La Rebelión De Los Fuegoscuro
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Mensaje por Sean Tormenta Miér Mayo 22, 2013 6:32 pm

Ahora que disponía de algo de dinero, y antes de que su destino le alejara de Lanza del Sol, se decidió a visitar el bazar. Ya antes había hecho acto de presencia en aquel lugar, varias veces de hecho. Tanto por las historias que se contaban en los puestos como por la necesidad de un atuendo adecuado. La ropa braavosi que los Sangre Argéntea solían llevar no era adecuada para la primavera dorniense, ni tan siquiera la tyroshi, aunque de ésta no tenía ninguna pieza. Por ello dedicó algo de tiempo y dinero a cambiar de vestuario. Camisolas de lino, chalecos blancos, pantalones a la rodilla o bombachos y fuertes sandalias. De no ser por su cabello y sus ojos, habría pasado por un dorniense más, la herencia de sus padres le delataba. Incluso cuando no conocía a la mitad de sus progenitores, veintiún años después, su desconocido padre seguía marcando su vida.
Se detuvo en un puesto de tintes, eran caros, pero realmente buenos. Compró tinte negro, dorado y rojo. También plateado y un poco de decolorante. Compró hilo, agujas, cuerda, hilo de lana, hilo de lino y de esparto. Luego se fue a la peletería y compró pieles y cinchas. Una capa liviana y otra de viaje y también un par de capuchas. Encontró un puesto que vendía armaduras de segunda mano y compró dos horribles guanteletes de acero con dedos afilados y varios juegos diferentes de hombreras, codales y brazales, así como diversas grebas delustradas.
Del puesto de armaduras usadas, que bien podrían haber sido recogidas de algún campo de batalla durante la rebelión de los Fuegoscuro; paseó buscando material para reforzar su carcaj. En su cabeza iba tomando forma un atuendo y no sabía cómo sujetar el carcaj al mismo sin que se volviera endeble. Pasó delante de un puesto de fruta y no pudo evitar verlo. El cabello platino y la piel cristalina casi brillaban entre los lugareños. El sol, en un arranque de humildad, se oscurecía al contacto con el cabello de aquella joven. Sean se quedó helado, había oído hablar de los Targaryen, y no sabía bien qué hacía un Sangre de Dragón en Dorne, sería una buena pregunta para Sarella. La curiosidad pudo con él, al fin y se acercó a la joven dama.
-Os debe ser difícil pasar inadvertida entre esta gente- dijo, con amabilidad. A fin de cuentas tenía sangre real, y no de reyes menores como los que se habían levantado por todo Poniente, si no sangre Valyria, de los que montaban dragones y se sentaban en el Trono de Hierro. Le debía, cuanto menos, cordialidad.- Disculpad mi osadía, mi señora, dejad que me presente. Mi nombre es Sean Tormenta- añadió con una reverencia,- para serviros- miró en derredor y se colgó la bolsa de la compra del hombro.- Nunca creí que diría esto, pero me alegra muchísimo ver a alguien que no tenga el cabello oscuro y la tez morena de los dornienses. En Tyrosh, de donde provengo, era costumbre tintarse los cabellos de colores vívidos y monstruosos- Sean abrió mucho los ojos, como si el sólo recuerdo de aquella costumbre lo horrorizaba.- Aquello era excesivamente extravagante, pero...- señaló en derredor,- esto es muy monótono en comparación. Vos, en cambio, sois...- se quedó pensando un segundo y se llevó la mano a la barbilla con una cara de reflexión exageradísima,- una alegre descanso a la vista.- Sonrió y con un gesto gentil, le ofreció su brazo- ¿Me permitís que os acompañe en esta mañana de mercado?
Sean Tormenta
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Mensaje por Aelinor Targaryen Miér Mayo 22, 2013 10:04 pm

Su padre había muerto. Sus hermanos, Baelor y Maekar, muertos también. Habían perdido el trono, pero sinceramente, eso era lo que menos le importaba a Aelinor en aquellos momentos. Estaban muertos. ¿Qué era un trono de espadas fundidas junto a eso? En algún momento tomarían lo suyo de vuelta con sangre y fuego, pero no ahora. Al principio Dullah no había querido decírselo, pero había terminado cediendo ante sus ojos violáceos. La furia se apoderó de ella en ese momento, y maldijo la idea que habían tenido de venir a Lanza del Sol. Si su madre hubiera estado en Desembarco, si hubiera aconsejado a su padre, probablemente no habría muerto. Quizá habría perdido la guerra, pero con sus dragones podían volver a conquistar a Poniente. Lo había hecho Aegon, ¿por qué no lo iban a hacer ellos? Una verdadera lástima, en todo caso, que los dragones sólo estuvieran en su cabeza. Había abandonado el Palacio antes que alguien pudiera detenerla, después de vestirse por completo de blanco. Desde que había despertado, se había propuesto a alimentarse mejor, con muchas carnes rojas y legumbres, con lo cual estaba mucho mejor en cuanto a fortaleza, aunque seguía viéndose increíblemente delgada. Iría al bazar a ver cosas, necesitaba calmarse mucho antes de poder volver a ver a alguien. ¿Por qué no le habían dicho que ellos habían muerto? ¿Por qué? Eran su papá, sus hermanos, tenía todo el derecho a saberlo. Y, además, le prohibían ver a su madre, presa. Con Sofía no lograba llevársela bien, sólo los niños la mantenían cuerda, pero no quería que la vieran en tal estado de furia, decepción y orfandad. Como ellos, los tres. Huérfanos antes de saber que eso existe...

Un pañuelo cubría sus cabellos platinados, intentando camuflarla al menos en la multitud. Podría pasar por tyroshi quizá, alguna de esas descendientes de Valyria que aún conservaban aquellas características extrañas. En el fondo no le importaba que la reconocieran, pero era más fácil camuflarse y mantenerse lejos del Palacio mientras se calmaba. Pero tenía tanta rabia con todo lo que había pasado... Rabia por lo impotente que se sentía. ¿Por qué no crecían los dragones? ¿Por qué? Rezaba para que ellos se quedaran en el palacio, aunque no tardó en verlos caminar junto a ella. Esperaba que no llamaran demasiado la atención, pues ahora todo lo que tenían era el elemento sorpresa, pero nadie los vería jamás, pues sólo vivían en su cabeza, y nadie más era consciente de ello allí. Quería llorar pero no debía hacerlo. Debía ser fuerte, como lo habían sido Rhaenys y Visenya, pues por sus venas corría esa sangre del dragón, esa sangre que había conquistado a casi todo un continente. Si lo habían hecho una vez, todavía podía lograrse. El dragón tricéfalo podía volver a alzarse, aunque el hecho que ella estuviera incluída no le agradaba mucho, pero aprendería a luchar por ello. La única manera de honrar su memoria, la de su padre y sus hermanos, era recordarle a Poniente entero quiénes eran los Targaryen y porqué se habían sentado en un trono hecho de espadas. Si su linaje había sobrevivido a la Maldición de Valyria, ¿por qué no iban a sobrevivir a esto? Una brisa descubrió sus cabellos, que brillaron al sol tan pronto como se vieron expuestos. Respiró tranquila un par de veces antes de volverlos a cubrir, si se apresuraba seguro levantaba sospechas entre algún guarda.

Y de repente, un hombre le hablaba. Estuvo a punto de recordarle con quién hablaba, y de repente se dió cuenta que no era nadie, sólo le quedaba el orgullo de la sangre de Valyria con la de los desiertos, pero ahora... Ahora sólo era princesa en Rocadragón. Mientras ella pensaba en esto el hombre se apresuró a disculparse por su osadía, cosa que a Aelinor terminó cayéndole bien, al menos mejor que las noticias que había recibido en la última hora -No me debéis tal disculpa, pero la acepto de todos modos- dijo, asintiendo mientras él hacía la reverencia -Un placer conoceros, Sean Tormenta- añadió, pensando en lo que haría con aquellos traidores si tuviera la oportunidad. Serían carne para dragones. Carne para asar. Un atisbo de sonrisa se dibujó en su cara. Asintió mientras él mencionaba a Tyrosh, pensando cuan curioso era que ella hubiera pensado precisamente en esa ciudad libre unos momentos antes -Supongo que debe ser un cambio brusco- opinó, preguntándose entonces como es que era un Tormenta. ¿Exiliado, quizá? -Pero ya os acostumbraréis. Dorne no es tan monótono, al fin y al cabo...- prosiguió, suspirando al final -Sólo es una tonalidad diferente- concluyó.

Quiso darse media vuelta e irse cuando este le ofreció su brazo. No estaba de humor para ser la mejor de las compañías, pero quizá necesitara una cara nueva en su vida para calmarse lo suficiente como para volver a Palacio y encarar el futuro que le esperaba. Si antes era esencial lograr que Sarella liberara a su madre, ahora era imperativo: Debían volver a Rocadragón, con los chicos. Le devolvió la sonrisa, aunque se sentía vacía por dentro, de nuevo -He venido sin propósito alguno, así que si gustáis caminar sin sentido, supongo que podéis hacerlo- dijo, tomando su brazo. De verla, aquellos que la conocían se sorprenderían, pero aunque le faltara una tuerca, Aelinor no era estúpida, y ahora que los enemigos pululaban, lo último que necesitaba era ganarse uno más. Y el tal Sean Tormenta, le agradaba a pesar de no mostrar el respeto que debía, aunque claro, muchas cosas habían cambiado ahora.
Aelinor Targaryen
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Mensaje por Sean Tormenta Jue Mayo 23, 2013 10:12 am

La mirada apática y apagada de la joven le transmitió un desasosiego que pocas veces había experimentado. Lo inundó, apoderándose de cada rincón de sí mismo, lo invadió silenciosamente y a punto estuvo de descomponer su imperturbable sonrisa. Pero entonces volvió la luz, como el sol tras salir de entre el cielo nublado, dejando atrás cúmulos, cirros y estratos. Un atisbo de sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de la Sangre de Dragón y sus ojos violáceos le dedicaron una gentil mirada. Sean sonrió de corazón.
-¡Cualquier lugar puede ser monótono si uno no encuentra algo con lo que dar vida su día a día!- aquello fue lo más sincero que había dicho en mucho tiempo,- un paseo, una charla, cualquier soplo de aire nuevo es vida nueva- sonrió a la dama y la tomó por el brazo.- Y las nuevas amistades son un torrente de cambios, ilusiones y expectativas. Caras nuevas, eso es lo que rompe la monotonía. La de Dorne y la de cualquier otro lugar- añadió guiñándole un ojo.
-¿Preguntáis si gusto de pasear con vos? ¡Faltaría más!- miró en derredor, exagerando sus gestos cual bufón,- ¿de veras no hay nadie aquí que quiera acompañaros? Me sorprende, una belleza como la vuestra debería ir escoltada por media docena de alabarderos del Sangreverde, al menos- sonrió, a sabiendas de la estupidez de su broma. Relajó el gesto y la miró tranquilamente.- ¡Qué cosas tenéis, mi señora! ¿Cómo podría negarse cualquier hombre? Es un hecho contrastado, todos los maestres lo dicen. Es significativamente mejor para cualquier hombre, joven o anciano, pasear por un mercado del brazo de una joven que pasear a solas- ante la mirada de burla de la muchacha Sean se rió. Fue una carcajada sincera y sonora.- ¡Es cierto! Preguntad a cualquier maestre, os lo dirá. ¡Todos en Antigua lo saben! Por eso en el Dominio gustan de tener más flores que espadas, para llenar jardines en los que pasear con doncellas como vos.

Apenas habían recorrido unos metros cuando pasaron por delante de un puesto en el que una anciana vendía confecciones tejidas a mano. Sean se detuvo y tomó una prenda al azar.
-Debéis tener una doncella de muy mal gusto si no hace esto con vos todos los días- dijo Sean echándole por encima de la cabeza un fular de color rojo.- Nada, este no os favorece- la anciana se rió entre dientes al ver a un hombre con la ceja enarcada intentando elegir una prenda adecuada para una dama, o eso quiso pensar el joven.- Decidme, mi dama- siguió hablando Sean mientras tomaba un mantón de colores celestes, que descartó de igual modo,- ¿tiene nombre vuestra belleza?- alcanzó un último fular, lo extendió al aire y con soltura rodeó la cabeza de la joven con él cubriéndole el cabello y los hombros. Era de un púrpura pálido, como si los ojos de la joven se hubieran fundido con su cabello en aquella prenda. Sean la miró por un instante a los ojos, perdiéndose en el extravagante color de su iris, en su mirada perdida. "Parece que la mismísima maldición de Valyria la hubiera consumido" se dijo el bastardo.
-Me lo llevo- añadió, poniendo fin a su embelesamiento. Se giró hacia la anciana y rebuscó en su bolsa de oro el dinero.
Sean Tormenta
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Mensaje por Aelinor Targaryen Vie Mayo 31, 2013 3:14 pm

Off: Perdón por la demora, Sean... Exámenes, exámenes u.u

La efusividad del bastardo de las Tormentas le provocaba náuseas a Aelinor. No comprendía cómo es que podía ver la vida de una forma tan brillante y optimista cuando en realidad todo estaba fastidiado por la maldita guerra que sin saber cómo ni cuándo había empezado y había teñido a Poniente entero del color de la sangre. A pesar de la vaga sensación en su epigastrio que la hacía pensar en lo bueno que sería vomitar en aquellos instantes no podía evitar sentir algo de envidia de la forma en que Sean Tormenta parecía ver la vida: se veía feliz. Y ella se sentía de cualquier manera, excepto esa. Soltó una risa que parecía casi susurrada con un tinte de amargura cuando él terminó de decir aquella retahíla que había empezado con el acompañarla en el bazar y que había terminado con algo sobre los maestres en Antigua -No suelo ser exactamente la mejor de las compañías que podríais encontrar por ahí- musitó, lúgubre.

No habían dado más que unos cuantos pasos cuando se detuvieron de nuevo, ante el toldo de una mujer en el que se exhibían varios tejidos a mano. Aelinor los miró con curiosidad, pues rara vez era ella quien salía a comprar algo, normalmente los mercaderes llegaban a Palacio y ella escogía lo que le placiera, o simplemente Dullah se encargaba de hacerlo en su lugar, pues conocía el tipo de prendas y de factura que a Aelinor le agradaba. Suspiró mientras él hablaba y le ponía encima una prenda de color rojo vívido, al parecer sin saber muy bien cómo se llevaba el luto en los desiertos. Inclusive la anciana lo miraba consternada pues en Lanza del Sol era sabido que quien se vestía de blanco es porque lloraba la muerte de algún ser querido, inclusive aunque ese alguien pareciera venir del otro lado del mar -No, el rojo no va con el luto- susurró, sin saber si él la había escuchado. Las lágrimas se mantuvieron bien guardadas en sus glándulas, aunque la sensación de náusea se acrecentó y el vacío en su pecho se hizo presente.

La Targaryen enarcó una ceja ante la pregunta del bastardo. Se refería a ella con un adjetivo diferente al ya usual y odiado "loca", "demente" o "maldita", que sin duda le habrían quedado a la perfección en los meses pasados, y aquella palabra utilizada para referirse a ella sonaba, cuando menos, extraña. La mirada resultó perdiéndose de nuevo entre los detalles de un nuevo tejido que el recién conocido se esforzaba por poner encima de su cabeza con un movimiento entre grácil y torpe, un tejido que definitivamente iba más con el tipo de prendas de color blanco polar que portaba, de un color púrpura pálido, como si apenas portara una sombra del color que se percibía -Aelinor- respondió, volviendo a enfocar la mirada en él, que a su vez, parecía no haberle quitado la mirada de encima.

Le pareció extraño la forma en que el hombre, apenas habiéndola conocido y a pesar de no ser precisamente la dama más graciosa, simpática y melodiosa de todo el reino (o todos los reinos, cosa que sería más apropiada ahora), estuviera realmente gastando sus monedas en ella. No era necesario, ni siquiera lo había pedido, y ahora... Era como si su laringe se hubiera cerrado y no tuviera forma de emitir voz alguna, aunque claro, no es que ella fuera precisamente la más elocuente. No era una rosa, era una dragona con una lanza y la arena del desierto metida entre sus escamas. No era una dama cualquiera, era una Targaryen, hija de la antigua Valyria, y eso estaban por verlo todos ellos... Y tendría en cuenta el buen gesto del bastardo de las tormentas, sin duda alguna -No debíais hacerlo- dijo, después que él pagó y se alejaban lentamente del toldo de la anciana -Gracias-musitó, y aunque lo intentó, no logró esbozar más que un levísimo atisbo de sonrisa. Tampoco era la más propensa a reír habitualmente, y las circunstancias... Bueno, las circunstancias.
Aelinor Targaryen
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Mensaje por Sean Tormenta Mar Jun 11, 2013 5:04 am

-Aelinor- Sean repitió el nombre en voz alta.- Es un nombre precioso, muy regio y digno- sonrió de nuevo al escuchar los agradecimientos por el regalo.- No tenéis que agradecerme nada. Ven, acompañadme.

Había dejado el pañuelo echado sobre su cabello, como si prefiriera ocultarlo de la vista de los demás, pero el joven no le dio importancia, la llevo del brazo un rato y esquivó el resto de los puestos hasta llegar a unas escalinatas, giró a la derecha, siguiendo la muralla interior y llegó hasta un pequeño patio. De él nacían otras escaleras que bajaban hacia la ciudad y hacia el puerto. El mar se veía a lo lejos, como si estuvieran en un balcón, y una hermosa y exótica balaustrada (como toda la arquitectura dorniense) invitaba a contemplar el mar. Aquella visión era maravillosa, Sean había encontrado el lugar en una de sus carreras diarias por los tejados de la ciudad. Era un rincón exquisito, un jardín perdido entre los océanos de arena de la ciudad. Un gran limonero daba sombra desde el oeste de la plazuela, cerca de la arcada por la que habían llegado. Las columnas que soportaban el arco estaban plagadas de parras, y al este del acceso se erguía, orgulloso un naranjo. Al sur, junto a las escalinatas, y formando un triángulo equilátero perfecto con los otros dos árboles, había un melocotonero. Dos jilgueros revoloteaban sobre uno de los árboles y otros pájaros se posaban en la balaustrada. Sean no era el mejor ornitólogo del mundo, pero recordaba aún sus años en los bosques, y supo reconocer un gorrión, un ruiseñor y un par de golondrinas. Los pájaros alzaron el vuelo cuando se dirigió junto a Aelinor hacia la baranda. Miró hacia el mar y apoyó sus codos allí.

-Mirad qué vistas- dijo de pronto.- Con el mar tan cerca, uno olvida que está rodeado de arena, cactos y serpientes- se giró para mirar a la joven. Aquellos ojos violáceos le hacían sentir extraño, le desconcertaban y atraían a la par; empujándolo por un vórtice de indecisión que no era propio en él.- Cuando salí de Tyrosh me lancé al mar. No tenía rumbo, de hecho, llegué a Lanza del sol porque el primer barco que venía a Poniente tenía esta ciudad por destino. Así que estoy aquí por azar, o por que el mar quiso. Ese gigante líquido que tenemos delante puede ser un enemigo formidable en noches de tormenta- sonrió.- Pero me acogió con los brazos abiertos, no me dio problemas y me permitió huir- miró a Aelinor, sin sonrisas, directamente a los ojos, como quien se enfrenta a una bestia. Sean abordó aquella mirada perdida que lo inquietaba como el reto máximo de un héroe.- Tenéis unos ojos preciosos, Aelinor. Pero una mirada horrenda. Conozco esa mirada, la vi reflejada en las aguas durante todo mi viaje. La mirada de quien cree haberlo perdido todo.- Sean se incorporó y se atrevió a apoyarle una mano en el hombro, lo acarició y negó a la vez con la cabeza.- Pero no es así. No lo habéis perdido. Da igual lo acontecido en el pasado- le agarro suavemente la cara por las mejillas y la obligó a mirarle a los ojos.- Seguís aquí, en pie. La llama de la vida aún prende en vuestro interior- de pronto recordó el viaje en barco, recordó cómo el capitán Vaan le dio su apoyo en aquellos días de agonía. No lo conocía de nada, pero le reconfortó.- No estáis sola, bella Aelinor. Me tenéis aquí. Puedo ser vuestro amigo, si vos queréis. ¿Qué os aflige tanto?
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Mensaje por Aelinor Targaryen Dom Jun 23, 2013 1:38 am

Off: Perdón, ando fuera de la ciudad y no tengo muy buen acceso al compu. Perdón, perdón, perdón por la tardanza.

Aelinor se limitó a seguir al extraño. Quizá no fuera la conducta más sabia, pero andando acompañada podía camuflarse más fácil, si es que habían enviado a alguien buscándola. Lo dudaba, pues creerían que con lo asocial que solía ser no habría salido de las paredes del Palacio, cosa que definitivamente jugaba en su favor. Aún estaba fúrica porque nadie le había dicho que ellos habían muerto. Tras andar por relativamente poco tiempo la joven se encontró ante sus ojos con la magnificente vista del mar en el que se reflejaba la luz naranja del sol que se mezclaba con el azul del cielo y el verde oscuro del mar. Era un lugar con una belleza particular, pero que causaba distrés en la joven Targaryen: Debía volver a Rocadragón. Tenía que volver, ayudar a lo que quedaba de su rota familia, criar a sus pequeños como dragones que eran. La salida más simple era el mar, pero no podía irse antes de obtener la libertad de su madre, bajo ningún concepto. Ella no abandonaría a los suyos nunca más. Ya lo había hecho con su padre, con Maekar, con Baelor, Aerys y Rhaegel, tras lo cual sólo dos habían sobrevivido. Dos.

Con delicadeza la joven apoyó ambos antebrazos sobre la baranda, dejando que la visión de las olas que rompían contra la costa la inundara. Quería llorar un mar entero, como el que tenía al frente, pero no quería hacerlo en público. Quizá su familia no fuera la regente ya en los Seis Reinos, pero ella seguía siendo una princesa, con la sangre de la Vieja Valyria en ella, con el fuego del dragón en su interior. Las lágrimas se evaporaban antes de caer. Debían. La voz de Sean apenas logró abstraerla de su mente, comentario al que respondió con un leve asentimiento. Sí, allí parada podría casi creer que estaba parada, observando el mar desde Desembarco del Rey. No se parecía mucho al mar de Rocadragón, quizá porque ese era más salvaje que el de los otros dos lugares, pero guardaban relación. ¿Cómo estarían ellos? ¿Qué estarían pensando, sintiendo? Su mirada se desvió por un momento para encontrarse con la de Sean.

La joven asintió mientras él, sin más, le contaba cómo había escapado de Tyrosh vía marítima. Ella sólo esperaba que el día que lograra arreglar las cosas para zarpar a Rocadragón con su madre, Sofía y los niños, este los recibiera con los brazos abiertos y sin más vicisitudes -Supongo que agradecéis a los Siete el poder escapar- dijo, pensando en que quizá era demasiado taciturna, lo cual sería como aceptar lo mal que se sentía. La joven sintió como la mirada del bastardo se intensificó, como si la estuviera desafiando o algo así. Aelinor le sostuvo la mirada, sin mayor problema: No es como si no estuviera acostumbrada a que los demás la miraran juzgándola, y esto era bastante parecido. No obstante, y aunque le sostenía la mirada, sus ojos color violeta seguían perdidos, como si las cosas tuvieran poco sentido, como si estuvieran mirando los restos humeantes de la Vieja Valyria. Entonces, volvió a escuchar su voz.

"La mirada de quien cree haberlo perdido todo". Casi. Lo había perdido casi todo. Había perdido a más de la mitad de su familia, habían perdido casi todo su territorio, tenía acceso limitado al contacto con su madre... Sólo faltaba que le quitaran sus dragones, pero sus pequeños jamás la abandonarían del todo... Ellos nunca dejarían su mente. La joven sintió como la piel se le erizaba cuando la mano de Sean tocó su hombro, como consolándola. Quiso gritar que no lo necesitaba, pero la realidad es que sí lo necesitaba. Necesitaba que alguien la sostuviera, un hombro sobre el cual llorar a sus seres queridos, quejarse... Pero sólo se sentía capaz de hacerlo con Myriah. Y ella estaba presa, presa en su propia casa. Bajó la mirada. Cuando él le levantó la cara con una de sus manos Aelinor levantó una de sus manos, con la que agarró el antebrazo de Sean, presionándolo hacia abajo. Claramente había roto una de las tantas barreras en ella, que terminó sintiendo como una de las odiadas lágrimas rodaba por sus mejillas. Él decía que no estaba sola, pero se sentía tan sola como si estuviera en medio del desierto, abandonada. Con la mano libre se limpió las lágrimas, negando con la cabeza -La vida. Esa es la que me aflige tanto- confesó en un susurro, desviando la mirada hacia el mar. 
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