones si que me reabren las heridas. Maldito seas, pareces mi madre. Ignoró las advertencias de su compañero y se puso a afilar el mandoble. Espero que ese Grimm se rinda y acabe todo esto de una maldita vez. Triston no era hombre de guerrear, lo cual era una verdadera lástima: su altura, la fuerza de sus brazos, la ligereza con la que manejaba las armas pesadas y su temple lo hacían un guerrero casi imbatible. Pero ni siquiera eso le motivaba.
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Esperaba impaciente la llegada del rey, sin moverse de la proa del barco como era habitual en él cuando estaba impaciente. No quería perder ni un detalle de la isla hasta que la abandonasen.
Harrald se acercaba a grandes zancadas hacia el lugar donde se encontraban sus hombres. Enfundó el mandoble, cogió la maza con la mano izquierda y fue a su encuentro.
Allí permanecieron todos, escuchándole y vociferando. ¡POR EL HIERRO! Ese estúpido de Grimm no sabía la que se le venía encima. Gruñó y se dirigió a Harrald con el ceño tan fruncido que hasta le dolía. ¿Se ha atrevido a negaros? "¿Quién se creía que era?" Ya se le han dado demasiadas oportunidades a ese mequetrefe, mi señor. Ya va siendo hora de quitárnoslo de enmedio. Hizo una leve y rígida reverencia. Mis hombres ya están disponibles. Voy a por ellos.
Bruce lo vio entrar por el barco con la fuerza de un miura y no hizo falta decir nada. ¡Hombres del hierro! Esta guerra está muy lejos de terminar. Volvemos a la batalla. Entraremos a ese maldito montón de piedras nos dejen o no, así que espero que esteis preparados. ¡VAMOS! ¿A QUÉ COJONES ESPERAIS? ¡EL REY KRAKEN NOS ESPERA!
Triston Farwynd
Re: Un premio mayor
Las puertas de Escudo Gris se cerraron con un atronador golpe tras los pasos de Lord Grimm, el que comenzó a disponer las defensas enérgicamente.
- Saeteros, situados en vuestra posición, mantened a raya a los piratas, no quiero que nadie sea capaz de atravesar con vida las murallas de Escudo Gris - dijo señalando a las alturas - disponed las vasijas con brea para prender, las salidas de aceite para aquellos que se guarezcan bajo los muros. ¡Les costará la vida osar asediarnos, lo juro por los siete!
Subió escaleras arriba al salón de reuniones, portaba la armadura y sus armas intactas, aunque sabía que no sería por demasiado tiempo.
- Las mujeres y los niños deberán refugiarse en los pasadizos inferiores, de penetrar en nuestras defensas, aquellas que prefieran morir antes que ser violadas por uno de esos bastardos, se les proporcionará ajenjo para acabar su vida dignamente - dijo con rostro sombrío - disponed a los hombres para la primera horda de enemigos.
EN EL EXTERIOR DE LAS MURALLAS
Las saetas comenzaron a ser lanzadas contra las hordas de Hombres de Hierro que acechaban las murallas, mientras que los arietes montados golpeaban las puertas de la ciudad, las consignas se podían escuchar a ambos lados de la muralla de la pequeña fortaleza del Escudo.
Defendidos por sus escudos, un grupo de Hombres de Hierro habían logrado avanzar con el ariete hasta las mismísima puerta del castillo, superando valerosamente diversas hileras de proyectiles que buscaban sus flancos desprotegidos.
- Olaf, monta el puto ariete, como no lo hagas te juro que estamparé tus cuernos contra la puerta - gritó uno de los hombres que se encontraban bajo la formación cubierta por escudos.
Justo cuando el ariete se había montado perfectamente, decenas de vasijas fueron tiradas desde la parte cenital de la fortaleza, vertiendo un líquido negruzco sobre dos docenas aproximadamente de hombres.
- MIERD... - el bramido de las llamas no dejó terminar la frase a aquellos hombres, una gigantesca llamarada barrió a los desdichados frente a la puerta, cociendo dentro de sus armaduras lo que, hacía segundos, eran fieles guerreros Greyjoy.
El nauseabundo olor de la carne quemada comenzaba a poblar el campo de batalla, junto a los cadáveres calcinados y mutilados de las víctimas de ambos bandos. Los cuerpos de los arqueros caían aún agonizantes sobre los asediantes, que intentaban colocar sus escalas sobre las murallas.
La rápida apertura de las puertas de la fortaleza dejó salir a varias cuadrillas de caballeros bien pertrechados que cayeron sobre los Hombres de Hierro. La defensa estaba siendo pertinaz, y aquellos valerosos caballeros buscaron hacer el mayor número de víctimas, a pesar que sabían que no saldrían vivos de allí.
La verde hierba que antaño rodeaba el castillo se había encharcado de un rojo sangre, y de una, nada desdeñable, pila de cadáveres de ambos bandos. No obstante, el avance de los hombres de hierro era implacable, los caballeros enemigos eran mutilados, degollados, amputados o abiertos en canal, aunque no sin las bajas de los hombres del Kraken.
El asedio se prometía intenso y largo hasta que un inmenso incendio se declaró en en el interior de la ciudad.
EN EL INTERIOR DE LA MURALLA...
- ¡Maldito hijo de puta! ¿Cómo que hay un grupo de prisioneros que ha atacado a nuestros hombres y ha quemado el granero? - los gritos de Lord Grimm podían escucharse en el interior del castillo.
Bajó corriendo junto a su escolta hacia el lugar donde se encontraban los presos que habían sido infiltrados en su castillo, a su paso podía ver soldados atacados a traición, uno de ellos había sido atacado con un puñal por la espalda, siendo ensartado a través del cráneo. El bramar de la melé se encontraba en uno de los patios, donde la guardia intentaba sofocar el fuego, mientras reducía a los atacantes.
Firmemente, Lord Grimm se abrió paso junto a su guardia entre los fieles a los Greyjoy, desplegando sus hachas, seccionando miembros y gargantas. La sangre enemiga comenzó a cubrir su cuerpo, y la ira se apoderaba de él mientras veía que aquel ataque a traición de los asediantes daría al traste con su plan de defensa.
- ¡MUERTE A LOS INVASORES! - gritó mientras aplastaba la cabeza de uno de los enemigos caídos al suelo y llenaba de sus sesos las botas reforzadas de acero que portaba.
La cacería se instauró dentro de la fortaleza, los traidores fueron ejecutados uno a uno, aunque el rastro de caos que dejaron a su paso era irreparable, vidas perdidas, graneros incendiados, las fuentes de agua destrozadas... estaba todo perdido.
LORD GREYJOY
Un hombre se dirigió hacia Lord Greyjoy, el cual podía divisar como aquel baño de sangre comenzaba a ejercer efecto, las bajas por parte de los Hombres de Hierro comenzaban a ser mayores de las esperadas pero, el fuego interior de Escudo Gris, había hecho que la fuerza de los defensores mermase.
- Los infiltrados han sido ejecutados en su totalidad, no obstante, su objetivo ha sido cumplido, los graneros arden y las fuentes de agua están contaminadas, Escudo Gris no tardará en caer. - dijo uno de los hombres de confianza a Harrald Greyjoy... parecía que la batalla estaba cerca de acabar...
- Saeteros, situados en vuestra posición, mantened a raya a los piratas, no quiero que nadie sea capaz de atravesar con vida las murallas de Escudo Gris - dijo señalando a las alturas - disponed las vasijas con brea para prender, las salidas de aceite para aquellos que se guarezcan bajo los muros. ¡Les costará la vida osar asediarnos, lo juro por los siete!
Subió escaleras arriba al salón de reuniones, portaba la armadura y sus armas intactas, aunque sabía que no sería por demasiado tiempo.
- Las mujeres y los niños deberán refugiarse en los pasadizos inferiores, de penetrar en nuestras defensas, aquellas que prefieran morir antes que ser violadas por uno de esos bastardos, se les proporcionará ajenjo para acabar su vida dignamente - dijo con rostro sombrío - disponed a los hombres para la primera horda de enemigos.
EN EL EXTERIOR DE LAS MURALLAS
Las saetas comenzaron a ser lanzadas contra las hordas de Hombres de Hierro que acechaban las murallas, mientras que los arietes montados golpeaban las puertas de la ciudad, las consignas se podían escuchar a ambos lados de la muralla de la pequeña fortaleza del Escudo.
Defendidos por sus escudos, un grupo de Hombres de Hierro habían logrado avanzar con el ariete hasta las mismísima puerta del castillo, superando valerosamente diversas hileras de proyectiles que buscaban sus flancos desprotegidos.
- Olaf, monta el puto ariete, como no lo hagas te juro que estamparé tus cuernos contra la puerta - gritó uno de los hombres que se encontraban bajo la formación cubierta por escudos.
Justo cuando el ariete se había montado perfectamente, decenas de vasijas fueron tiradas desde la parte cenital de la fortaleza, vertiendo un líquido negruzco sobre dos docenas aproximadamente de hombres.
- MIERD... - el bramido de las llamas no dejó terminar la frase a aquellos hombres, una gigantesca llamarada barrió a los desdichados frente a la puerta, cociendo dentro de sus armaduras lo que, hacía segundos, eran fieles guerreros Greyjoy.
El nauseabundo olor de la carne quemada comenzaba a poblar el campo de batalla, junto a los cadáveres calcinados y mutilados de las víctimas de ambos bandos. Los cuerpos de los arqueros caían aún agonizantes sobre los asediantes, que intentaban colocar sus escalas sobre las murallas.
La rápida apertura de las puertas de la fortaleza dejó salir a varias cuadrillas de caballeros bien pertrechados que cayeron sobre los Hombres de Hierro. La defensa estaba siendo pertinaz, y aquellos valerosos caballeros buscaron hacer el mayor número de víctimas, a pesar que sabían que no saldrían vivos de allí.
La verde hierba que antaño rodeaba el castillo se había encharcado de un rojo sangre, y de una, nada desdeñable, pila de cadáveres de ambos bandos. No obstante, el avance de los hombres de hierro era implacable, los caballeros enemigos eran mutilados, degollados, amputados o abiertos en canal, aunque no sin las bajas de los hombres del Kraken.
El asedio se prometía intenso y largo hasta que un inmenso incendio se declaró en en el interior de la ciudad.
EN EL INTERIOR DE LA MURALLA...
- ¡Maldito hijo de puta! ¿Cómo que hay un grupo de prisioneros que ha atacado a nuestros hombres y ha quemado el granero? - los gritos de Lord Grimm podían escucharse en el interior del castillo.
Bajó corriendo junto a su escolta hacia el lugar donde se encontraban los presos que habían sido infiltrados en su castillo, a su paso podía ver soldados atacados a traición, uno de ellos había sido atacado con un puñal por la espalda, siendo ensartado a través del cráneo. El bramar de la melé se encontraba en uno de los patios, donde la guardia intentaba sofocar el fuego, mientras reducía a los atacantes.
Firmemente, Lord Grimm se abrió paso junto a su guardia entre los fieles a los Greyjoy, desplegando sus hachas, seccionando miembros y gargantas. La sangre enemiga comenzó a cubrir su cuerpo, y la ira se apoderaba de él mientras veía que aquel ataque a traición de los asediantes daría al traste con su plan de defensa.
- ¡MUERTE A LOS INVASORES! - gritó mientras aplastaba la cabeza de uno de los enemigos caídos al suelo y llenaba de sus sesos las botas reforzadas de acero que portaba.
La cacería se instauró dentro de la fortaleza, los traidores fueron ejecutados uno a uno, aunque el rastro de caos que dejaron a su paso era irreparable, vidas perdidas, graneros incendiados, las fuentes de agua destrozadas... estaba todo perdido.
LORD GREYJOY
Un hombre se dirigió hacia Lord Greyjoy, el cual podía divisar como aquel baño de sangre comenzaba a ejercer efecto, las bajas por parte de los Hombres de Hierro comenzaban a ser mayores de las esperadas pero, el fuego interior de Escudo Gris, había hecho que la fuerza de los defensores mermase.
- Los infiltrados han sido ejecutados en su totalidad, no obstante, su objetivo ha sido cumplido, los graneros arden y las fuentes de agua están contaminadas, Escudo Gris no tardará en caer. - dijo uno de los hombres de confianza a Harrald Greyjoy... parecía que la batalla estaba cerca de acabar...
El Padre
Re: Un premio mayor
Cuando su hombre le informó. Harrald estaba ayudando a sus hombres con el ariete. El rey de las Islas del hierro era un autentico rey de su pueblo. No mandaba a sus hombres luchar una batalla si no la luchaba él mismo. Con su ballesta abatió a unos cuantos arqueros antes de ayudar a sus hombres con el ariete para derribar la puerta. Desde ahí abajo no se veía lo que ocurría dentro de la fortaleza, ni siquiera el humo del fuego, de modo que las noticias fueron bien recibidas. Su plan había surtido efecto, al menos en parte. Ahora tendría que liberar a las familias de los presos que había enviado a morir. Una promesa es una promesa, y Harrald siempre las cumplía.
-¡Ya habéis oído muchachos! Están sin agua y sin comida. ¡Se les acaban las fuerzas, y nosotros estamos como nuevos!
Unos vítores de alegría resonaron en las gargantas de los cercanos al Rey.
-¡Preparaos para una nueva emb...!
-¡¡ACEITE!!
Al grito de uno de sus hombres todos los hombres del hierro abandonaron el ariete antes de que los rociasen con aceite hirviendo. No iban a morir tan fácilmente. Eran hombres del Hierro. Hechos para la conquista.
-¡Arqueros, ballesteros, matad a esos perros!- ordenó Harrald. Una oleada de flechas y virotes se cernieron sobre los arqueros y defensores de la puerta principal. Ahora tendrían unos momentos antes de que fueran reemplazados por más defensores -¡Derribemos esta puta puerta!
Un golpe.
Dos golpes.
Tres golpes.
¡Brumm!
¡Brumm!
¡Brummcrash!
Fue entonces cuando resonó en el lugar la madera partiéndose. Los tablones que cerraban la puerta habían caído.
-¡Abrid esa puerta!- ordenó el rey.
Cachalote y Greg el Canibal fueron los que terminaron de derribar las puertas para comenzar la batalla real. La entrada al castillo. Cuando abrieron las puertas los vieron. Soldados cansados, heridos y sucios. Y esos eran los que mejor estaban. Los demás eran campesinos con azadas y picos, o mujeres con cuchillos de cocina. Debían de haber enviado a los niños fuera de la isla cuando vieron llegar su flota. Un tipo listo este Grimm. Había aguantado. Pero Harrald había hecho una promesa. No habría piedad para quien portara un arma.
-¡Matad a todo el que porte armas! ¡Hombre, mujer o anciano, me da igual! ¡Y traedme a Grimm Vivo, el que lo haga será capitán de galeón!
Escudo grande a la izquierda, espada a la derecha, y enemigos casi abatidos por doquier. Una de las batallas más sencillas del Greyjoy. poca gloria había allí. las historias sin embargo contarían como los fieros escudeños, con sus armas y armaduras en perfecto estado, preparados hasta los dientes, recibieron como dignos enemigos que eran a los hombres del Hierro. Ya iban a morir y a perder su hogar, no hacía falta mancillar su memoria.
-¡Ya habéis oído muchachos! Están sin agua y sin comida. ¡Se les acaban las fuerzas, y nosotros estamos como nuevos!
Unos vítores de alegría resonaron en las gargantas de los cercanos al Rey.
-¡Preparaos para una nueva emb...!
-¡¡ACEITE!!
Al grito de uno de sus hombres todos los hombres del hierro abandonaron el ariete antes de que los rociasen con aceite hirviendo. No iban a morir tan fácilmente. Eran hombres del Hierro. Hechos para la conquista.
-¡Arqueros, ballesteros, matad a esos perros!- ordenó Harrald. Una oleada de flechas y virotes se cernieron sobre los arqueros y defensores de la puerta principal. Ahora tendrían unos momentos antes de que fueran reemplazados por más defensores -¡Derribemos esta puta puerta!
Un golpe.
Dos golpes.
Tres golpes.
¡Brumm!
¡Brumm!
¡Brummcrash!
Fue entonces cuando resonó en el lugar la madera partiéndose. Los tablones que cerraban la puerta habían caído.
-¡Abrid esa puerta!- ordenó el rey.
Cachalote y Greg el Canibal fueron los que terminaron de derribar las puertas para comenzar la batalla real. La entrada al castillo. Cuando abrieron las puertas los vieron. Soldados cansados, heridos y sucios. Y esos eran los que mejor estaban. Los demás eran campesinos con azadas y picos, o mujeres con cuchillos de cocina. Debían de haber enviado a los niños fuera de la isla cuando vieron llegar su flota. Un tipo listo este Grimm. Había aguantado. Pero Harrald había hecho una promesa. No habría piedad para quien portara un arma.
-¡Matad a todo el que porte armas! ¡Hombre, mujer o anciano, me da igual! ¡Y traedme a Grimm Vivo, el que lo haga será capitán de galeón!
Escudo grande a la izquierda, espada a la derecha, y enemigos casi abatidos por doquier. Una de las batallas más sencillas del Greyjoy. poca gloria había allí. las historias sin embargo contarían como los fieros escudeños, con sus armas y armaduras en perfecto estado, preparados hasta los dientes, recibieron como dignos enemigos que eran a los hombres del Hierro. Ya iban a morir y a perder su hogar, no hacía falta mancillar su memoria.
Harrald Greyjoy- Nobleza
Re: Un premio mayor
Una vez destrozada la puerta de entrada, los hombres de hierro entraron en tropel dentro de Escudo Gris, la ciudad estaba condenada, aquellos inconscientes que portaban armas fueron pasados a cuchillo sin piedad.
En el interior del gran salón, Lord Grimm seguía defendiéndose con ambas hachas, había logrado acabar con un buen número de invasores junto a su escolta, la cual se había reducido a dos fornidos hombres. Una certera flecha atravesó el cráneo de uno de ellos, mientras que un hacha abrió en dos el pecho del restante.
Sólo, consciente de que estaba rodeado, Lord Grimm todavía tuvo fuerzas para segar la pierna de un hombre de hierro, antes que un fornido guerrero hiciera trizas su coraza pectoral con un enorme martillo de guerra, dejando inconsciente, aunque vivo, al señor de Escudo Gris.
- Me hubiera gustado más rajar su vientre como un mero para sacar el anzuelo, mi señor, pero aquí tenéis a Lord Grimm - dijo el bravo guerrero, mientras que dos de sus secuaces traían arrastrando al noble, el cual se encontraba inconsciente, y con un considerable golpe en su armadura, la cual había salvado su vida, dado que hubiese partido el pecho descubierto de cualquier hombre.
Las Escudo habían caído, ardido de lado a lado ante el orgulloso ejército del kraken, ¿cuál sería el próximo objetivo de las tropas Greyjoy? ¿podría el ejército del Dominio resistir tan bravos guerreros?.
En el interior del gran salón, Lord Grimm seguía defendiéndose con ambas hachas, había logrado acabar con un buen número de invasores junto a su escolta, la cual se había reducido a dos fornidos hombres. Una certera flecha atravesó el cráneo de uno de ellos, mientras que un hacha abrió en dos el pecho del restante.
Sólo, consciente de que estaba rodeado, Lord Grimm todavía tuvo fuerzas para segar la pierna de un hombre de hierro, antes que un fornido guerrero hiciera trizas su coraza pectoral con un enorme martillo de guerra, dejando inconsciente, aunque vivo, al señor de Escudo Gris.
- Me hubiera gustado más rajar su vientre como un mero para sacar el anzuelo, mi señor, pero aquí tenéis a Lord Grimm - dijo el bravo guerrero, mientras que dos de sus secuaces traían arrastrando al noble, el cual se encontraba inconsciente, y con un considerable golpe en su armadura, la cual había salvado su vida, dado que hubiese partido el pecho descubierto de cualquier hombre.
Las Escudo habían caído, ardido de lado a lado ante el orgulloso ejército del kraken, ¿cuál sería el próximo objetivo de las tropas Greyjoy? ¿podría el ejército del Dominio resistir tan bravos guerreros?.
- Spoiler:
- Por mi parte, post terminado
El Padre
Re: Un premio mayor
Una vez dentro de la fortaleza, con todo conquistado, entró a la sala del trono, donde sus hombres habían capturado a Lord Grimm. Había dejado la estancia llena de tantos cadáveres como si fueran cojines en una habitación dorniense... Hijo de puta. Se había cobrado casi a diez hombres antes de dejarse capturar. Un enemigo digno. Una pena que no aceptase su oferta. Pero al final, como todos, había caído ante el poder del mar.
Asintió al guerrero que lo había capturado.
-Lo has hecho bien, soldado. Tu nombre.- Harrald tenía que hablar hacia arriba para poder mirarle a la cara.
-Zephyr Peletero, mi rey.
Harrald lo miró extrañado, Ese nombre era de mujer, algo típico en Harlaw. Era muy extraño que alguien se llamara así.
-Zephyr... ¿Ese no es nombre de mujer, soldado?
Pareció molestarse por un instante, se veía que había tocado una fibra sensible.
-Eso pensaron muchos de mis compañeros antes de que les hundiera la cabeza con mi martillo, mi rey.
Harrald rió. Una buena respuesta. Un auténtico hijo del hierro. Padres libres, con oficio, y él un guerrero. El prototipo del hombre de las Islas que asciende por sus propios méritos en la guerra.
-Bien, Zephyr. Lo prometido es deuda. Serás capitán de un galeón, en cuanto tenga un galeón que entregarte. No te preocupes. Pronto usaremos la buena madera de las Escudo para restablecer nuestra flota y hacerla mayor.
El soldado asintió satisfecho. Harrald miró al vencido Lord Grimm. Un buen enemigo. Eso era aquel hombre. Terco, pero un buen enemigo.
-Te dije que entraríamos, Steffan... Debiste haber escuchado con más atención... Llevaoslo. Cargadlo de cadenas, junto con el resto de nobles.
Asintió al guerrero que lo había capturado.
-Lo has hecho bien, soldado. Tu nombre.- Harrald tenía que hablar hacia arriba para poder mirarle a la cara.
-Zephyr Peletero, mi rey.
Harrald lo miró extrañado, Ese nombre era de mujer, algo típico en Harlaw. Era muy extraño que alguien se llamara así.
-Zephyr... ¿Ese no es nombre de mujer, soldado?
Pareció molestarse por un instante, se veía que había tocado una fibra sensible.
-Eso pensaron muchos de mis compañeros antes de que les hundiera la cabeza con mi martillo, mi rey.
Harrald rió. Una buena respuesta. Un auténtico hijo del hierro. Padres libres, con oficio, y él un guerrero. El prototipo del hombre de las Islas que asciende por sus propios méritos en la guerra.
-Bien, Zephyr. Lo prometido es deuda. Serás capitán de un galeón, en cuanto tenga un galeón que entregarte. No te preocupes. Pronto usaremos la buena madera de las Escudo para restablecer nuestra flota y hacerla mayor.
El soldado asintió satisfecho. Harrald miró al vencido Lord Grimm. Un buen enemigo. Eso era aquel hombre. Terco, pero un buen enemigo.
-Te dije que entraríamos, Steffan... Debiste haber escuchado con más atención... Llevaoslo. Cargadlo de cadenas, junto con el resto de nobles.
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