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El Padre reconocerá a los suyos
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El Padre reconocerá a los suyos
El Gran Septo de Baelor, construido por el rey que se hizo apodar a sí mismo El Santo, era una inmensa mole de cristal y mármol que refulgía bajo el sol del verano con un brillo cegador, como un faro que alumbrara el destino de los fieles sobre la colina de Visenya.
Las siete altas torres, las siete inmensas bóvedas y los siete paredes llenas de estatuas proclamaban la majestuosa devoción del antiguo rey al Dios Único y sus Siete Rostros, mientras que un millar de lámparas llevaban la luz a la enorme nave central del septo, ordenada escrupulosamente en una disposición heptagonal. Siete pasillos, dispuestos conforme a la estrella de siete puntas dibujada sobre mármol en el suelo. Doce filas de bancos de madera de arce en cada uno de los brazos de la estrella, como si las tres virtudes divinas - Fe, Esperanza, Caridad - se combinaran con las cuatro virtudes terrenas - Prudencia, Justicia, Templanza, Fortaleza - para dar, así, el número doce como doce fueron las pruebas de los mártires y doce fueron los elegidos, doce los profetas ándalos que extendieron la Fe por Poniente.
Athila, envuelto en su hábito de color oscuro, rezaba en silencio musitando apenas un murmullo sordo, mientras pasaba con mecánica precisión las cuentas del colgante de madera y coral que le acompañaba desde hacía tantos años, desgastadas ya por las incontables caricias de sus dedos. El Gran Septo, desde que tomara posesión del cargo, le acongojaba secretamente, haciéndole sentir diminuto y al tiempo oprimiéndole el pecho con una sensación de ahogo difícil de explicar. Cuando terminó sus oraciones, se levantó y con pasos silenciosos se dirigió por uno de los pasillos hasta la puerta del claustro que rodeaba el jardín.
Era su rincón predilecto de la ciudad.
Dispuesto con forma heptagonal, era una especie de largo paseo de pasadizos abiertos al jardín, porticados por un auténtico bosque de columnas de delicada tracería, decorados con relieves de factura tosca pero hermosa y pintados con colores terrosos. Recorrer sus grandes baldosas de piedra, desgastadas por los pasos de miles de septones, mientras se escuchaba el rumor leve de las fuentes de agua, el canto de los pájaros y el susurro del viento entre los incontables árboles invitaba a la reflexión y al recogimiento.
El Septón Supremo caminó en silencio por el jardin, agradeciendo con un gesto de la cabeza los mudos saludo de fieles y religiosos, y detuvo sus pasos en un banco de piedra, al pie de un gran sauce, algo apartado, donde se sentó. Apenas tuvo que esperar unos minutos. Aquel a quien esperaba apareció por uno de los paseos, mirando en derredor hasta detenerse en la figura de Athila, y se dirigió hacia el banco sentándose junto a él mascullando apenas un saludo respetuoso.
- Saludos, hermano. - La voz del Pontífice era clara y cálida, aunque su rostro luciese su habitual expresión severa.
Las siete altas torres, las siete inmensas bóvedas y los siete paredes llenas de estatuas proclamaban la majestuosa devoción del antiguo rey al Dios Único y sus Siete Rostros, mientras que un millar de lámparas llevaban la luz a la enorme nave central del septo, ordenada escrupulosamente en una disposición heptagonal. Siete pasillos, dispuestos conforme a la estrella de siete puntas dibujada sobre mármol en el suelo. Doce filas de bancos de madera de arce en cada uno de los brazos de la estrella, como si las tres virtudes divinas - Fe, Esperanza, Caridad - se combinaran con las cuatro virtudes terrenas - Prudencia, Justicia, Templanza, Fortaleza - para dar, así, el número doce como doce fueron las pruebas de los mártires y doce fueron los elegidos, doce los profetas ándalos que extendieron la Fe por Poniente.
Athila, envuelto en su hábito de color oscuro, rezaba en silencio musitando apenas un murmullo sordo, mientras pasaba con mecánica precisión las cuentas del colgante de madera y coral que le acompañaba desde hacía tantos años, desgastadas ya por las incontables caricias de sus dedos. El Gran Septo, desde que tomara posesión del cargo, le acongojaba secretamente, haciéndole sentir diminuto y al tiempo oprimiéndole el pecho con una sensación de ahogo difícil de explicar. Cuando terminó sus oraciones, se levantó y con pasos silenciosos se dirigió por uno de los pasillos hasta la puerta del claustro que rodeaba el jardín.
Era su rincón predilecto de la ciudad.
Dispuesto con forma heptagonal, era una especie de largo paseo de pasadizos abiertos al jardín, porticados por un auténtico bosque de columnas de delicada tracería, decorados con relieves de factura tosca pero hermosa y pintados con colores terrosos. Recorrer sus grandes baldosas de piedra, desgastadas por los pasos de miles de septones, mientras se escuchaba el rumor leve de las fuentes de agua, el canto de los pájaros y el susurro del viento entre los incontables árboles invitaba a la reflexión y al recogimiento.
El Septón Supremo caminó en silencio por el jardin, agradeciendo con un gesto de la cabeza los mudos saludo de fieles y religiosos, y detuvo sus pasos en un banco de piedra, al pie de un gran sauce, algo apartado, donde se sentó. Apenas tuvo que esperar unos minutos. Aquel a quien esperaba apareció por uno de los paseos, mirando en derredor hasta detenerse en la figura de Athila, y se dirigió hacia el banco sentándose junto a él mascullando apenas un saludo respetuoso.
- Saludos, hermano. - La voz del Pontífice era clara y cálida, aunque su rostro luciese su habitual expresión severa.
Athila Mooton- Sacerdote
Re: El Padre reconocerá a los suyos
Pauls se acercó en silencio hasta quedar frente al Septón, con los pies juntos y sus manos entrecruzadas. La llamada le había resultado totalmente una sorpresa, desprevenida, por lo que había dirigido sus pasos sin tener demasiada idea de porque se encontraba allí, de porque le llamaban a él, uno de los pocos que fuese capaz de llamar a la oración a la ciudad de Desembarco del Rey. Además se habían reunido allí muchos de los fieles y otros de los beatos de la Iglesia. ¿Qué pensaba hacer Athila? ¿Qué ideaba en su cabeza?
- Los Siete siempre nos guíen...- Respondió en forma de saludo, esperando corresponder de buenas formas, tratando de maquillar su nerviosismo.- ...Me habéis llamado y yo vengo aquí, para saber cuales son vuestras palabras, Septón Supremo.
Y todos los demás, por supuesto. Todos observaban inquietos, esperando a despejar aquellas dudas que se habían instalado tras saber de aquella llamada por parte del Septón Supremo.
- Los Siete siempre nos guíen...- Respondió en forma de saludo, esperando corresponder de buenas formas, tratando de maquillar su nerviosismo.- ...Me habéis llamado y yo vengo aquí, para saber cuales son vuestras palabras, Septón Supremo.
Y todos los demás, por supuesto. Todos observaban inquietos, esperando a despejar aquellas dudas que se habían instalado tras saber de aquella llamada por parte del Septón Supremo.
Valar Morghulis- Admin
Re: El Padre reconocerá a los suyos
Era fácil ser elocuente en aquel lugar, donde la suave brisa de verano agitaba apenas las ramas de los árboles, donde el perfume de las flores impregnaba el ambiente de una fragante aura irreal, donde la luz del sol formaba caprichosas siluetas por doquier en una escena casi onírica, donde el agua de las muchas fuentes sonaba con un susurro musical. Allí, en los hermosos jardines del septo, parecía que todos recorrían un ágora inmaculada, un cenobio remoto y secreto donde no existía más que ellos, la Creación y el Dios Único de los siete rostros. No existían la guerra, ni los dragones, ni las espadas, ni la ciudad misma. Sólo el éxtasis místico de la contemplación y el íntimo placer de la oración ininterrumpida.
- Hermanos... - Sólo cuando se hubo levantado del banco y estuvo bien seguro de que contaba con la atención de todos la voz estentórea del Septón Supremo osó turbar la paz meditativa del jardín - ... No os entretendré con palabras vanas, ni os embaucaré con discursos o rodeos. Lo que nos aguarda en los días por venir no es otra cosa sino la guerra.
Dejó que la revelación, si tal cosa era posible tras tantos días de rumores y habladurías, se aposentase entre sus hermanos de fe, antes de continuar.
- Los dragones se enfrentarán con los dragones, la rosa contra el lobo, el halcón contra la trucha y la lanza contra el venado. Llegan días de hierro y sangre, hermanos, días de fuego y rabia.
Hablaba con ademán tranquilo pero enérgico, recorriendo con la mirada los rostros que se iban, lentamente, apiñando en torno a la figura del Septón.
- O mucho han cambiado las normas de la guerra, o pronto arderán los campos y las aldeas. Los molinos serán derribados, los puentes arrasados, las villas y caseríos serán pasto de las llamas y el saqueo en nombre de los trapos de colores con el que los grandes señores disfrazan su ambición, su codicia y su vanidad. Se cegarán los pozos, se talarán los bosques y aquellos que se opongan acabarán sus días colgando de una soga o empalados en una pica.
Guardó silencio, en una breve pausa.
- ¿Qué sabe el herrero de los problemas dinásticos del señor de su señor? ¿Cómo elegirá el arriero que su carga sirva a uno u otro caudillo? ¿Qué culpa tiene el campesino de que los feudos mengüen o crezcan al capricho de las lealtades o traiciones? ¿Cómo puede conozcer el molinero si aquel a quien veneran como rey es justo, es sabio, es miserable o loco?
Alzó la voz, y a la vez la mano, con un gesto imperioso.
- Pronto sonarán los cuernos de la guerra, y las cosechas morirán en los campos, los rebaños serán diezmados y tras las gestas y las batallas llegarán el hambre y la miseria. Acabarán los juegos de los reyes y los caballeros, cantarán los bardos las hazañas de los héroes, y tras la muerte y el sufrimiento el rey seguirá siendo rey y el mendigo seguirá siendo mendigo.
Cerró el puño, y en silencio volvió a mirar a los ojos a su audiencia.
- ¿Quién velará por quien lo haya perdido todo? ¿Quién aliviará el dolor del mundo, una vez que los nobles hayan regresado a sus castillos?
El rostro del Septón se iluminó con una expresión de satisfacción.
- Baelor el Santo dijo "aquello que hagais por el más humilde de sus hijos, por la Madre lo hareis". Yo os digo que sois la esperanza de la Fe, la mano de seda que cura lo que la mano de hierro hiere. Id, hermanos, recorred los Siete Reinos con esta misión que os encomiendo.
Abrió los brazos y habló con voz firme.
- Que cada septo y cada septrio en cada rincón de Poniente sea refugio para aquellos que lo necesiten. Comprad grano, carne, harina, y guardadlo para aquellos que nada tengan. Yo decreto que tras la puerta de cada septo se abre suelo sacro, y que ninguna sangre sea derramada de aquellos que se acojan a sagrado. La casa de los Siete no debe ser mancillada. Y para que sea cumplido, os permito empuñar las armas. Porque los hijos de la Madre serán también los hijos del Guerrero. Malos pastores seríamos, hermanos, si permitiéramos que los lobos devoraran los corderos de nuestro rebaño.
Frunció el ceño, y tras una pausa alzó ambos brazos al cielo.
- ¡Hermanos! ¡Defended la Fe!
- Hermanos... - Sólo cuando se hubo levantado del banco y estuvo bien seguro de que contaba con la atención de todos la voz estentórea del Septón Supremo osó turbar la paz meditativa del jardín - ... No os entretendré con palabras vanas, ni os embaucaré con discursos o rodeos. Lo que nos aguarda en los días por venir no es otra cosa sino la guerra.
Dejó que la revelación, si tal cosa era posible tras tantos días de rumores y habladurías, se aposentase entre sus hermanos de fe, antes de continuar.
- Los dragones se enfrentarán con los dragones, la rosa contra el lobo, el halcón contra la trucha y la lanza contra el venado. Llegan días de hierro y sangre, hermanos, días de fuego y rabia.
Hablaba con ademán tranquilo pero enérgico, recorriendo con la mirada los rostros que se iban, lentamente, apiñando en torno a la figura del Septón.
- O mucho han cambiado las normas de la guerra, o pronto arderán los campos y las aldeas. Los molinos serán derribados, los puentes arrasados, las villas y caseríos serán pasto de las llamas y el saqueo en nombre de los trapos de colores con el que los grandes señores disfrazan su ambición, su codicia y su vanidad. Se cegarán los pozos, se talarán los bosques y aquellos que se opongan acabarán sus días colgando de una soga o empalados en una pica.
Guardó silencio, en una breve pausa.
- ¿Qué sabe el herrero de los problemas dinásticos del señor de su señor? ¿Cómo elegirá el arriero que su carga sirva a uno u otro caudillo? ¿Qué culpa tiene el campesino de que los feudos mengüen o crezcan al capricho de las lealtades o traiciones? ¿Cómo puede conozcer el molinero si aquel a quien veneran como rey es justo, es sabio, es miserable o loco?
Alzó la voz, y a la vez la mano, con un gesto imperioso.
- Pronto sonarán los cuernos de la guerra, y las cosechas morirán en los campos, los rebaños serán diezmados y tras las gestas y las batallas llegarán el hambre y la miseria. Acabarán los juegos de los reyes y los caballeros, cantarán los bardos las hazañas de los héroes, y tras la muerte y el sufrimiento el rey seguirá siendo rey y el mendigo seguirá siendo mendigo.
Cerró el puño, y en silencio volvió a mirar a los ojos a su audiencia.
- ¿Quién velará por quien lo haya perdido todo? ¿Quién aliviará el dolor del mundo, una vez que los nobles hayan regresado a sus castillos?
El rostro del Septón se iluminó con una expresión de satisfacción.
- Baelor el Santo dijo "aquello que hagais por el más humilde de sus hijos, por la Madre lo hareis". Yo os digo que sois la esperanza de la Fe, la mano de seda que cura lo que la mano de hierro hiere. Id, hermanos, recorred los Siete Reinos con esta misión que os encomiendo.
Abrió los brazos y habló con voz firme.
- Que cada septo y cada septrio en cada rincón de Poniente sea refugio para aquellos que lo necesiten. Comprad grano, carne, harina, y guardadlo para aquellos que nada tengan. Yo decreto que tras la puerta de cada septo se abre suelo sacro, y que ninguna sangre sea derramada de aquellos que se acojan a sagrado. La casa de los Siete no debe ser mancillada. Y para que sea cumplido, os permito empuñar las armas. Porque los hijos de la Madre serán también los hijos del Guerrero. Malos pastores seríamos, hermanos, si permitiéramos que los lobos devoraran los corderos de nuestro rebaño.
Frunció el ceño, y tras una pausa alzó ambos brazos al cielo.
- ¡Hermanos! ¡Defended la Fe!
Athila Mooton- Sacerdote
Re: El Padre reconocerá a los suyos
Pauls escuchó atónito aquello que decía el Septón Supremo. Primero asintió con tranquilidad, con seguridad, ante todo lo que decía. Tenía razón, mucha razón. Los reyes seguirían siendo reyes, teniendo el poder de todos, sin aceptar que las riquezas debían ser repartidas con aquellos que menos tenían, que debían de tratar de ser hombres buenos, compartir como la Madre decía y la Hija aceptaba. Un Padre era bueno con sus hijos, y no los mandaba llamar para matarse entre ellos, entre hermanos y hermanos, entre la familia.
Poco a poco en su corazón fue latiendo la pasión del discurso. Observó cuando el Septón cerró su mano en un puño y quedó dispuesto de igual forma, con ambos cerrados fuertemente. Y al parecer los hombres de alrededor también se contajiaron de ello. Observó a algunos de esos hombres, altos, grandes, seguidores de la fe que Athila impusiese a otros tantos caballeros arrepentidos por sus actos antes de acercarse a la Fe de los Siete.
- ¡Así será, Septón!- El homrbe dio media vuelta y se dirigió a todos.- ¡Sed aquellos que lleveis la voz de la Iglesia y la Fe!. Desde Costa Salada a Último Hogar, la casa más lejana que tenga fe en los Siete. ¡Adelante!- Los hombres y las mujeres susurraron y al poco comenzaron a voltearse, dispuestos a seguir la dirección que el cabeza de la Iglesia les había dado. Pronto volarían cuervos y los hombres a caballo partirían desde el Septo de Baelor. Él no se dio la vuelta hasta que practicamente nadie quedaba allí, para enfrentarse al hombre.
- ¿Y bien?- Observó al hombre que tenía frente a si.- ¿Qué pretendeis con esto, Septón? Esto puede ser tomado como un claro desafio por los señores feudales, empezando por el mismo Rey.- Preocupación, claro que si aunque...aunque notaba el fuego en el interior, el fuego que los dioses insuflaba en todos los que en aquella tarde estuvieron allí.
Poco a poco en su corazón fue latiendo la pasión del discurso. Observó cuando el Septón cerró su mano en un puño y quedó dispuesto de igual forma, con ambos cerrados fuertemente. Y al parecer los hombres de alrededor también se contajiaron de ello. Observó a algunos de esos hombres, altos, grandes, seguidores de la fe que Athila impusiese a otros tantos caballeros arrepentidos por sus actos antes de acercarse a la Fe de los Siete.
- ¡Así será, Septón!- El homrbe dio media vuelta y se dirigió a todos.- ¡Sed aquellos que lleveis la voz de la Iglesia y la Fe!. Desde Costa Salada a Último Hogar, la casa más lejana que tenga fe en los Siete. ¡Adelante!- Los hombres y las mujeres susurraron y al poco comenzaron a voltearse, dispuestos a seguir la dirección que el cabeza de la Iglesia les había dado. Pronto volarían cuervos y los hombres a caballo partirían desde el Septo de Baelor. Él no se dio la vuelta hasta que practicamente nadie quedaba allí, para enfrentarse al hombre.
- ¿Y bien?- Observó al hombre que tenía frente a si.- ¿Qué pretendeis con esto, Septón? Esto puede ser tomado como un claro desafio por los señores feudales, empezando por el mismo Rey.- Preocupación, claro que si aunque...aunque notaba el fuego en el interior, el fuego que los dioses insuflaba en todos los que en aquella tarde estuvieron allí.
Valar Morghulis- Admin
Re: El Padre reconocerá a los suyos
El Septón Supremo contempló en silencio cómo la multitud que se había congregado se desvanecía lentamente en todas direcciones, y con infinita paciencia cerró los ojos esperando que la paz se aposentase de nuevo en el jardín. Había arrojado una roca, había enturbiado las aguas, y era necesario ahora esperar con calma para poder ver de nuevo con claridad.
Escuchó las palabras del sacerdote con los ojos aún cerrados, y cuando se dispuso a contestar alzó los párpados con una expresión tal de incrédula ingenuidad que costaba creer que no fuera impostada.
- ¿Desafío? ¿Yo? - frunció el entrecejo, sopesando las palabras - ¿Desafío al rey por querer proteger a su pueblo? Si nadie vela por aquellos que están indefensos... ¿Quién cosechará sus campos? ¿Quién molerá su grano? ¿Quién herrará sus caballos? Si la causa de nuestro buen soberano Daeron es justa y santo su propósito, ninguno de sus caballeros ni aquellos que le sirven tienen nada que temer. Es a la perfidia de sus enemigos, los que desafían al poder de la Fe, ante la que nos alzamos, porque somos hijos del Padre pero también del Guerrero, y no ha de temblarnos la mano por proteger al pueblo de la Fe. Si la guerra finalmente se extiende por Poniente, es nuestro deber proteger aquello que es sagrado. Y en cualquier caso, hermano Pauls, los reyes vienen y van, las casas se alzan y caen, pero los Siete permanecen. Nuestro reino no es de este mundo.
Se sentó en el banco, y hurgando entre la faltriquera de su hábito de color negro sacó un mendrugo de pan, que desmigó con concienzudo afán mientras hablaba, arrojando las migas a la hierba hasta que una pequeña bandada de petirrojos se acercó a picotear entre las cuidadas briznas y flores. El Septón miró al sacerdote con una media sonrisa.
- De hecho... hermano Pauls, os había hecho venir con un propósito. He estado leyendo mucho últimamente, historias antiguas sobre espadas y estrellas. ¿Qué sabeis acerca de la Fe Militante?
Escuchó las palabras del sacerdote con los ojos aún cerrados, y cuando se dispuso a contestar alzó los párpados con una expresión tal de incrédula ingenuidad que costaba creer que no fuera impostada.
- ¿Desafío? ¿Yo? - frunció el entrecejo, sopesando las palabras - ¿Desafío al rey por querer proteger a su pueblo? Si nadie vela por aquellos que están indefensos... ¿Quién cosechará sus campos? ¿Quién molerá su grano? ¿Quién herrará sus caballos? Si la causa de nuestro buen soberano Daeron es justa y santo su propósito, ninguno de sus caballeros ni aquellos que le sirven tienen nada que temer. Es a la perfidia de sus enemigos, los que desafían al poder de la Fe, ante la que nos alzamos, porque somos hijos del Padre pero también del Guerrero, y no ha de temblarnos la mano por proteger al pueblo de la Fe. Si la guerra finalmente se extiende por Poniente, es nuestro deber proteger aquello que es sagrado. Y en cualquier caso, hermano Pauls, los reyes vienen y van, las casas se alzan y caen, pero los Siete permanecen. Nuestro reino no es de este mundo.
Se sentó en el banco, y hurgando entre la faltriquera de su hábito de color negro sacó un mendrugo de pan, que desmigó con concienzudo afán mientras hablaba, arrojando las migas a la hierba hasta que una pequeña bandada de petirrojos se acercó a picotear entre las cuidadas briznas y flores. El Septón miró al sacerdote con una media sonrisa.
- De hecho... hermano Pauls, os había hecho venir con un propósito. He estado leyendo mucho últimamente, historias antiguas sobre espadas y estrellas. ¿Qué sabeis acerca de la Fe Militante?
Athila Mooton- Sacerdote
Re: El Padre reconocerá a los suyos
- Mucho ha de ello. Maegor I disolvió la orden de la estrella y la espada, la Compañía Pobre y los Hijos del Guerrero- Asintió al decir esto mientras llevaba sus manos tras su espalda, observando al hombre que ahora parecía cansado, abatido, aunque seguramente por unos segundos.- Y luego Jaeherys el Conciliador privo a la fe del Juicio, algo que a mi entender no es justo. ¿Quién mejor que la Iglesia, aquella que está cerca de los dioses, para decidir sobre que castigo debe llevar el pecador?- Suspiró al contemplar esa posibilidad en la que ellos, la Iglesia, eran los jueces de los epcados cometidos y no aquellos homrbes que decían ser Reyes solo por el poder de la espada.
- Por eso os digo de provocar un desafio a los Targaryen. Ellos negaron las espadas a la Iglesia, dijeron que la defenderían pero negaron que nosotros pudiesemos hacerlo por nosotros mismos, y vos hablais a todos para que sean capaces de defender con el filo del Guerrero a todo aquel que lo necesite. ¿No creéis que pueden ver tales palabras como una amenaza?- Era la verdad. Que el compartiese la visión del Septón Supremo no significaba que no se encontrase verdaderamente contrariado con la idea de que el rey se dignase a dirigirse contra la Iglesia aunque seguramente era lo último que necesitaba viéndose tan esposado por los rebeldes y por los rumores que, día tras día, aparecían sobre él y la corte de dornienses que parecían vivir en pecado a la ciudad.
- La noticia no tardará en llegar a la corte, pero tampoco a las ciudades y pueblos cercanos, ni al resto de los Siete Reinos. Y tened por seguro que será llevada a cabo por los hombres de fe.- Asintió. Athila se había ganado el respeto de la Iglesia y por ello no dudaba que sus órdenes se llevarían a cabo sin problema alguno.- Quizás debierais reuniros con Daeron Targaryen, hacérselo saber de vuestra propia voz. Seguro que eso evitaría culaquier posible molestia.
- Por eso os digo de provocar un desafio a los Targaryen. Ellos negaron las espadas a la Iglesia, dijeron que la defenderían pero negaron que nosotros pudiesemos hacerlo por nosotros mismos, y vos hablais a todos para que sean capaces de defender con el filo del Guerrero a todo aquel que lo necesite. ¿No creéis que pueden ver tales palabras como una amenaza?- Era la verdad. Que el compartiese la visión del Septón Supremo no significaba que no se encontrase verdaderamente contrariado con la idea de que el rey se dignase a dirigirse contra la Iglesia aunque seguramente era lo último que necesitaba viéndose tan esposado por los rebeldes y por los rumores que, día tras día, aparecían sobre él y la corte de dornienses que parecían vivir en pecado a la ciudad.
- La noticia no tardará en llegar a la corte, pero tampoco a las ciudades y pueblos cercanos, ni al resto de los Siete Reinos. Y tened por seguro que será llevada a cabo por los hombres de fe.- Asintió. Athila se había ganado el respeto de la Iglesia y por ello no dudaba que sus órdenes se llevarían a cabo sin problema alguno.- Quizás debierais reuniros con Daeron Targaryen, hacérselo saber de vuestra propia voz. Seguro que eso evitaría culaquier posible molestia.
Valar Morghulis- Admin
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