Sorrowville [Élite]

Sorrowville.

Trama

Los pueblos siempre han sido una gratificante manera de escapar de la ciudad. Siempre han sido bonitos a la hora de visitar, tranquilos. Con poca o mucha gente, según la población en general. Todos se conocen. Quizá no han hablado pero sí se han visto comprando el pan, sacando la basura, o quizá en el bar tomándose unas cervezas y unos aperitivos como almuerzo, antes de volver al trabajo. Una vida sin sobresaltos, real, sin problemas...Eso era lo que se vivía en Sorrowville. Un pueblo que poca gente conocía, con habitantes que hablaban animados cada noche de verano que hacía calor y salían a la terraza o a la calle a tomar el poco aire que pudiese hacer. Esos vecinos que te gustaría tener...Vecinos perfectos. Ideales. O eso era lo que querían mostrar al resto, a la humanidad, a los turistas que llegaban cada verano para disfrutar de la fresca agua del río, o de los lagos. Del bosque...El bosque. Un lugar seguro en aquella época. Quién iba a decírnoslo ahora.

Pero como siempre, hay un eslabón perdido. La oveja negra. Y en este caso, se trataba del hijo del alcalde. Eckhart Buckner, así se llamaba el chico. Un joven sano, de apariencia jovial, educado y estudiante de la única escuela que existía en el pueblo, convirtiéndose en el mejor de su clase. Muy respetado por todos, sí, al menos de puertas para afuera. Pero todo lo que tuviese que ver de puertas para adentro...Desleal, egocéntrico, drogadicto y juerguista. Él no creía en el destino, ni en el karma, ni en esas sandeces tal y como él las llamaba cuando estaba cuerdo pero algo pasó. Un día normal enfermó. En un principio todos pensaban que podía ser una gastroenteritis o una gripe normal, pero en cuanto comenzó a caerse su piel, como si se estuviese despegando un cromo del álbum, sus ojos se tornaron amarillos verdoso y las jaquecas, además de las alucinaciones, mareos y vómitos, eran cada vez más frecuentes, sin contar si quiera la delgadez extrema que empezaba a padecer. Pero lo peor de todo no fue eso. Lo preocupante del asunto es que comenzó a comer carne. ¡Oh sí, todos diréis que eso es muy normal! Pero comer carne cruda, decidme, ¿es eso normal? Y no me sirve la excusa de, hay gente a la que le gusta poco hecha y que sangre. No. Eckhart se la comía prácticamente recién cazada. Ratas que pudiesen haber en su casa, pájaros... Todo tipo de animales. Crudos, vivos, sin cocinar. Ahora decidme, ¿es acaso eso algo normal? Científicos, médicos y todo tipo de gente especializada acudieron por la puerta trasera para no alarmar a los ciudadanos del pueblo, pero, ¿quién sabía si aquello era, o no era contagioso? ¿Y si todos acababan igual?


Ahora las cosas se han salido de control. Estás corriendo por una pizca de aire y lo que pensabas que iba a ser una vida tranquila es, ahora y a para siempre, tu peor pesadilla. Tu vida se ha convertido en un verdadero infierno y haces lo posible por salir de ese lugar. Te ves arrinconado y corres, corres con todas tus fuerzas hasta que te metes en el bosque. Oh, amigo mío, jamás tuviste que meterte ahí. Has entrado. Ya no puedes salir. Jamás saldrás de ahí. Por lo menos, no con vida. La epidemia se está expandiendo con mucha rapidez. Cada vez es algo mayor. Evoluciona y evoluciona aunque nadie sabe cómo, ni por qué, ni tampoco cómo se transmite. Pero con suerte todavía hay gente que está sana, aunque siempre se hacen la típica pregunta: ''¿Por qué yo? ¿Por qué ellos?'' Preguntas que, de momento, están sin respuesta. El canibalismo se ha hecho actualmente presente en ese pueblo en el que antes te encantaría pasar unas vacaciones en familia haciendo senderismo por sus montañas. ¿Ahora? Sólo quieres salir de esa carnicería constante. Muchos han intentado buscar una salida sin éxito, no seas necio, tú ya no vas a ver la luz solar, ni la playa, ni a tus amigos, hermanos, tíos. A nadie. Absolutamente a nadie. Te infectarás, y todos los del pueblo lo sabrán. Lo ocultarán a la prensa, porque ellos siguen siendo una especie de pequeño complejo turístico que alimentar. ¿Y sabes qué más? Todos aquellos que vienen son también comida. Los pueblerinos saben lo que está ocurriendo y se aprovechan de su situación para beneficiarse, a su manera al menos. Sus hijos, maridos, esposas, novios, novias, padres, madres, hermanos, todos ellos se han convertido por lo menos uno, en una bestia feroz que devora carne, carne humana.

Y ahora, dime una cosa, ¿sigues deseando tener unos vecinos tan perfectos e idílicos? Tú mismo. Pero, recuerda que no todo es oro lo que reluce.

Staff

■ Nyah C. Hanley
■ Zelda R. Himmel